EL 'FALELAKI', SOBORNAR POR SISTEMA
Desesperado por buscar recursos para el menguante Estado griego e impelido por la crisis de la deuda, el Gobierno del Pasok (socialistas) decidió en 2010 empezar a ponerse en serio con la evasión fiscal. En un país habituado a hacer grandes y pequeñas obras de reforma en 'B', el hecho de que hubiera registradas apenas 324 piscinas en los extensos barrios del norte de Atenas era demasiado sospechoso para no empezar por ahí. Difícil creer que en los terrenos más exclusivos de Atenas, donde las mansiones crecen como hongos, y a pesar del calor agobiante del largo verano griego, se hubieran construido sólo unos centenares en miles de vivienda.
Por allí tenían una de sus residencias, entre otros, Spiros Latsis, uno de los hombres más ricos del mundo del momento, y Theodor Angelópulos, presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Sobre el papel, los recaudadores de impuestos no tenían más que la lógica para deducir que había un fraude masivo. O alguien de dentro: el propio primer ministro Papandréu también tenía una casa en la zona.
Incapaces de confiar en otro modo más frontal, la agencia tributaria recurrió a Google Maps para localizar desde el aire –y a bajo coste– a los que mentían en el registro desde los ordenadores del ministerio. Pudieron encontrar cerca de 17.000 piscinas. Y seguramente habrían localizado más si estos ciudadanos pudientes no hubieran reaccionado: se pusieron masivamente en manos de ingenieros que les instalaron carpas de camuflaje al estilo de las que disimulan las naves de combate. Por supuesto que cabe preguntarse si pagaron IVA por las lonas.
El contribuyente contra Hacienda
La 'picaresca' del defraudador griego se puede analizar a muchos niveles. Está el nivel más alto, el de las fortunas que se encuentran en la lista Lagarde –en cuyo descubrimiento Grecia tuvo un papel central, más por torpeza de los políticos en encubrirla que por su buena gestión– y está el más habitual, que también hace mucho daño a la recaudación. Informes de diversos institutos internacionales inciden en el hecho de que el Estado griego recauda poco y mal.
Un sistema de impuestos poco equitativo que además hace pagar a justos por pecadores: los asalariados del sector público y privado no pueden ocultar nada y tienen una tasa de evasión menor. Cualquier subida de los impuestosrepercute siempre en ellos, lo que muchas veces arrastra a la clase media a caer en la pobreza: la llamada “crisis humanitaria” que Tsipras quiere solucionar. Por otro lado, las profesiones liberales (médicos, ingenieros, abogados...) y los negocios del sector hostelero –una de las únicas partes de la economía helena que sigue funcionando a pesar de la crisis gracias al turismo– defraudan en grandes cantidades. Ellos representan una buena parte del 30% de lo que, se calcula, supone la 'economía sumergida' en Grecia.
Yorgos Kavazás es el presidente de la GSVEE, la organización que agrupa al mayor número de medianas y pequeñas empresas de Grecia –la gran mayoría de empresas en el país son pymes–, y por lo tanto el que más de primera mano conoce a los señalados como 'sospechosos habituales' del fraude fiscal. Su primera aserción: "Las pymes pagan impuestos". Y, después, tanto él como sus asistentes detallan las quejas del sector ante Hacienda: "El sistema impositivo es demasiado complicado y además hay demasiados impuestos", señala a El Confidencial.
La lista de los mismos es bastante larga, como nos muestran en un esquema: calculan que se llevan aproximadamente el 49% de la cifra de negocio. Y en una economía tan dependiente del turismo hay que tener en cuenta las tasas a pagar, se generen o no ingresos: "Hay muchas empresas que tienen que hacer sus operaciones en verano, durante la temporada turística, y pagar impuestos todo el año", aseguran. El panorama empresarial griego es bastante desolador, el 40% de las pymes echó el cierre el año pasado.
Sin embargo, la réplica es obvia: el drama del sector hostelero no puede desviar la atención del hecho de que es uno de los grandes defraudadores de impuestos, según coinciden todos los estudios al respecto. En el norte de Europa es muy común la anécdota del turista que va a un restaurante o alquila un coche y jamás le dan la factura porque no conviene pagar el IVA, y eso queda en el imaginario colectivo. “Las que lo hacen”, dice Kavazás blandiendo los datos de los cierres de pymes cuando se le esgrime ese cliché, “es para evitar la recesión”.
¿Y antes de la crisis, antes de 2008, durante los Juegos, por ejemplo? Uno de sus asistentes apunta sin negarlo –aunque no sin antes aclarar que la asociación está totalmente en contra de evadir impuestos– que en la base de este problema se encuentra el clima de “desconfianza” entre el empresario y el Estado. El sistema impositivo griego es “tan complicado”, asegura, que un inspector fiscal llega a los libros de cuentas y puede encontrar siempre un defecto que acarree una multa, una queja que es habitual entre sus asociados.
