
Brigitte Bardot ha muerto a los 91 años, y con ella desaparece una de las bellezas más revolucionarias de la historia contemporánea pero también una figura que encarnó muchas controversias de la cultura del siglo XX. La Fundación Bardot confirmó el fallecimiento este domingo 28 de diciembre con un comunicado breve, solemne. Se ha acabado una vida marcada por la fama, el escándalo, la libertad y la belleza. Durante los últimos meses, su estado de salud se había deteriorado; rumores insistentes hablaban de asistencia respiratoria, y en julio pasado sufrió un grave malestar que alarmó a sus seguidores. Pero más allá de los problemas físicos, una parte de su vida estuvo marcada por la intensidad de la exposición pública y por una capacidad única para generar fascinación y polémica al mismo tiempo.
Bardot encandiló al mundo con su sensualidad y su mirada, hasta tal punto que fue un símbolo cultural que trascendió el cine como pocas, quizás Marilyn Monroe. Bardot traspasó las pantallas e inundó la moda y la música. Su carrera cinematográfica, breve pero impactante, la convirtió en referente de una Francia liberada de ciertas normas sociales, y su defensa de los animales la transformó en una activista temida y respetada. Incluso cuando sus posturas políticas se volvieron polémicas, la imagen de Brigitte Bardot siguió siendo la de una mujer que no pedía permiso para existir, para vivir o para opinar.
Infancia y descubrimiento de una estrella
Nacida en París en 1934, Brigitte Bardot creció en un entorno burgués y profundamente católico. Su padre, Louis Bardot, era un industrial propietario de las fábricas Bardot, precursoras de Air Liquide, mientras que su madre, Anne-Marie Mucel, soñaba con convertirse en bailarina o actriz, sueños que proyectó en su hija. Desde pequeña, Brigitte recibió una educación estricta que enfatizaba el porte, la disciplina y la corrección: caminaba con la cabeza erguida y desarrolló un port de cabeza que sería más tarde una de sus señas de identidad, admirado por algunos y considerado arrogante por otros.
A los quince años, ingresó al conservatorio como aprendiz de bailarina. Su gracia natural le valió el apodo de "Bichette", y aunque destacó por su elegancia y delicadeza, la rigidez de la disciplina terminó por cansarla. Abandonó la danza pocos meses después, buscando un camino más libre. Sin embargo, la profecía que rondaba en la familia sobre su destino comenzó a materializarse. Según contaba su padre, una vidente había predicho que su nombre recorrería el mundo.
El azar y la conexión familiar jugaron un papel decisivo. La madre de Brigitte era amiga de Hélène Lazareff, fundadora de la revista Elle, quien decidió que la joven posara para la portada de la publicación el 8 de mayo de 1950. Marc Allégret, cineasta de renombre, quedó fascinado con la imagen y envió a su asistente, Roger Vadim, a localizar a la adolescente de dieciséis años. Vadim, entonces un 'dandy' de 22 años, cumplió su misión con diligencia y rápidamente entabló una relación sentimental con la joven modelo, a pesar de la oposición de sus padres. La tensión familiar llegó al extremo: el padre llegó a apuntar un revólver a Vadim por haber acompañado a Brigitte más allá de la medianoche. La joven, desesperada, intentó suicidarse, y fue solo semanas después que la familia descubrió que Vadim era hijo de un aristócrata ruso y, por lo tanto, un pretendiente respetable. El 21 de diciembre de 1952, Bardot se casó con Vadim, apenas dos meses después de alcanzar la mayoría de edad.
Primeros pasos en el cine
La carrera de Bardot comenzó modestamente. Su primer papel fue en Le Trou normand (1952), dirigida por Jean Boyer, donde interpretó a una joven sencilla y coqueta obsesionada con un campesino ingenuo interpretado por Bourvil. Posteriormente, la actriz encadenó pequeños papeles y apariciones, rodeándose de gigantes del cine de la época y aprendiendo el oficio con cada escena. Participó en Si Versailles m'était conté (1954), dirigida por Sacha Guitry, y viajó a Italia para rodar peplums como Hélène de Troie (1956), pero ninguno de estos trabajos dejó una huella indeleble.
El verdadero punto de inflexión llegó en 1956 con Et Dieu… créa la femme, dirigida por Roger Vadim, quien escribió el papel a medida de su esposa. La película narra la historia de una joven sensual y libre que atrae la atención de tres hombres, un reflejo exacto del carácter de Bardot. La escena en que baila al ritmo del mambo, desinhibida, escalando una mesa descalza, se convirtió en icónica. Bardot declaró entonces: "No juego, soy". La película no solo transformó su carrera, sino que consagró sus iniciales, BB, como símbolo de una belleza y un magnetismo capaces de eclipsar cualquier argumento cinematográfico.
