lunes, 13 de agosto de 2018

Esto es lo que debes saber sobre la felicidad

Esto es lo que debes saber sobre la felicidad
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Se trata de experimentar la alegría, el bienestar en todos los aspectos y la suave sensación de que la vida es buena y de algún modo fluye sin demasiados vaivenes. ¡Casi nada!


Si buscamos en Google, encontraremos libros sobre la felicidad escritos por filósofos, psicólogos, biólogos y un largo etcétera de expertos. Y pese a que casi todas estas opiniones tienen algo de verdad, también tienen algo de especulación. La felicidad no es una ciencia exacta, de modo que es imposible encontrar una manual de instrucciones que nos permita alcanzarla o garantizarla a nuestros hijos.
El hecho de ser feliz consiste en algo tan sencillo -¡y tan complejo!- como sentirse contento durante el mayor tiempo posible. En otras palabras, la felicidad se basa en experimentar la alegría, el bienestar en todos los aspectos y la suave sensación de que la vida es buena y de algún modo fluye sin demasiados vaivenes. ¡Casi nada!
En realidad, la felicidad la crea el cerebro para nuestra consciencia, que a su vez también se produce en el cerebro, aunque todavía no sepamos cómo. Para simplificar, podríamos decir que la felicidad se debe a la activación de ciertos neurotransmisores que interactúan con ciertas neuronas. LA felicidad es una reacción bioquímica, después de todo.
Lo que debemos tener claro es que la felicidad es una cualidad inherentemente humana, así que puede ser exactamente igual de intensa en un pastor de Pakistán que en un futbolista al marcar el gol de la victoria. Pero la felicidad también tiene un factor cultural ciertamente intenso, no siempre saludable. Y a menudo impuesto, sobre todo cuando hablamos de nuestros hijos.

Comprender la felicidad de nuestros hijos

En un estudio reciente con casi 200 niños preadolescentes de diez a once años y adolescentes de quince a dieciséis años, los padres sobreestimaron la felicidad de sus hijos preadolescentes y subestimaron la felicidad de sus hijos adolescentes. Además, la felicidad y el bienestar de los padres –recogidos seis meses después– se correlacionaron significativamente con sus estimaciones de la felicidad de los niños y adolescentes (1). Existe, pues, un sesgo egocéntrico a la hora de estimar la felicidad de nuestros hijos.
Como hemos visto, la felicidad de un niño es un estado de su mente, al igual que la tristeza es otro. Y es un estado subjetivo y relativo. Es subjetivo porque a las personas nos hacen felices distintas cosas: lo que para unos es signo de felicidad, para otros es de tristeza. Y es relativo porque no depende de un valor absoluto, como la temperatura.
De hecho, el sentimiento de felicidad lo definimos siempre en relación con el entorno y lo que pensamos y esperamos sobre él. Por ejemplo, en un niño el siglo XXI probablemente produzca la misma sensación de felicidad tener un smartphone que en el siglo XII tener una espada de madera.
En suma, la felicidad, pese a lo que sostienen algunos charlatanes, no es cuantificable. No se puede medir en una escala absoluta. No hay manuales infalibles para encontrar la felicidad. Sin embargo, en el caso de nuestros hijos, sí podemos dar algunas pistas que, como las descritas en Quiero que mi hijo sea feliz, desde luego no asegurarán su felicidad, pero que, en cualquier caso, ayudarán a la posibilidad de alcanzarla.

Tipos de felicidad

En términos generales, la ciencia distingue entre dos tipos de felicidad, que se influyen mutuamente.
  • La felicidad hedónica se relaciona con el bienestar subjetivo. Tiene tres componentes principales: dos emocionales o afectivos –positivo y negativo– y uno cognitivo –satisfacción en la vida-. El bienestar subjetivo se interpreta casi siempre con una experiencia de alto afecto positivo, bajo afecto negativo y alta satisfacción con la vida propia. Es un estado que pueden alcanzar desde el CEO de una multinacional hasta el agricultor de una finca pequeña.
  • La felicidad eudaimónica se refiere a cómo uno vive su propia vida en lugar de una búsqueda de bienestar per se . O por decirlo de otro modo: dar sentido, significado y propósito a la existencia de la persona, como, por ejemplo, ayudar a los demás. Esta felicidad sería a largo plazo, mientras que la hedónica sería a corto.
Desde esa perspectiva, la posibilidad de vivir bien involucra motivos, metas y comportamientos que satisfacen las necesidades psicológicas básicas para la competencia en lo que hacemos, las relaciones con los demás y la autonomía, entendida como una buena relación con los demás, además de una buena competencia en lo que desarrollamos. En definitiva, es una felicidad que consiste en tener y sentir un propósito en la vida de acuerdo con nuestros valores internos
El sentimiento de felicidad lo definimos siempre en relación con el entorno y lo que pensamos y esperamos sobre él

