lunes, 16 de septiembre de 2019

Las heridas no cerradas de Lehman Brothers






Estados Unidos vive el periodo de crecimiento económico más largo de la historia y las bolsas están en máximos, pero los ecos del colapso financiero de 2008 aún no se han apagado.


La quiebra de Lehman Brothers fue la mayor de la historia y se valoró en 613.000 millones de dólares (570.000 millones de euros). El agujero que dejó tiene, sin embargo, un valor incalculable.

Once años después del desastre financiero que hizo tambalear los cimientos de Wall Street, las heridas no se han cerrado del todo. La incapacidad de los sucesivos gobiernos de devolver a los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac a la órbita privada es sólo un ejemplo de los temores que suscita regresar a la casilla de salida.

La economía de Estados Unidos crece ininterrumpidamente desde marzo de 2009, el periodo de bonanza más largo de su historia, y Wall Street permanece al alza desde finales de 2008, un ciclo también sin precedentes, pero la alargada sombra de Lehman Brothers sigue acechando.


Fannie Mae y Freddie Mac, aún en la órbita pública




Era septiembre de 2008 y al Gobierno de George W. Bush no le quedó más remedio que acudir al rescate de las dos mayores firmas hipotecarias de Estados Unidos. Fannie Mae y Freddie Mac, responsables de la mitad de las hipotecas del país, se encontraban totalmente expuestas a la caída del negocio por la crisis subprime, a lo que se unía la fuga de inversores y tenedores de deuda. Las compañías, que nacieron como entidades públicas, operan a través de un sistema de garantías mediante el que adquieren los créditos de los prestamistas y los venden como acciones a los inversores.

La Casa Blanca destinó a ambas 187.000 millones de dólares para evitar el colapso total, lo que implicó su reentrada en la órbita pública. La Administración hizo movimientos parecidos en el caso de gigantes en problemas como General Motors, pero su situación se resolvió aceleradamente en cuanto el sistema empezó a recuperarse del batacazo de Lehman Brothers. No fue así en el caso de Fannie Mae y Freddie Mac.

En plena recuperación económica y, sobre todo, inmobiliaria, la Administración de Barack Obama hizo amagos de reiniciar su privatización, pero el trago parecía demasiado difícil de digerir. Ahora, el Gobierno de Donald Trump ha asegurado que pondrá en marcha el proceso en los próximos seis meses, tanto con acuerdo del Congreso como sin él. Los detalles, sin embargo, no están claros. La Casa Blanca se ha limitado a asegurar que la transición se realizará de una forma gradual para evitar riesgos y asegurar que se mantienen las condiciones para acceder a hipotecas populares como la de interés fijo a 30 años. Para ello, necesitarían seguir contando con respaldo público. La decisión del Gobierno está relacionada con una reciente sentencia judicial que tumba el fallo que daba derecho al Tesoro a quedarse con todos los beneficios de ambas empresas. Desde su rescate, Freddie Mac y Fannie Mae han pagado 115.000 millones de dólares más de los que recibieron.



Los tipos de interés no remontan



La caída de Lehman Brothers que derivó en la Gran Recesión ha cambiado los patrones de los ciclos económicos. Resulta muy difícil de entender que una economía que crece por encima del 2% y que presenta una tasa de desempleo menor del 4% se vea obligada a bajar los tipos de interés para impulsar su economía. Pero este escenario es una realidad en Estados Unidos. Después de casi una década con las tasas en niveles cercanos a cero, la Reserva Federal (Fed), entonces dirigida por Janet Yellen, aplicó una tímida subida en diciembre de 2016. Ante las incertidumbres, tuvo que esperar un año entero para decidir otro incremento. El proceso se aceleró en 2018, con el liderazgo de la Fed ya en manos de Jerome Powell y con cuatro alzas en un solo ejercicio, y se ha detenido bruscamente en 2019. Pese a que los tipos siguen bajos, la Reserva Federal volvió a recortarlos en julio, hasta un rango de entre el 2% y 2,25%, y prepara más rebajas. La siguiente, previsiblemente, podría anunciarse la semana que viene, cuando está programado un nuevo encuentro de la Fed. Las decisiones del banco central americano se enfrentan, además, a un obstáculo sin precedentes: Donald Trump. Nunca antes un presidente del Gobierno se había mostrado tan osado para pronunciarse en contra de la estrategia de un organismo que se presupone independiente.