La amenaza de encontrarse con un funcionario sin escrúpulos que se aproveche de una ley mal diseñada da incentivos a los empresarios para hacer dos cosas:no pagar impuestos, porque la multa va a ser inevitable, o sobornar en caso de última necesidad.
En el GSVEE nos dan acceso a un reciente estudio de la Universidad de Atenas, aún sin publicar, en el que colaboran dos importantes economistas helenos y que trataba de averiguar la mentalidad de los empresarios griegos ante el pago de impuestos. Este trabajo revela que endurecer la recaudación de impuestos o la coerción (mediante inspecciones o multas, por ejemplo) sólo incrementa el pago voluntario en casos de alta confianza en el Estado, pero que tiene un efecto contraproducente en escenarios de baja confianza, como es el griego. Básicamente, no hay una razón en su naturaleza que haga al griego evadir impuestos. Excepto, claro, vivir en Grecia.
Sobornar por sistema: el fakelaki
Un compañero de profesión cuenta a El Confidencial que su padre, dueño de una tienda, tenía amigos funcionarios del ministerio que le avisaban cuando iba a llegar la inspección para que diera recibos ese día, pero que luego le pedían un soborno a cambio.
La desconfianza mutua es un círculo vicioso que no se ve tan diferente desde el otro lado. Este diario ha podido hablar con una inspectora ya retirada que ejerció durante los tiempos de 'bonanza' en Grecia y que asegura que su trabajo tampoco es fácil. Preguntada sobre cuáles son los métodos más habituales para no pagar impuestos, señala que “los autónomos directamente no dan recibos–los médicos, abogados, fontaneros...– y la costumbre de dar sobornos a los funcionarios públicos, el fakelaki, está muy extendida”.
Esta exinspectora cuenta que antes el dinero era transferido al banco, pero, desde 2010, con el incremento de los controles, pasa por Luxemburgo o Suiza. Se ha hecho más sofisticado. Las pymes, relata, “tienen el método de los recibos falsos, que muestran que han pagado algo que se pueden incluso deducir; pero de una transacción que nunca han hecho”. Asimismo, confirma el hecho de que la relación entre los inspectores y los inspeccionados está viciada desde el principio: “Nunca he tenido ninguna presión de los jefes en mi experiencia, pero hay gente que tiene tanto miedo de las autoridades que tiene esta mentalidad de ofrecerse a pagar un soborno al principio, incluso antes de saber si hay errores en sus libros o sin que los haya siquiera”.
Aunque es consciente de que la imagen de los inspectores que cometen irregularidades no es falsa, las tentaciones no faltan incluso para quienes quieren hacerlo bien. Recuerda el caso de un empresario del entretenimiento al que le encontraron tras la revisión “dos facturas impagadas de electricidad [que es de titularidad pública, ndlr] por valor de 100.000 euros. Entre atrasos y multas la cantidad a pagar era de 500.000 euros”. Lo que este empresario hizo fuepresionarles “a través de su contable” para que aceptaran 150.000 euros como soborno y enterraran el caso. Asegura que lo rechazaron.
Los espías de impuestos, una moda que vuelve
Además de buscar piscinas, Papandréu mandó a sus espías fiscales a varios aparcamientos de clubes de la noche ateniense para que anotasen las matrículas de coches de lujo. Vehículos de 100.000 euros que entraban y salían bajo la mirada atenta de los funcionarios. Curioso: hasta 6.000 dueños de esos vehículos, una vez cruzados los datos, declaraban no ganar más de 10.000 euros al año.
Cinco años después, es alguien muy cercano al ex primer ministro, el ínclito Yanis Varufakis, el que retoma la idea de estos agentes encubiertos. Entre sus propuestas para acabar con la evasión fiscal está la de contratar a estudiantes, turistas y amas de casa, proporcionarles sistemas de grabación y que acudan a diversos establecimientos para ver si la ley se cumple. Un sistema que ha hecho levantar la ceja a más de un analista y que los helenos han recibido entre la incredulidad y la hilaridad.
Los empresarios del turismo se llevan las manos a la cabeza y proponen que seprohíban los pagos en metálico de más de 100 euros como manera de registro. Para las pymes resulta más interesante la reforma que, de forma más silenciosa, propuso Tsipras para hacer más progresivos los impuestos. Y, entre ellas, la de que las rentas por debajo de los 12.000 euros estén exentas de pagar.
Varufakis, que reconocía mientras tanto que únicamente 8.000 millones de los 76.000 de impuestos atrasados son recuperables, ha puesto sobre la mesa la incorporación de estos "inspectores informales" como mejor solución que los profesionales y ha abierto una nueva variante de la desconfianza. El Estado no confía en sus inspectores, quienes no confían en sus ciudadanos, que, a su vez, no confían en sus funcionarios, abundando en el problema de base. Mientras, la tesorería griega hace agua por muchos frentes y ambas partes, gobernantes y contribuyentes, siguen sin romper esta dinámica en la que Hacienda siempre es el otro: el cazador o el evasor.
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