Buscar la felicidad

Ahora bien, la felicidad no es una lotería que nos toca o no, si bien puede haber más predisposición hacia ella por nuestro temperamento, como veremos. Tampoco es un objeto esperando a que lo descubramos. Es más bien un proceso de creación o construcción, pues, depende en buena medida de nosotros mismos, de lo que pensamos y sobre todo de cómo nos comportamos. Como afirma Sonja Lyubomirsky, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de California en su libro La ciencia de la Felicidad (2).
«La felicidad no está allí fuera, esperando que la encontremos y la descubramos. Y no está allí fuera por la sencilla razón de que está dentro de nosotros. Por banal y estereotipado que parezca, la felicidad es, más que nada, un estado mental, una manera de percibirnos y de concebirnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea».
Lyubomirsky ha constatado en sus investigaciones que el 50 ciento de la felicidad viene determinada por nuestro temperamento de nacimiento, es decir, en los genes que heredamos de nuestros padres. Es evidente que los niños que nazcan con un determinado valor de referencia más alto tendrán ventaja sobre los que tengan un valor más bajo a la hora de conseguir el bienestar y la felicidad asociada. Pero –y esto es muy importante– esa predisposición no es una garantía completa. Solo es una ventaja inicial. No todos los altos juegan bien al baloncesto. Y la felicidad no es determinista
Asimismo, el otro 50% de la felicidad no se reparte como solemos creer. Según Lyubomirsky:
«Tan solo alrededor del 10% de la discrepancia en nuestros niveles de felicidad se explica por las diferencias en las circunstancias de la vida o sus situaciones, es decir, porque seamos ricos o pobres, estemos sanos o enfermos, seamos hermosos o poco agraciados, estemos casados o divorciados, etc. El 40% restante, es esa parte de nuestra felicidad que tenemos la posibilidad de cambiar mediante nuestra manera de actuar y de pensar, esa porción que representa el potencial de aumentar la felicidad duradera que reside en todos nosotros. No es una cifra pequeña, pero tampoco es una enormidad; es una cifra razonable y realista».
Lo que más nos cuesta creer es que solo el 10% de ella depende de las posesiones que tenemos, de las circunstancias que nos rodean o de lo sanos que estemos. Nuestra intuición y nuestro inconsciente siguen sin creérselo y por eso nos relacionamos con nuestros hijos pensando que la aportación de esos factores es mucho mayor. Dirigimos mucho esfuerzo hacia ellos cuando educamos. Y la ciencia ya ha demostrado que ese tipo de felicidad -que es mayoritariamente hedónica, en efecto- se antoja muy poco duradera, ya sea con un smartphone o con un yate.
Los psicólogos lo llaman adaptación hedonista. Esa felicidad, pues, dura cierto tiempo y enseguida queremos algo mejor. Queremos más y más, estímulo tras estímulo. En los niños lo observamos claramente con los juguetes nuevos. Juegan con ellos el primer día, trastean un poco el segundo y suelen abandonarlos al poco tiempo. Y así al final terminamos por tener niños a los que solo les produce placer abrir los regalos, esto es, niños potencialmente infelices, pues jamás se sentirán satisfechos.

La felicidad de nuestros hijos

El objetivo de los padres, pues, jamás debe encaminarse sea feliz en determinados momentos gracias a elementos externos, como una chuchería o una consola de videojuegos. Se trata de ayudar al niño a que en su cerebro se desarrollen herramientas que permitan que sus emociones y procesos cognitivos caminen en la dirección correcta sin necesidad de estímulos externos, lo cual, en una sociedad de consumo, es bastante difícil.
Según el psicólogo Martin Seligman, las dos últimas generaciones de homosapiens hemos crecido en un ambiente correctivo y compensatorio: los padres corrigen las cosas que hacen mal los niños para así tener niños ejemplares. Por ejemplo, si nuestro hijo saca un cinco en Matemáticas, que no le gusta, y un siete en Dibujo, que le gusta, probablemente, puestos a elegir, fomentaremos que mejore el cinco en Matemáticas para que en el futuro tenga dos sietes. Es un error, pues precisamente la felicidad para el niño se encuentra en mejorar en Dibujo, que es vocacional, desde el siete hasta el nueve y dejar el cinco donde estaba. De esta forma, además, cabe la posibilidad de que sea un gran ilustrador. En el otro caso tan solo conseguiremos un matemático mediocre y un dibujante frustrado.
En este sentido, la infancia debe considerarse una etapa en sí misma y no un paso intermedio, una época, demás, particularmente valiosa para ser feliz. Y lo que es aún más importante: una etapa en la que se debe aprender a encontrar la felicidad. Deseamos sinceramente que nuestros hijos sean felices, pero es importante tener claro que son seres independientes, con personalidad propia. Lo normal –afortunadamente– es no coincidir en las cosas que nos hacen felices con las que les hacen felices a ellos. Es inevitable que haya influencias, pero su felicidad se basa en su propia competencia, sus propias relaciones, su autonomía, sus valores o sus objetivos en la vida. Y eso requiere tener un criterio propio. No respetar ese hecho, lo que no debe confundirse con la permisividad, es, en definitiva, una de las causas de mayor infelicidad infantil, como veremos detalladamente en nuestro próximo artículo, donde, además, daremos voz a los expertos.

VALORES DE LA FELICIDAD

Los estudios científicos definen cuatro valores que se relacionan positivamente con la satisfacción vital:
Confianza. Esperar los mejor y trabajar para conseguirlo.
Entusiasmo. Contemplar la vida con excitación, optimismo y energía
Amor. La valoración afectiva de las relaciones cercana con otros
Gratitud. Darse cuenta de lo que sucede y agradecer las buenas cosas que pasan
Es más, estos caracteres, cuando se desarrollan, son fuertes predictores de autoeficacia, es decir, refuerzan la creencia de un niño en sus capacidades y/o habilidades para producir los efectos deseados con sus propias acciones.

https://elpais.com/elpais/2018/07/31/mamas_papas/1533049936_902437.html

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