Claire Underwood (Robin Wright), experta manipuladora en 'House of Cards'. FOTO: NETFLIX
Esos pequeños “empujones” para que otros cedan ante nuestros deseos son una forma de chantaje habitual, pero el problema llega cuando se convierte en tóxico.
La manipulación se entiende como algo negativo. Al fin y al cabo, se trata de intentar que una persona haga algo aunque inicialmente no quisiera hacerlo. Y trata de convencer a esa persona no con lógica y argumentos, sino de una forma más retorcida.
La manipulación es parte de nuestras vidas. La publicidad nos manipula cuando una marca apela a nuestros deseos, a veces incluso inconscientes, en lugar de a nuestras necesidades reales. Nos manipulan en el supermercado cuando nos ponen en línea de caja todos esos productos que les ofrecen más margen de beneficio y en los que no puedes evitar picar. Y, por supuesto, nos manipulan los políticos cuando las campañas electorales se centran en discursos populistas que apelan a los sentimientos, en vez de a las necesidades reales del país, con tal de sumar votos. Pero nosotros también manipulamos a la gente que nos rodea todos los días.
Se trata de gestos diarios tan simples como sonreír, aunque no apetezca, para causar una buena impresión o conseguir algo del otro. Estos gestos, o pequeños “empujones”, sirven para conseguir lo que queremos, y los tenemos tan asumidos, que a veces ni si quiera somos conscientes de que los hacemos.
“Todas las personas somos capaces de manipular, de hecho, a lo largo de nuestra vida, todos sin excepción, consciente o inconscientemente hemos tenido comportamientos con los que conseguir afianzar o lograr los fines propios”, explica el psicólogo Nacho Coller.
La técnica del empujón o del codazo
Detallando más esta idea, el psicólogo expone que las personas usan muchas formas de manipular de forma bastante habitual: “silencios prolongados, castigos, reproches, victimismo, u ofertas que no son sino chantaje puro y duro”.
Según la teoría de la técnica del empujón o del codazo, estos gestos pretenden conseguir “modificaciones sutiles en la presentación de un conjunto de opciones que afectan los procesos cognitivos automáticos, en lugar de los racionales, de una persona”. Algo que hacemos con los niños en la crianza, con nuestros amigos cuando queremos que se elija nuestra opción para ir de vacaciones o con nuestra pareja durante una riña.
Como insiste Coller, “las relaciones humanas están basadas en equilibrios de poder y no hace falta ser un narcisista o tener rasgos psicopáticos para convertirte en un manipulador”. La clave está en saber si se ha cruzado la delgada línea roja entre persuadir y manipular. “El paso previo a la manipulación es la persuasión y poner en marcha todo el arsenal psicológico para conseguir convencer a alguien. Si esto no se logra, es fácil que se traspase la línea y podamos a empezar a introducir algún componente emocional, con el que evidentemente puedas manipular y así conseguir tus fines”.
La diferencia entre las manipulaciones más evidentes y diarias, y las más dañinas, que convierten una relación en tóxica, es distinguir entre “empujones transparentes y no transparentes”. Así los diferenciaba Pelle Guldborg Hansen, un científico del comportamiento en la Universidad Roskilde de Dinamarca y fundador de la Red Europea de Nudge, que insiste en que “se puede empujar a las personas, pero sin dejar de respetar su autonomía”.
Como ejemplo, Hansen explicaba que “si envías un mensaje de texto para recordarle a la gente que vaya al dentista, comenzará a aparecer en la consulta, pero solo si quieren ir; si tienen miedo, no funcionará”. El experto insiste además en que aunque a corto plazo parece que dejar ver nuestras intenciones es menos práctico si queremos conseguir algo de la otra persona, a la larga, respetar su autonomía hará que se comprometan con nuestras ideas libremente, lo que mejorará la relación entre esas personas, y también la consecución de nuestros objetivos.
Conseguir mayor empatía
Sin embargo, hay ciertos actos tan cotidianos y tan intrínsecos en nuestro comportamiento, que no todos los expertos los consideran una manipulación, sino una habilidad social para conseguir generar una mayor empatía. Como expone el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos, estos gestos buscan activar las llamadas neuronas espejo “un tipo de neuronas que se activan cuando una persona realiza una acción y es observada esa misma acción por otro individuo. En ambas personas se activan las mismas neuronas”. Así, “las neuronas espejo nos ayudan en las interacciones con los demás”, algo que no se considera negativo, sino un esfuerzo loable por hacer fluir esa relación.
En este contexto, el experto incluye ejemplos que como que “cuando alguien está enfadado contigo, si intentas que se calme, se enfadará más. Sin embargo, es más eficaz que simules que tú también estas enfadado como él. Así, si con la mayor discreción le imitas sus movimientos, como si fueras su espejo, comprobarás que en unos 15-20 minutos, lo más probable es que estará más tranquilo y se le habrá pasado el enfado”.
De hecho, mejorar la empatía parece ser precisamente la cura contra la manipulación. De esta manera, Rizaldos aclara que “podemos considerar que el lenguaje es el medio por el que más habitualmente somos manipulados, o manipulamos. Por ello hay que tener cuidado en lo que decimos y cómo lo decimos. En este sentido, resulta un buen antídoto de la manipulación, la empatía, ser capaces de ponernos en el lugar del otro”.
Las manipulaciones más comunes
Teniendo estas diferencias claras, lo cierto es que aunque todo el mundo peca de manipular en algún momento, hay personas más manipuladoras que otras. Según Nacho Coller son aquellas personas en la que “la culpa siempre es de los demás”, además “es capaz de leer entre líneas y detectar las inseguridades para usarlas en contra del otro. Igualmente, muestra una seguridad mayúscula y parece conocer al dedillo lo que el otro piensa y siente”. Asimismo suelen ser personas muy dadas a criticar, a generar malos rollos entre las personas, a buscar esas tensiones y a ver las relaciones personales “como ganadores y perdedores, haciendo lo posible y lo imposible por ganar”.
Por su parte, Miguel Ángel Rizaldos señala que no solo se trata de detectar al manipulador, sino sobre todo ciertos tipos de manipulaciones, que son las más dañinas. Entre ellas cita la llamada “luz de gas”, que se centra en “distorsionar y confundir al otro, haciéndole creer algo que no ha sucedido”, con frases como ‘eso no ha sucedido nunca’, o ‘te equivocas, eso te lo has imaginado”. También está la tendencia a culpabilizar, ya que “trata de trasferir sus emociones negativas y carencias, o desvía la responsabilidad de sus comportamientos a la otra persona”. Todo ello además de las críticas, las generalizaciones y las descalificaciones.
Para terminar, el experto aclara que si bien es cierto que “todos podemos en alguna ocasión haber tenido comportamientos de manipulación de las personas de nuestro entorno”, también lo es que “todos hemos sido o seremos víctimas de algún tipo de manipulación. Nadie está libre de ello”. Sin embargo, los perfiles más tóxicos son aquellos que se relacionan con personas “psicópatas, narcisistas, tóxicas o mentirosas”, ya que “pueden llegar a complicar mucho nuestra vida, aumentan nuestras inseguridades y por tanto bajan nuestra autoestima”.
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