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En 2004 surgió la campaña de 'Free Hugs' en todo el mundo. Ahora, hemos ido un paso más allá, y la gente cobra por darlos, ¿problemas de la soledad o del capitalismo?
El chico te observa llegar, con una sonrisa enorme dibujada en su cara. Lleva un cartel a la espalda en el que puede leerse, según el país en el que te encuentres y la lengua oficial, o bien "Free Hugs" o "Abrazos gratis". Incluso "Darmowe Przytulanie" o "Бесплатные объятия". Da igual, en todas partes significa lo mismo. A ti, como te sucede cuando se te acerca un solidariopreguntándote si tienes un momento, te inunda la incomodidad, pero de repente te dices: "¿Por qué no?". Te acercas, os abrazáis, y el mundo parece un lugar mejor.
La campaña de los abrazos gratis comenzó en el año 2004, como protesta contra un mundo globalizado donde reinan la desconfianza, los prejuicios y los problemas. La leyenda es la siguiente: el australiano Juan Mann (obsérvese la coincidencia fonética con 'One man', un hombre) se siente completamente solo en su país natal, tras la separación de sus padres, el fallecimiento de su abuela y otra serie de problemas. Decide salir a la calle Pitt Mall, en Sidney, donde se dedica a repartir abrazos a la gente que pasa. Alguien lo graba. Se hace viral en el mundo entero. Se impulsa una campaña.
¿Cuánto pagarías por un abrazo?
Los abrazos tienen un gran poder, según la psicología, y, sin embargo, parecen escasear. Por nuestro carácter mediterráneo quizá estemos un poco más acostumbrados a ellos pero prueba a abrazar a un amigo japonés en un momento de intimidad. Después observa qué cara se le queda. Y sin embargo, esa necesidad de abrazar a desconocidos en medio de la calle dice mucho de nosotros como sociedad.
Y, como todo en esta vida, pueden capitalizarse. Si bien la práctica comenzó como algo más altruista, a día de hoy, aunque suene ridículo, existen "profesionales" que cobran en Estados Unidos hasta 70 euros por hora para dar mimo a sus clientes. Existen fiestas de bienvenida, donde las personas pagan entre 8,76 y 43 dólares para unirse a estas prácticas, que no tienen nada de sexuales. Dar la mano, acariciar el pelo, abrazar... es lo que se le exige a estos trabajadores. Normalmente los que se atreven a pagar estas cantidades de dinero por disfrutar de contacto físico son personas solteras que se sienten solas.
Que se lo digan, por ejemplo a Samantha Hess, americana de 34 años y profesional en la compañía 'Cuddle Up To Me', ("abrázame" o "acurrúcate conmigo"). Una empresa que lleva cinco años de recorrido y que da abrazos a mansalva: un grupo de varios hombres y mujeres, vestidos, se reunen alrededor de una cama y se abrazan. ¿Por qué excusa esta "profesional del abrazo" que haya que pagar por recibirlo?, como cuenta en 'CNBC': "Si alguien me ofrece una galleta gratis en la calle desconfiaré. Si trata de vendérmela, el resultado será diferente".
Y, aunque parezca sorprendente, los acontecimientos negativos son rentables para el negocio. Como ella misma explica, la elección de Donald Trump en 2016 como presidente del gobierno consiguió que las demandas de abrazosse incrementaran. "En un momento en que la gente se encuentra fuera de sí o insegura, es genial poder darles una salida a ese sufrimiento con un simple abrazo".
El abrazo produce beneficios para nuestra salud. De acuerdo con Lía Barbery, abrazoterapeuta uruguaya y autora del libro 'El lenguaje de los abrazos', al realizar este acto no sólo segregamos oxitocina (hormona del apego), también se liberan serotonina y dopamina, por lo que se genera una agradable sensación de bienestar, armonía y plenitud en el momento del abrazo. Los que carecen de ellos pueden sentirse deprimidos o malhumorados, ¿quizá por eso están dispuestas a pagar cifras altas por recibirlos?
El Dog Café
No ha de sonar tan descabellado. No, por lo menos, en un mundo donde existen las gatotecas y los Dogs Cafés. El que acude al Dog Café en Corea del Sur o a la Gatoteca cerca de Lavapiés lo hace con el motivo de acariciar a los perros y a los gatos. No es tan diferente del que acude a una fiesta para abrazar a un desconocido y que, incluso, paga por ello. La soledad imperante es la que llama a estos individuos a hacerlo, aparentemente.
Y, a veces, se preguntan algunos, ¿no es mejor comprarte un gato suave al que abrazar cuando quieras que tener que hacerlo con un desconocido que quizá te pida el número de teléfono o cuyo olor corporal te desagrade? ¿No hay algo verdaderamente incómodo en un abrazo prescriptivo? Se pierde toda la naturalidad que el proceso pudiera tener.
Pero, pensemos, el sexo pagado es muy parecido. Y es más antiguo que el mundo. Igual que aquel que paga por tener contacto sexual, sea por el motivo que sea, hay gente que desea la intimidad que puede proporcionar un abrazo. El sentido romántico del mismo quizá se esté perdiendo por algo totalmente diferente: una necesidad de aquellos que se sienten demasiado solos como para recibirlo por parte de un conocido.
En un mundo hiperconectado donde todo el mundo se siente solo pagar por un abrazo está desbancando a hacerlo a cambio de sexo
Parece que la clave está, por tanto y una vez más, en la soledad que embarga un mundo que se encuentra irónicamente hiperconectado. Los motivos por los que nos encontramos más solos que nunca son demasiado complejos como para resumirse en poco espacio, pero el hecho de que ya existan profesionales del abrazo no parece augurar que la cosa vaya a mejorar a corto plazo ¿Puede llegar a ser un trabajo del futuro, teniendo en cuenta la velocidad a la que surgen nuevos puestos de trabajo con la automatización y cómo desaparecen todos? Bueno, en las universidades comienza a pensarse muy seriamente el implantar la carrera de influencer y youtuber. En sus ratos libres, quizá esos futuros doctorandos 'influencers' necesiten un abrazo por parte de un profesional que se preste a darlo.
¿Se imaginan que el famoso abrazo de Vergara -aquel que se dieron Espartero y Maroto- hubiera corrido a cargo de profesionales? ¿O que hubieran tenido que pagar antes de llevar a cabo un gesto tan simple? El capitalismo tiene la respuesta a esas dudas (y a muchas otras) una vez más. Abrazar a un desconocido en mitad de la calle para despojarnos de la soledad puede ser algo desinteresado e incluso bello, pero tener que pagar por ello quizá no tenga el mismo carácter altruista. Además, ya saben lo que dicen, las mejores cosas de la vida son gratis. No intentemos ponerlas un precio.
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