Aunque en Francia el estreno inicial generó reservas críticas y la hostilidad de sectores conservadores, el impacto internacional fue inmediato. En el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, la prensa celebró a la joven actriz como un fenómeno cultural: The New York Times la calificó como "un fenómeno que hay que ver para creer", y Life la describió como "menos una chica que una actitud excitante". La crítica internacional reconoció en Bardot no solo una belleza física, sino un aire de liberación que anticipaba los cambios sociales que vendrían en las décadas siguientes.
Ascenso a la fama y consolidación del mito BB
El éxito de Et Dieu… créa la femme convirtió a Brigitte Bardot en un fenómeno internacional, pero también la transformó en blanco de controversias y debates sobre la moral, la sexualidad y el papel de la mujer en la sociedad. La película, calificada en Francia para mayores de 16 años, fue recibida con reservas iniciales por la crítica y el público conservador, mientras que fuera de Francia, especialmente en Alemania y Estados Unidos, se desató una verdadera histeria mediática. Miles de personas se agolparon frente a los cines; en algunos lugares se produjeron disturbios, y revistas como Life dedicaron largos reportajes a la nueva estrella: "Brigitte Bardot representa menos una mujer que una excitante actitud metafísica", escribió la publicación.
La joven actriz, apenas de 21 años, comenzaba a vivir la fama como una fuerza incontrolable. La imagen de BB no solo era su belleza, sino también su actitud: libre, directa, despreocupada y sensual, como si su sola presencia cuestionara las normas sociales de la época. Sin embargo, esta notoriedad también traía consecuencias inmediatas y casi inhumanas. Bardot, que había sido protegida en su infancia y adolescencia, ahora se veía atrapada por multitudes, fotógrafos y periodistas que la perseguían a donde fuera. Cada aparición pública se convertía en un espectáculo: la policía debía escoltarla incluso para salir a comprar una prenda en una mercería local; la multitud aplaudía y abucheaba a partes iguales, intentando tocarla o simplemente observarla.
El escándalo y la censura
El cuerpo de Brigitte Bardot se convirtió en el centro de un debate social que trascendía el cine. En 1958, durante la Exposición Universal de Bruselas, el pavillon de la Iglesia Católica presentó a la actriz como símbolo del mal, en contraposición con las imágenes de santidad y virtud. Su famosa escena final en Et Dieu… créa la femme, donde baila desinhibida y alborota a los hombres que la rodean, fue considerada escandalosa y una amenaza a la moral pública. El fenómeno BB no era solo un debate estético: cuestionaba las reglas de comportamiento de la mujer, la sexualidad y el deseo masculino. Bardot se convertía en un icono de libertad antes de que existiera un movimiento feminista formal que lo respaldara.
En 1957, Bardot protagonizó En cas de malheur junto a Jean Gabin. La relación cinematográfica con el veterano actor transformó la percepción de la joven actriz: ya no era una estrella emergente, sino un fenómeno consolidado. La presentación de la película en la Mostra de Venecia en 1958 fue una demostración de la magnitud de su fama: aviones trazaron las iniciales BB en el cielo, mientras que la actriz permanecía encerrada en su habitación, abrumada por la atención. En esas horas, Bardot comprendió la carga de la celebridad: ser adorada y deseada también implicaba sentirse objeto, propiedad colectiva de quienes la observaban.
La vida privada bajo escrutinio
La fama trajo consigo la pérdida de privacidad. En 1958, Bardot compró un apartamento en Passy, en París, y encontró en Saint-Tropez, con la compra de La Madrague, su refugio de tranquilidad. Allí, entre paredes construidas para proteger su intimidad, intentó recuperar algo de normalidad, aunque las multitudes siempre lograban acercarse. Incluso durante su embarazo con Jacques Charrier en 1959, los paparazzi acechaban su domicilio, obligándola a permanecer recluida y vigilada por ventanas y balcones. La presión mediática convirtió la maternidad en una experiencia pública y dolorosa, donde cada movimiento era escrutado.
Madurez artística y desafíos personales
A pesar de las dificultades, Bardot continuó trabajando en el cine. En 1960, aceptó protagonizar La Vérité, dirigida por Henri-Georges Clouzot. La película abordaba temas complejos y polémicos, y el rodaje fue agotador. Bardot, marcada por el postparto y los problemas matrimoniales, tuvo que enfrentar además la exposición de sus emociones más íntimas, lo que la llevó al límite de su resistencia. Durante la filmación, se inspiró en su propia vida y en la presión social que la perseguía para dar veracidad a su interpretación. El resultado fue un éxito de público, con cerca de seis millones de entradas vendidas, y una prueba de que Bardot podía equilibrar la fama, el escándalo y la excelencia artística.