Los controles, aún insuficientes




El temor del Gobierno era que se repitiera un escándalo similar al de Lehman Brothers, así que se puso en marcha una batería de medidas para reforzar los controles contenidas en una ley de 848 páginas conocida como Dodd Frank. Sin embargo, pese al exhaustivo trabajo de legisladores y reguladores, los controles siguen siendo insuficientes. El mayor escándalo financiero desde la quiebra de Lehman Brothers afectó, precisamente, al banco cuya imagen había salido más fortalecida de la crisis: Wells Fargo. La entidad se convirtió rápidamente en la primera del sector por capitalización bursátil, con una reputación intachable de aversión al riesgo. En 2016, sin embargo, trascendió que los empleados del banco llevaban años abriendo cuentas falsas, sin el conocimiento de los clientes, para cumplir con las duras exigencias impuestas por la dirección. El escándalo, que afectó a dos millones de cuentas bancarias y provocó 5.300 despidos, dejó en evidencia más deficiencias y desembocó en la salida de su consejero delegado desde 2007, John Stumpf. Su sustituto, Timothy Sloan, también se ha visto obligado a dejar las riendas ante su incapacidad de cerrar la crisis. Wells Fargo lleva seis meses en proceso abierto de búsqueda de un nuevo primer ejecutivo.


El epicentro del desastre financiero sigue sufriendo



La 'zona cero' del terremoto de Lehman Brothers se encuentra en la industria de valores de Nueva York, cuyas heridas nunca se cerrarán del todo. Los bonus, símbolo del poderío económico del sector más importante de Manhattan, no han recuperado los niveles de 2007 y cayeron un 17% el año pasado, hasta una media de 153.700 dólares. En total, la industria de valores de Nueva York repartió en efectivo 27.500 millones de dólares, por debajo de los 30.000 millones de dólares de 2007. Por su parte, las cifras de empleo siguen recuperándose, pero la industria de valores es todavía un 4% más pequeña que hace una década, con 181.300 puestos de trabajo. En contraste, la fuerza laboral en el resto de sectores de Nueva York se ha impulsado un 25% desde 2007. Los empleados de la industria financiera siguen siendo, en cualquier caso, los mejor pagados. Según la oficina del auditor de Nueva York, Thomas DiNapoli, el sueldo medio, incluyendo bonus, se situó en 422.500 dólares en 2017 (últimos datos disponibles), más de cinco veces por encima de la media, fijada en 77.100 dólares. Casi una cuarta parte de los empleados del sector ganan más de 250.000 dólares, frente al 3% del resto.

La industria de valores supone menos del 5% de los empleos privados de Nueva York, pero implica la mayor fuente de ingresos tanto para la ciudad como para el Estado. Se calcula que el sector aporta el 18% de los impuestos recaudados por el Estado y el 7% de los de la ciudad. Las perspectivas, sin embargo, adelantan una caída de más del 9% de los bonus este año, lo que recortará el presupuesto de Nueva York.

Como contrapartida, los beneficios por operaciones en la Bolsa de Nueva York se impulsaron un 11% en 2018, hasta 27.300 millones de dólares, gracias a una subida de los ingresos del 6%, hasta 163.000 millones de dólares, el mayor ritmo de crecimiento desde 2012.

Pese a que el Ayuntamiento de Nueva York lleva tiempo tratando de reducir su dependencia del sector, el proceso es complicado. Se calcula que uno de cada once trabajos está relacionado, directa o indirectamente, con la industria de valores.



CLARA RUIZ DE GAUNA
NUEVA YORK
14 SEP. 2019
https://www.expansion.com/empresas/banca/2019/09/14/5d7bf5a7468aeb4c158b46cc.html

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