Deriva autoritaria del primer ministro turco, acorralado por la corrupción | El primer ministro ha perdido el apoyo del principal grupo islamista moderado | Jueces, fiscales y policías entran en la guerra para derribar al Gobierno.
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, está al borde del abismo. El que fue el reformista aplaudido en Occidente por su moderado islamismo es hoy un líder acorralado por la corrupción, desbocado en una huida hacia adelante, autoritaria, que destruye el Estado de derecho y apaga la democracia en Turquía.
"Turquía no es un país normal, hemos perdido la democracia", afirma el editor Gültekin. "Erdogan ha sufrido un cambio psicológico. No hay duda de que hoy es más paranoico y absolutista", asegura el historiador Öktem. "Tiene los días contados -anticipa el empresario Saripinar-. Ya han empezado las deserciones dentro de su propio partido. Puede perder la mayoría parlamentaria en poco tiempo".
Las calles de Estambul reflejan la crisis. Las fuerzas antidisturbios, con tanquetas y cañones de agua, vigilan, con ayuda de decenas de agentes de paisano, los puntos neurálgicos de la ciudad, y de muchas fachadas cuelgan, desde hace unos días, imágenes gigantes del propio Erdogan con la mirada fija en el infinito y un lema -"Voluntad firme"- que tanto es un desafío como la prueba más clara de que el agua ya le llega al cuello.
Los fiscales anticorrupción le acorralan. El 17 de diciembre destaparon una trama que se ha llevado por delante a cuatro ministros. El hijo de uno de ellos tenía siete cajas fuertes en su casa. Al director general del segundo banco del país le encontraron 4,5 millones de dólares escondidos en cajas de zapatos. Se han descubierto transferencias de oro con Irán, indicio de que la jerarquía turca podría haber violado por su cuenta el embargo a Teherán. Empresarios afines a Erdogan, implicados en grandes proyectos urbanísticos en Estambul, han sido encarcelados. La fiscalía iba a interrogar a su hijo Bilan cuando el primer ministro aprobó de urgencia un decreto que permite al Gobierno parar los procesos de corrupción en su contra. Luego ha destituido a decenas de fiscales y despedido o trasladado a 2.500 policías. Los mejores especialistas en crimen organizado y blanqueo de dinero están hoy en el paro o dirigiendo el tráfico.
Erdogan, apoyándose en que la justicia turca nunca ha sido independiente del poder político, ha denunciado un "golpe judicial" y ahora intenta que el gobierno de los jueces y fiscales lo controle el ministro de Justicia.
Si el pasado mes de junio el movimiento cívico de Gezi -contra la destrucción de un parque en el centro de Estambul- le ganó la partida, ahora la ofensiva judicial, dirigida por sus rivales políticos dentro de la misma derecha islamista, puede noquearle.
Detrás de este doble ataque está la comunidad religiosa Hizmet, una especie de Opus Dei islámico. La dirige el académico Fatula Gulen desde una finca rural en Pensilvania. Aliado de primera hora de Erdogan, a quien ayudó a conquistar el poder, Gulen ha sido el cerebro que ha movido los hilos de la política turca durante los diez últimos años.
Hizmet, que tiene millones de seguidores -en gran parte porque Gulen es un moderado que prioriza la educación sobre la religión-, es una organización opaca, sin estructura. Desde sus orígenes en los años setenta, ha penetrado la judicatura y la policía. De ahí la purga masiva de los últimos días. Los analistas consultados esta semana coinciden en que es muy posible que controle, al menos. a 60 diputados del partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Erdogan. Equivalen al 10% de los escaños, suficiente para retirarle la mayoría.
Al desencuentro ha contribuido, además de la corrupción, el creciente mesianismo de Erdogan, empeñado en perpetuarse en el poder, así como el proceso de paz con los separatistas kurdos, que Gulen considera precipitado porque el grupo armado PKK no ha entregado las armas, aunque respeta un alto el fuego desde el pasado marzo.
Erdogan y la nueva Turquía, que iban a ser un modelo para la integración del islam en la política, además de un aliado ponderado en una región convulsa, han perdido ahora el favor de Estados Unidos. Los roces diplomáticos con Washington son frecuentes. Las relaciones con Israel están bajo mínimos. El objetivo de llegar a ser la fuerza diplomática indispensable allí donde existió el imperio otomano se ha derrumbado. Ha perdido su apuesta por los Hermanos Musulmanes en Egipto, y su apoyo a los rebeldes sirios no ha servido para derrocar al régimen de Damasco.
Lejos de admitir errores, Erdogan ha amordazado a la prensa. "La libertad de expresión ha desaparecido. El primer ministro controla y manipula los diarios y las cadenas de televisión", asegura el columnista Yavuz Baydar. "Sin una opinión pública formada -añade el historiador Öktem-, estamos ante una democracia de partido único, con la oposición socialdemócrata diezmada y desnortada, sin que sea posible saber lo que piensan sus líderes".
Erdogan es posible que ya fuera historia de no haber depurado a la cúpula del ejército. Hay más de 300 oficiales entre rejas, acusados de golpistas en un país donde hasta hace muy poco el poder militar era superior al civil. El primer ministro, sin embargo, está ahora dispuesto a revisar sus condenas. Parece claro que muchos fueron condenados con pruebas falsas, y su favor, en estos momentos tan críticos, no está de más.