Pero incluso en el punto álgido de su carrera, Bardot enfrentó crisis personales profundas. Intentos de suicidio y periodos de depresión marcaron su existencia, y la relación con Jacques Charrier se deterioró, llevándola finalmente al divorcio. Esta etapa de su vida reveló que, tras la leyenda de BB, existía una mujer vulnerable, atrapada entre la admiración pública y la necesidad de preservar su intimidad.
Décadas de provocación y transformación: el cine, la retirada y la causa animal
Durante los años 60, Brigitte Bardot consolidó su estatus como ícono del cine mundial, pero también se vio envuelta en un torbellino de escándalos que iban más allá de la pantalla. Su cuerpo y su vida privada se convirtieron en objeto de debate, discusión y admiración simultánea. Películas como Le Mépris (1963), dirigida por Jean-Luc Godard, pusieron a prueba los límites de la censura y la moral de la época. En la famosa escena de la cama, Bardot se muestra completamente desnuda, preguntando con descaro: «¿Qué prefieres, mis pechos o la punta de mis pechos? ¿Y mis rodillas, te gustan? ¿Mis muslos… y mis glúteos?» Esta exhibición no fue simplemente provocación gratuita, sino un símbolo del control que Bardot ejercía sobre su propia imagen y un desafío directo a las normas de la representación femenina en el cine.
En 1965, con Viva Maria! de Louis Malle, y en 1966, con Masculin féminin de Godard, la actriz consolidó su capacidad de combinar sensualidad, inteligencia y presencia magnética. Sin embargo, su carrera empezaba a mostrar signos de fatiga y desinterés. La elección de papeles se volvió cada vez más errática: westerns como Shalako (1968) con Sean Connery, o películas como Les Pétroleuses (1971) y Don Juan 73 (1973) demostraban una cierta desconexión entre Bardot y la narrativa de los filmes. Incluso rechazó roles que hoy se consideran históricos: Les Parapluies de Cherbourg y Les Demoiselles de Rochefort de Jacques Demy, así como la oportunidad de convertirse en James Bond girl en Al servicio de Su Majestad (1969). Bardot no encontraba satisfacción en el cine: la pasión, según sus propias palabras, nunca había sido por actuar, sino por vivir y ser ella misma.
El retiro y la nueva vocación
En 1973, a los 38 años, anunció su retirada del cine. "Pensé que el cine no me aportaría más, y que yo no podría aportar nada al cine", declaró años después a Hervé Guibert en Le Monde. La actriz eligió preservar la belleza de su imagen y evitar caer en la mediocridad de una carrera que ya no le ofrecía satisfacción personal. La decisión marcó el comienzo de una nueva etapa, centrada en la privacidad y en causas que le apasionaban: especialmente la protección de los animales.
Su activismo comenzó años antes, en 1962, cuando solicitó la generalización del uso del pistolet d'abattage indolore en los mataderos franceses, un gesto que anticipaba su posterior labor humanitaria. En los años 70, Bardot se volcó en la defensa de los animales, convirtiéndose en portavoz de la Sociedad Protectora de Animales (SPA) y organizando campañas internacionales. Su viaje a Canadá en 1977, para salvar a los bebés focas del comercio de pieles, fue ampliamente difundido por Paris Match, mostrando a Bardot sobre la banquisa, determinante y desafiante. Tras intensas gestiones, logró que en 1978 se prohibiera en Francia el comercio de productos derivados de la caza de focas.
En 1986, fundó oficialmente la Fundación Brigitte Bardot con un capital de tres millones de francos. Para reunir los fondos, vendió sus recuerdos más preciados: objetos personales, vestuario de películas, fotografías y retratos, incluidos su primer matrimonio con Vadim y recuerdos de su carrera cinematográfica. "Liquidé mi primera vida para financiar la segunda", declararía años después. La fundación se convirtió en su legado más duradero, un instrumento de lucha implacable contra la crueldad hacia los animales y de educación sobre su protección.
El activismo como polémica
Aun alejada del cine, la figura de Bardot continuó provocando controversia. Sus posturas políticas y sociales empezaron a polarizar al público. En los años 90, sus declaraciones sobre la inmigración y el islam le valieron condenas judiciales y acusaciones de racismo. Mientras tanto, su activismo animal crecía en importancia, convirtiéndose en el eje central de su vida pública. Bardot no dudaba en enfrentar a gobiernos, líderes religiosos y legisladores en defensa de los animales, una causa que asumía con la misma intensidad con la que había vivido sus primeros años de fama.
