Apple Park (Apple)
Un recorrido por el monumental platillo volante de vidrio y titanio diseñado por Norman Foster según la visión de Steve Jobs
El icónico Apple Park, el monumental platillo volante de vidrio y titanio de cuatro plantas diseñado por Norman Foster en Cupertino (California) como último gran sueño de Steve Jobs, se levanta majestuoso rodeado de una vegetación que, con apariencia de salvaje, es cuidada desde primera hora de la mañana por un detallista ejército de jardineros pendientes de hasta la última brizna de hierba. Es un entorno de trabajo sobre el que hay empleados que confiesan al periodista que es tan agradable que, “tristemente”, se sienten apenados a la hora de volver a casa. Buena estrategia empresarial para evitar el absentismo laboral.
Pocas cosas pueden explicar las dimensiones de este recinto singular. Las cifras son una parte. Inaugurado en el 2017 después de cuatro años de construcción, su coste está estimado en unos 5.000 millones de dólares –unos 4.480 millones de euros– y en el recinto trabajan 13.000 personas, que se distribuyen por un espacio de 260.000 metros cuadrados en el que todo rinde homenaje a la filosofía de diseño de la compañía.
A lo largo del recinto, que tiene un diámetro de 1,6 kilómetros, se encuentran una serie de nueve espacios abiertos con mesas, asientos, árboles y cafetería, que responden al deseo de Jobs de crear espacios de encuentro en los que los empleados de Apple pudieran intercambiar ideas. Mientras uno da vueltas por este anillo interminable se da cuenta de que el desaparecido fundador de la compañía se salió con la suya.
Otra cosa es Caffe Macs, la cafetería de empresa, probablemente una de las mayores del mundo. En esta parte desaparecen las cuatro plantas. Sólo hay una, sembrada de enormes árboles en su interior y un interminable océano de mesas. A la hora de la comida –12 h-12.30 h– es difícil encontrar sitio. Sin olvidar el fast food norteamericano, en Caffe Macs hay mucha comida sana. Y una parte de la fruta que se consume (naranjas, peras, arándanos, y, por supuesto, manzanas), se cultiva dentro del parque.
Apple ha abierto su sede a cuatro medios de comunicación, uno norteamericano y tres europeos, entre los que se encuentra La Vanguardia, para explicar su compromiso con la privacidad. Hay mucho que preguntar en una era en la que los datos personales se han convertido en la mercancía más valiosa del mundo.
Muchas compañías hacen con ellos cosas inconfesables (hasta que se les acaba descubriendo, como le ha pasado en más de una ocasión a Facebook). Apple tomó hace tiempo la bandera de la privacidad y su consejero delegado, Tim Cook, se ha mostrado siempre muy comprometido con ella, hasta el punto de reclamar para Estados Unidos una legislación similar al Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) de la Unión Europea. Los directivos de la compañía de la manzana aseguran que su modelo de negocio no necesita obtener datos personales para ofrecer publicidad. Es difícil saber si las compañías dicen la verdad en esta materia. Hay mucho que preguntar y mucho que explicar.
Craig Federighi, vicepresidente senior de Apple de ingeniería de software, explica su posición con pasmosa franqueza a los cuatro periodistas a los que la compañía ha invitado para hablar de privacidad. El directivo considera que la mayoría de la gente tiene claro de la compañía de la manzana no recoge datos privados. La publicidad, a diferencia de otras grandes tecnológicas, no está en la base del negocio de Apple. “No tenemos –asegura– ningún interés en aprender nada sobre ti”.
Insiste en que no se dedican a recoger todos los datos personales de los usuarios. “No tenemos un incentivo para hacerlo ni moralmente tenemos el deseo de hacerlo”, manifiesta.
Federighi y el equipo de ingenieros de software de privacidad de Apple destacan que ésta se basa en cinco pilares: minimizar la recolección de datos; dejar que todas las operaciones de inteligencia artificial (IA) se hagan dentro de cada dispositivo, no en la nube; ofrecer transparencia y control al usuario; esconder mediante claves aleatorias las identidades de cada usuario en las operaciones; y proteger los datos con tecnologías como la criptografía.
