La globalización ha perjudicado a los trabajadores de los países ricos, pero ha sacado a 1.000 millones de personas de la miseria: la mitad de la población mundial es ahora clase media
La huelga del sector del automóvil en EEUU trae a la actualidad algo que era previsible desde hace 14 años, cuando, con motivo de la Gran Crisis Financiera, se escucharon muchas y reiteradas quejas sobre quiénes eran los perjudicados de la crisis y sobre la pérdida de derechos de los trabajadores.
Yo solía poner en su contexto esas quejas recordando que los ciclos económicos son así, y que, al ir todo regido por movimientos pendulares, llegaría un día (difícil de precisar, eso sí) en que los trabajadores recuperarían parte de los derechos perdidos y verían aumentado un poder de negociación que en aquellos momentos parecía poco menos que nulo.
Por otra parte, hay que recordar que esa pérdida de derechos no era tanto de los referidos a derechos constitucionales o derivados de ellos: nadie en los países occidentales afectados por la crisis vio que se eliminara el derecho de sindicación, ni de huelga, ni ninguno de los que el Estado de bienestar ha consagrado desde hace muchos años. La pérdida de derechos era una forma de exagerar y generalizar (con buen criterio propagandista) lo que era fundamentalmente la pérdida de capacidad negociadora en el terreno salarial y, como consecuencia de la crisis económica, el aumento del desempleo.
Pasaron unos años y, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, se empezó a hablar de que el proceso de globalización que tan buenos resultados había dado (y que había mantenido controlada la inflación en Occidente) pudiera empezar a revertirse.
No había más que mirar los efectos que había tenido la globalización desde principios de los años 90 para intuir que la desglobalización provocaría los efectos opuestos: recuperación del poder de negociación de los trabajadores y aumento de la inflación. Unos efectos que, necesariamente, habrían de retroalimentarse hasta caer en la espiral, tan lamentada en los años 70, de incremento de precios-incremento de salarios- incremento de precios.
Entre los efectos positivos de la desglobalización debería estar la reducción de la desigualdad, que tanto preocupa a todo el mundo y, en especial, a quienes les inquieta más la desigualdad que la pobreza y se sirven de ella para hacer bandera política con la que promover su propio ascenso social (señalarlo no es un reproche moral, sino la constatación de que el mundo es así).
La globalización había perjudicado a los trabajadores de los países adelantados por la simple razón de que las oportunidades de obtener un empleo industrial bien pagado se redujeron drásticamente, a la vez que les beneficiaba por la disminución de la inflación, a lo que hay que sumar en la década pasada la posibilidad de endeudarse a tipos de interés cercanos a cero.
El reverso positivo de ese aumento de la desigualdad fue la disminución de la pobreza en el mundo: más de 1.000 millones de personas salieron de la pobreza extrema, de modo que la mitad de la población mundial es ahora clase media, lo que hace que, a quienes valoran más el que la pobreza desaparezca globalmente, no les importe tanto que las desigualdades hayan aumentado.
Con la globalización, primero, y con la desglobalización después (desde la Gran Crisis Financiera, el PIB mundial ha estado creciendo más que el comercio mundial) han surgido problemas nuevos. Entre ellos, el ascenso de China como gran potencia económica y militar que disputa a EEUU su papel de primera potencia mundial.
En el proceso de desglobalización, China saldrá, muy probablemente, perjudicada y podrá parafrasear lo dicho por el santo Job: la globalización me lo dio y la desglobalización me lo quitó. Aunque, problemas internos de tipo político aparte, y dificultades de resolución de la quiebra de su sector inmobiliario y del impacto desestabilizador en su sistema financiero aparte, también, (que tendrán que ser resueltos o con un cambio de modelo económico o sorteados con una huida hacia adelante), lo cierto es que China ha adquirido un poderío financiero y militar que hace de esta nueva época una combinación de guerra fría y desglobalización. Y ambas cosas deberían beneficiar a los trabajadores occidentales.
Por si esto fuera poco, el enorme gasto público reciente y actual refuerza la posición negociadora de los trabajadores.
La huelga del automóvil en los EEUU es una muestra palmaria de lo dicho. Los trabajadores de las tres mayores productoras de vehículos no solo han tenido el empuje de lanzarse a la huelga, sino que están jugando un papel importante en la precampaña electoral americana: tanto Donald Trump como Joe Biden han ido a visitarles y darles su apoyo. Es decir, no solo cuentan con su propio poder negociador (muy alto en un momento de pleno empleo), sino que tienen el refuerzo político de los que hoy figuran como principales candidatos para las elecciones presidenciales del año próximo. Tal y como van las cosas, solo falta que acuda en su apoyo una delegación de esa mezcla de países no alineados y alineados que se conoce con el acrónimo BRIC, donde, como sucedía en la anterior Guerra Fría, la unión es más por el rechazo a EEUU que porque haya especial sintonía (ni gran futuro) entre muchos de ellos.
El proceso de desglobalización va a seguir. El comercio global ha retrocedido en los dos últimos años, y todo apunta a que esa es la dirección futura. Con las ventajas e inconvenientes mencionados y repartidos de manera desigual.
04 OCT 2023 - 05:40 CEST
https://cincodias.elpais.com/opinion/2023-10-04/desglobalizacion-bajara-la-desigualdad-y-aumentara-la-pobreza.html