Sus memorias, Initiales B.B., publicadas en 1996, se convirtieron en un best-seller traducido a 23 idiomas, donde narraba sin filtros su vida, sus romances, su cine y su activismo. Sin embargo, este libro también coincidió con un periodo de polarización: Bardot se mostraba cada vez más firme en sus convicciones, a veces polémicas, a veces admiradas, pero siempre coherentes con la idea de una vida vivida a su manera, sin concesiones ni medias tintas.
Últimos años, polémicas y legado de una vida irrepetible
Tras su retiro del cine, Brigitte Bardot se sumergió por completo en su vida privada y en la defensa de los animales, pero su nombre continuó resonando en la esfera pública, a veces por su activismo, otras por sus polémicas declaraciones políticas. Su vida ya no estaba marcada por películas y alfombras rojas, sino por causas que la apasionaban y por una posición mediática que no dudaba en confrontar al poder y a la opinión pública.
Compromiso animal y reconocimiento internacional
El activismo de Bardot se volvió global. A partir de los años 80, movilizó la opinión pública contra el uso de pieles y la caza cruel de animales. Su fundación, establecida en 1986 con un capital inicial conseguido mediante la subasta de sus recuerdos personales, se convirtió en un instrumento eficaz de presión política y social. Con campañas mediáticas, reuniones con líderes mundiales, visitas al Dalái Lama e incluso al papa Juan Pablo II, Bardot logró imponer la causa animal en la agenda internacional. Gracias a sus gestiones, Francia y varios países europeos adoptaron legislaciones más estrictas sobre bienestar animal, especialmente en lo relacionado con la caza y la cría de focas y otros animales destinados al comercio de pieles.
Aun así, su pasión por los animales no la protegía de la controversia. Bardot fue conocida por su intransigencia y su forma directa de comunicar sus ideas, lo que le acarreó tanto admiración como críticas feroces. Su figura quedó siempre ligada a la idea de alguien que no negocia principios: se negaba a colaborar con quienes no respetaban su causa, como Madonna, que a pesar de ofrecerle millones de dólares para adaptar Initiales B.B. al cine, había usado pieles en sus presentaciones.
Polémicas políticas y judiciales
Con los años, Bardot también se convirtió en un personaje político polémico. En 1996, publicando la tribuna Mon cri de colère, expresó su hostilidad hacia la inmigración y el crecimiento de la comunidad musulmana en Francia, declaraciones que le valieron demandas judiciales y condenas por incitación al odio. A pesar de las críticas, ella defendió siempre su derecho a expresar su opinión, asegurando que su principal criterio era la protección de los animales y no la política partidaria.
En los años siguientes, mantuvo posiciones controvertidas sobre diferentes líderes y partidos políticos, apoyando ocasionalmente a figuras del Front National como Jean-Marie Le Pen y Marine Le Pen, pero dejando claro que sus votos estaban guiados por la preocupación por la causa animal. En declaraciones posteriores, afirmaría que habría apoyado cualquier partido que adoptara medidas concretas para reducir el sufrimiento animal, dejando entrever que su activismo trascendía las etiquetas ideológicas.
Vida personal y relaciones
Mientras el mundo discutía sus posiciones públicas, Brigitte Bardot cultivaba su vida privada con discreción, especialmente en su última etapa. Después de su matrimonio con Roger Vadim, siguieron relaciones de intensidad variable, incluyendo a Jacques Charrier, padre de su hijo Nicolas, Gunter Sachs y finalmente Bernard d'Ormale, con quien contrajo matrimonio en 1992. Con d'Ormale, Bardot encontró una relación tranquila, alejada del brillo mediático y centrada en la vida doméstica y la defensa de los animales.
Sus primeros romances, tumultuosos y altamente publicitados, habían moldeado la percepción del público sobre ella como una mujer libre, apasionada y a menudo difícil. Su maternidad, marcada por la exposición mediática y las dificultades personales, reflejó la tensión entre la fama y la intimidad. Aun así, su relación con Bernard d'Ormale y sus últimos años de vida muestran que Bardot logró finalmente equilibrar la intensidad de su pasado con la serenidad de su presente.
El final de un mito
Brigitte Bardot falleció a los 91 años, dejando atrás una vida de escándalos, pasiones, éxitos y luchas. No fue solo la mujer que encendió el cine de los años 50 y 60, ni la actriz cuya sensualidad fascinó al mundo; fue también la activista incansable que transformó su fama en un instrumento de protección de los animales y en una voz difícil de ignorar. Su figura, tan polémica como admirada, representa una era de liberación femenina, de cuestionamiento social y de compromiso personal.











