El Bath Club de Miami, el más exclusivo y racista de Estados Unidos, inicia una apertura multicultural que solo discrimina por precio y permite broncearse junto a las grandes dinastías americanas
El Bath Club de Miami es el beach club con más pedigrí de América. Durante un siglo podías compartir caja de puros en su sala de fumadores con los Hoover presidenciales; o poner tu hamaca en las piscinas junto a la de los Boeing, cuando no estaban volando; la de los Cartier, cuando eran puntuales; o las de los Van Der Bilt las contadas ocasiones que salían de su Manhattan… Pero no admitía, desde su fundación en 1929 hasta el 2000, ni a negros ni a judíos.
Y yo me temí que ni a hispanos cuando un líder del exilio cubano me citó en the Bath para entrevistarlo en la New York University Review of Foreign Affairs. Su jefe de prensa me aseguró que los hispanos podíamos entrar, pero también me sugirió que fuera a un hotel mejor que el mío y fingiera ante el senador estar alojado allí para que me recogiera su chófer.
Una oferta irrechazable
El club impidió la entrada a uno de los afroamericanos más ricos del país, Don Peebles, y este lo compró al día siguiente
El Bath de Miami Beach era tan exclusivo y excluyente que, sin que hubiera ninguna norma escrita respecto al color de sus socios, impidió la entrada a uno de los afroamericanos más ricos del país, el constructor Don Peebles.
Peebles no discutió con el intransigente portero. Se retiró discretamente y al día siguiente hizo una oferta por todo el Bath que ningún socio se permitió rechazar. Su declaración al presentarse a la prensa como nuevo propietario serviría hoy como slogan podemita: “Voy a convertir el Bath Club -proclamó- en exclusivamente inclusivo”.
Libre acceso por 50.000 dólares
Y Peebles fue consecuente con su programa y con su propia carrera de constructor de pelotazo en la Florida del tocho tropical: durante los últimos 20 años ha logrado que el Bath Club sólo discrimine por dinero.
Lo que se intuye en la foto es que hoy su venerable y centenario porticón de bronce y piedra, tallada a la usanza hispano-colonial, aún resiste; pero ha sido reducido a pretencioso enano antañón por los gigantescos rascacielos de condominios que lo han ido circundando y evocarán vagamente para el viajero español a un Benidorm venido a más. Muchos de esos nuevos monstruos de hormigón y cristal han sido erigidos por el propio Peebles, hecho un Gil y Gil miamero, que a base de cemento consuma su venganza de clase.
Y ahora compruebo que Fortune se hace eco de la apuesta multicultural del constructor en pos del glamour perdido por el Bath, ya parte de su propia imagen corporativa.
En busca del glamour perdido
Peebles ha encargado a la decoradora jamaicana Allison Antrobus y al filipino Ruby Ramírez que renueven el club
Es difícil que los que se fueron cuando él compró el club vuelvan, pero está empeñado en darle nuevo y vigente sentido entre la abigarrada y multicultural elite de Florida que gusta más de la fiesta privada que de los clubs de antes.
¿Para qué sirven los clubs al cabo, razonan sus antiguos socios, si nuestra piscina es el doble de grande y ya la llenamos de amigos tan ricos como nosotros?
Peebles se propone convencerles y deslumbrarles con talento creativo, por eso ha encargado a la decoradora jamaicana Allison Antrobus y al filipino Ruby Ramírez que renueven los vetustos muros del Beach Club. Y ambos coinciden en haber obedecido a la inspiración mediterránea original de la arquitectura del Bath, que, sin embargo, juzguen ustedes, resultará inidentificable para los que vivimos en sus costas.
Ramírez, además, asegura haberse inspirado en la nostalgia de los felices años 20 de la construcción con la funcionalidad de un club de playa del siglo XXI.
Ha tenido el acierto de respetar y allí siguen las bouganvillas, la veranda en las piscinas y el salón de habanos de contrabando tras el menú estrella de los 50 de tantas películas: langosta de Maine con taglietelle a la trufa.
El que fuera coctelero del Boca Raton Club ha sido fichado para firmar en el Bath el Miami Mule y el Bathtub Negroni, que el mismísimo Peebles nos recomienda si nos atrevemos a reservar -insiste en querer abrirlo a todos- sólo por una noche tras aplicar para la membresía. Después báñense ustedes donde quieran.