Investigadores han averiguado que estos sonidos suelen marcar unas pausas que son más frecuentes delante de nombres que de verbos
A veces estamos hablando y quedamos fuera de juego durante un instante, porque tenemos que buscar las palabras adecuadas o sencillamente pensar. Pero en vez de quedarnos callados solemos hacer algún ruido como «mmm» o «eeh» (nunca otro, como «aah»), para ralentizar la conversación pero no detenerla. Parece que estos sonidos hacen una función similar a la del clásico reloj de arena de Windows: indican que necesitamos nuestro tiempo pero que estamos en ello.
Una investigación publicada en «Proceedings of the National Academy of Sciences» ha averiguado que estos sonidos son más frecuentes en el habla cuando van delante un nombre, y más raros cuando les sigue un verbo. Científicos de la Universidad de Zúrich y de Ámsterdam han rastreado estas pausas del discurso en varias lenguas, con el fin de averiguar cómo trabaja el cerebro durante el habla. Creen que esta ralentización está relacionada con dificultades a la hora de decir nombres, porque son palabras que suelen aportar nueva información.
«Descubrimos que en una diversa colección de lenguas hay una clara tendencia a la ralentización delante de nombres», explican en el estudio los autores, Frank Seifart y Balthasar Bickel, investigadores en las universidades de Ámsterdam y Zúrich, respectivamente. «La razón es que los nombres son más difíciles de planificar porque normalmente solo se usan cuando representan nueva información», explican. Si no, son reemplazados por pronombres o sencillamente omitidos.
Ambos investigadores analizaron miles de grabaciones de conversaciones espontáneas en diversas poblaciones de todo el mundo, incluyendo charlas en inglés y holandés, y también a personas procedentes del Amazonas, Siberia, el Himalaya y el desierto del Kalahari.
Allí buscaron los efectos de la ralentización antes de ciertos nombres, como la palabra «amigo», y de verbos, como «venir». Midieron la velocidad de articulación de sonidos y apuntaron si las personas que hablaban hacían sonidos para indicar pausas. Así captaron que la ralentización es más frecuente antes de los nombres que de los verbos.
El reto de los nombres
El motivo está, según han sugerido, en que si se usa el nombre es porque suele aportar nueva información. De hecho, cuando no hace referencia a algo nuevo, puede ser sustituido por un pronombre, y a veces hasta omitido, como se ve en estos ejemplos: «Mi amigo volvió. Él (mi amigo) se sentó». O, incluso: «Mi amigo volvió y se sentó». Sin embargo, los verbos no pueden ser omitidos, normalmente.
Este descubrimiento subraya, según los autores, varias cosas fundamentales: en primer lugar que es necesario que la neurociencia haga estudios sistemáticos del lenguaje en un entorno natural y con datos mucho más masivos. En segundo lugar, consideran que el inglés no debe ser una referencia tan importante, porque ellos han constatado que tiene un comportamiento excepcional y, por tanto, no representativo, en comparación con los otros idiomas estudiados.
Además, han explicado que este ralentizamiento asociado con los nombres puede tener su reflejo en el lenguaje y la gramática: por ejemplo, consideran que esto lleva a que sea más difícil que los nombres se contraigan con las palabras que les preceden, como a veces pasa con los verbos. En alemán, recuerdan, es mucho más común que los prefijos acompañen a verbos que a los nombres.
Los investigadores también se han preguntado cómo afectan las nuevas tecnologías al lenguaje humano si, por ejemplo, las pausas naturales delante de los nombres ya no son necesarias al chatear o escribir mensajes de Whastapp.
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