"Turquía no es un país normal, hemos perdido la democracia", afirma el editor Gültekin. "Erdogan ha sufrido un cambio psicológico. No hay duda de que hoy es más paranoico y absolutista", asegura el historiador Öktem. "Tiene los días contados -anticipa el empresario Saripinar-. Ya han empezado las deserciones dentro de su propio partido. Puede perder la mayoría parlamentaria en poco tiempo".
Las calles de Estambul reflejan la crisis. Las fuerzas antidisturbios, con tanquetas y cañones de agua, vigilan, con ayuda de decenas de agentes de paisano, los puntos neurálgicos de la ciudad, y de muchas fachadas cuelgan, desde hace unos días, imágenes gigantes del propio Erdogan con la mirada fija en el infinito y un lema -"Voluntad firme"- que tanto es un desafío como la prueba más clara de que el agua ya le llega al cuello.
Los fiscales anticorrupción le acorralan. El 17 de diciembre destaparon una trama que se ha llevado por delante a cuatro ministros. El hijo de uno de ellos tenía siete cajas fuertes en su casa. Al director general del segundo banco del país le encontraron 4,5 millones de dólares escondidos en cajas de zapatos. Se han descubierto transferencias de oro con Irán, indicio de que la jerarquía turca podría haber violado por su cuenta el embargo a Teherán. Empresarios afines a Erdogan, implicados en grandes proyectos urbanísticos en Estambul, han sido encarcelados. La fiscalía iba a interrogar a su hijo Bilan cuando el primer ministro aprobó de urgencia un decreto que permite al Gobierno parar los procesos de corrupción en su contra. Luego ha destituido a decenas de fiscales y despedido o trasladado a 2.500 policías. Los mejores especialistas en crimen organizado y blanqueo de dinero están hoy en el paro o dirigiendo el tráfico.
Erdogan, apoyándose en que la justicia turca nunca ha sido independiente del poder político, ha denunciado un "golpe judicial" y ahora intenta que el gobierno de los jueces y fiscales lo controle el ministro de Justicia.
Si el pasado mes de junio el movimiento cívico de Gezi -contra la destrucción de un parque en el centro de Estambul- le ganó la partida, ahora la ofensiva judicial, dirigida por sus rivales políticos dentro de la misma derecha islamista, puede noquearle.
Detrás de este doble ataque está la comunidad religiosa Hizmet, una especie de Opus Dei islámico. La dirige el académico Fatula Gulen desde una finca rural en Pensilvania. Aliado de primera hora de Erdogan, a quien ayudó a conquistar el poder, Gulen ha sido el cerebro que ha movido los hilos de la política turca durante los diez últimos años.
Hizmet, que tiene millones de seguidores -en gran parte porque Gulen es un moderado que prioriza la educación sobre la religión-, es una organización opaca, sin estructura. Desde sus orígenes en los años setenta, ha penetrado la judicatura y la policía. De ahí la purga masiva de los últimos días. Los analistas consultados esta semana coinciden en que es muy posible que controle, al menos. a 60 diputados del partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Erdogan. Equivalen al 10% de los escaños, suficiente para retirarle la mayoría.
Al desencuentro ha contribuido, además de la corrupción, el creciente mesianismo de Erdogan, empeñado en perpetuarse en el poder, así como el proceso de paz con los separatistas kurdos, que Gulen considera precipitado porque el grupo armado PKK no ha entregado las armas, aunque respeta un alto el fuego desde el pasado marzo.
Erdogan y la nueva Turquía, que iban a ser un modelo para la integración del islam en la política, además de un aliado ponderado en una región convulsa, han perdido ahora el favor de Estados Unidos. Los roces diplomáticos con Washington son frecuentes. Las relaciones con Israel están bajo mínimos. El objetivo de llegar a ser la fuerza diplomática indispensable allí donde existió el imperio otomano se ha derrumbado. Ha perdido su apuesta por los Hermanos Musulmanes en Egipto, y su apoyo a los rebeldes sirios no ha servido para derrocar al régimen de Damasco.
Lejos de admitir errores, Erdogan ha amordazado a la prensa. "La libertad de expresión ha desaparecido. El primer ministro controla y manipula los diarios y las cadenas de televisión", asegura el columnista Yavuz Baydar. "Sin una opinión pública formada -añade el historiador Öktem-, estamos ante una democracia de partido único, con la oposición socialdemócrata diezmada y desnortada, sin que sea posible saber lo que piensan sus líderes".
Erdogan es posible que ya fuera historia de no haber depurado a la cúpula del ejército. Hay más de 300 oficiales entre rejas, acusados de golpistas en un país donde hasta hace muy poco el poder militar era superior al civil. El primer ministro, sin embargo, está ahora dispuesto a revisar sus condenas. Parece claro que muchos fueron condenados con pruebas falsas, y su favor, en estos momentos tan críticos, no está de más.
Xavier Mas De Xaxàs | Estambul Enviado especial 12/01/2014 - 00:00h
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