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¿Frustrada con la IA? No estás sola. (Andrea Piacquadio/Pexels)
Es el futuro que no llega: la gente sigue usando los asistentes de IA para poner alarmas, música y para de contar. La razón es la falta de confianza producto de sus múltiples fallos
Muchas promesas y muchos cuentos sobre cómo la inteligencia artificial va a cambiar nuestras vidas pero un nuevo estudio demuestra que ese futuro ni está ni llega ni se le espara. Al final, la gente la sigue usando principalmente para que no se le pasen los espaguetis, arrancar el Spotify y preguntar el tiempo por las mañanas, igual que lo hacían hace unos años. Y la razón principal parece ser que, cuando intentas cualquier otra cosa, fallan más que Fernando Simón prediciendo epidemias. La frustración ante sus múltiples fallos es algo que todos hemos experimentado y por eso limitamos su uso.
El último análisis del encuestador YouGov confirma esa realidad: la mayoría de usuarios de asistentes de inteligencia artifical en Estados Unidos reparte sus órdenes entre poner música, consultar el tiempo y pedir respuestas rápidas. Un 59% de usuarios declara que la función estrella sigue siendo consultar la previsión del tiempo. Justo detrás, un 51% los usa para reproducir música, un 47% recurre a ellos para preguntas sencillas —consultas tontas en internet equivalentes a buscar la capital de un país— y un 40% para programar alarmas o temporizadores. Son el reloj de cocina del siglo XXI.
Más o menos igual para todas las generaciones
Las distintas generaciones mantienen estas rutinas, aunque con matices. Los ‘baby boomers’ tiran más de asistentes para informarse del tiempo o para saber las noticias (un 22%), mientras que la Generación Z prefieren poner música o recordatorios de tareas. Pero ni unos ni otros parecen confiar en las funciones más avanzadas: la gestión de la domótica —”pon la luz” o “arranca el aire acondicionado”— sólo convence al 19% de los usuarios y apenas un 14% se atreve a hacer la compra hablándole al altavoz o al móvil. Invocar rutinas complejas o funciones externas, como la integración de aplicaciones de terceros, sigue siendo la excepción: un 9% del total. Realidad aumentada, recomendaciones personalizadas o automatización integral siguen en el cajón de las promesas de la ciencia ficción.
La barrera principal para adoptar tareas más complejas está en la percepción: un 42% de los adultos que nunca han probado un asistente digital no lo hace porque no ve ninguna necesidad. En segundo lugar, aparecen las preocupaciones por la privacidad, que disuaden a un 19% de quienes no emplean estos servicios. Los argumentos tecnológicos o de novedad pesan mucho menos: apenas un 9% dice no usarlos por desconocimiento y otro 9% porque les resulta inquietante.
Entre quienes sí los usan, la frustración es clara: los asistentes siguen sin comprender lo que el usuario les pide en una de cada cuatro ocasiones (27%). La precisión y exactitud dejan que desear en el 12% de los casos; un 10% afirma que esperaba más inteligencia. El resto de los problemas, como la velocidad, la compatibilidad o la facilidad de uso, quedan por detrás en el ranking de disgustos.
El gran problema de la IA
Ahí está la clave que limita el avance real de estas plataformas: la confianza desaparece en cuanto hay dudas sobre si la respuesta será la correcta. El resultado es que los usuarios se aferran a comandos sencillos y dejan a un lado cualquier función que implique una respuesta más elaborada o acciones automáticas que exijan cierto margen de interpretación por parte de la IA.
Preguntados por el futuro, los usuarios lo tienen claro: lo que más desean es que los asistentes entiendan mejor los acentos y la pronunciación —30%— y sean capaces de contestar a preguntas más complejas y abstractas —otro 30%—. Otras demandas notables son la capacidad de ofrecer alertas medioambientales, mayor velocidad de respuesta y un grado más alto de personalización.
Al final, la implantación masiva de los asistentes digitales es un hecho, pero rara vez pasan de ser un intérprete de voz para tareas triviales. Para que los asistentes sean algo más que un cronómetro o un mando a distancia, las compañías tecnológicas tendrán que ganarse primero la confianza y el interés de los usuarios, y eso pasa por algo mucho más difícil que programar la alarma para que no se te pegue la bechamel de las croquetas.