El directivo utiliza productos de Apple desde que tenía uso de razón. El primer ordenador con el que empezó Federighi, ingeniero de software, cuando tenía 10 años de edad era un Apple II, el segundo ordenador creado por Steve Jobs y Steve Wozniak que le dio fama a una (entonces) pequeña empresa. “Creo que, como yo, una gran parte de los empleados de Apple creamos los productos que queremos para nosotros mismos”, manifiesta. “Respetar la privacidad –añade– es fundamental para lo que nosotros hacemos”
“Las consideraciones de privacidad –subraya– están siempre la principio del proceso de creación de un producto, no al final”.
La semana pasada, el consejero delegado de Google, Sundar Pichai, lanzó una pulla a Apple al afirmar que la privacidad “no puede ser un lujo que se ofrece sólo a las personas que pueden comprar productos y servicios prémium”, en una clara referencia a Apple y al iPhone. “Nosotros realmente aspiramos a hacer productos para todo el mundo. No me creo esa tontería del lujo”, responde Federighi sonriente.
La privacidad choca en ocasiones con los deseos de las autoridades de controlarla. En el 2017, Apple se opuso a una petición del FBI para que creara una “puerta trasera” que le permitiera acceder al iPhone de uno terrorista del atentado de Bernardino. “Si nosotros creáramos esa llave maestra o puerta trasera –argumenta Federighi– eso haría en última instancia haría muy difícil defender un uso incorrecto de los datos personales”. Se entiende la posición de Apple ¿Quién iba a comprar un móvil que la policía (y a saber quién más) podrían desbloquear a voluntad?
Los ingenieros de privacidad de Apple explican como luchan contra tecnologías de otras empresas que amenazan la privacidad de los usuarios, como los trackers (rastreadores), que intentan obtener datos de los usuarios y cruzarlos a partir de su navegación por páginas web. Cuando la compañía localiza uno (puede haber hasta 100 en una sola página), lo bloquea en el navegador Safari.
El equipo de privacidad destaca la forma en la que trabaja un chip que se encuentra en los dispositivos de Apple de los últimos años: el enclave seguro. Se trata de un procesador que guarda la información esencial privada, como datos biométricos (rostro o huellas dactilares) sin permitir el acceso externo. Este chip, según la definición de un ingeniero que los diseña, como un castillo.
En la misma zona del Apple Park, en realidad por todo Cupertino, hay muchos más pequeños edificios de oficinas de la compañía menos llamativos que la gran nave circular. En uno de ellos es donde se investiga sobre las funcionalidades de ejercicio del Apple Wa tch. Se trata, en buena parte, de un enorme gimnasio, con todo tipo de aparatos, en los que varias personas sudan, con máscaras que captan su respiración y aparatos sensores conectados a la espalda de los que a su vez salen cables que van a parar a ordenadores (iMacs, por supuesto) que recogen datos todo el tiempo.
Desde que la compañía creó las funciones de ejercicio para el lanzamiento del Apple Watch, en este edificio se han quemado 3,300 millones de calorías para recolectar datos y ofrecer nuevas funciones. Quienes sudan para conseguir esos registros son empleados de la compañía que se presentan voluntarios. Se nota que algunos están acostumbrados al ejercicio, pero también hay otros que es evidente que no suelen hacer (casi) nunca.
Hay una piscina infinita, en la que, como en las cintas de correr, el agua va contra el nadador, que se ejercita sin desplazarse por el agua. Una sala contigua es una cámara refrigerada a un grado bajo cerocon una cinta de correr y una bicicleta estática. Otra, justo al lado, tiene 35 grados. Una chica suda en una bicicleta bajo la atenta mirada de un monitor. Datos, datos y más datos. Somos datos.
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