Muchos alemanes del Este nacidos después de 1989 afrontaron el silencio de sus padres sobre su experiencia en la RDA
Un día de 1996, Johannes Nichelmann, que tenía entonces 7 años, y su hermano encontraron en el sótano de su casa de Berlín, metido en una bolsa, un uniforme gris verdoso. Los chiquillos se calaron la gorra militar y se probaron la guerrera, que les venía enorme. De pronto, apareció su padre y les dijo furioso: “¡Quitaos eso ahora mismo!”. En la familia no se volvió a hablar de la cuestión. Nichelmann, hoy periodista, nació en Berlín Este en 1989, año de la caída del Muro, un acontecimiento capital del que estos días se celebra el 30.º aniversario. “Te sentabas a la mesa y veías que ciertos temas no se tocaban; entonces salía en la tele algo sobre la caída del Muro, notabas que los ánimos se tensaban, y aprendías que sobre eso no se podía hablar”, rememora. Ya adulto, supo que su padre había sido soldado de fronteras y que estuvo destinado en el muro de Berlín.
El mutismo sobre el pasado familiar –que afectó a muchos niños del este tras el fin de la República Democrática Alemana (RDA) comunista– impulsó a Nichelmann a entrevistar a coetáneos y a escribir el libro Nachwendekinder. Die DDR, unsere Eltern und das große Schweigen (Hijos de después del vuelco. La RDA, nuestros padres y el gran silencio). La expresión Nachwendekinder alude a die Wende (el vuelco), como se conoce al proceso que condujo a reformas democráticas en la RDA y a la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990.
Hijo de un soldado del confín
“En la tele salía algo sobre la caída del Muro y se ponían tensos; no se hablaba de eso”
“Es difícil aprender de la historia reciente cuando no se habla de ella; simplemente mis padres no querían hablar de su postura política ni de por qué se afiliaron al SED (el partido comunista de la RDA)”, explica Nichelmann en un encuentro con corresponsales en el que participan otros dos representantes de la última generación de Ostdeutsche (alemanes del Este). Aunque no conocieron en carne propia el régimen de la RDA, su identidad ha quedado marcada por cómo procesaron en su infancia y juventud las vivencias de sus progenitores, y por cómo sobrellevan los clichés actuales sobre los alemanes del este.En su libro, Nichelmann recoge casos como el de su amigo Lukas, quien, tras haber oído a su padre alardear de trayectoria revolucionaria, descubrió, a través de la llamada telefónica de un desconocido, que en realidad había sido espía de la Stasi. O el de Maximilian, que se siente como “un hijo de inmigrantes, con identidad marcada por un país de origen que él no ha conocido y que además ya no existe, la RDA”.
Luchando contra los clichés
“Ser del Este es una etiqueta negativa; se nos presenta como si todos fuéramos ultras”
Los tres participantes en el debate se sienten incómodos con la denominación Ostdeutsche e irritados con la mirada, entre arrogante y condescendiente, de muchos alemanes occidentales hacia sus compatriotas del Este. Según ese estereotipo, el germanooriental sería poco emprendedor, lento y amargado; y en los últimos años, además, votante de ultraderecha.
Melanie Stein, joven periodista y psicóloga nacida en Rostock (Mecklemburgo-Antepomerania), vive hace años en Hamburgo. “Allí me di cuenta de cuán negativa es la etiqueta de germanooriental; a veces me dicen como un elogio: ‘no pareces del Este’ –cuenta Stein–; esto muestra que hay un cisma sociopolítico en este país, sobre todo cuando los medios de comunicación alemanes nos presentan a los del Este como una masa compacta, como si todos fuéramos ultraderechistas”.
Intentando poner remedio, Melanie Stein creó la página web Wirsindderosten.de (Nosotros somos el este), en la que se presentan historias de jóvenes como ella. “En nuestra generación hay mucha gente cuyos padres y madres perdieron su trabajo con la reunificación; fuimos niños que tuvimos que hacernos independientes muy pronto, porque nuestros padres estaban teniendo que adaptarse a un sistema totalmente nuevo”, defiende Stein.
Tampoco le agrada la etiqueta a Alexander Finger, intérprete, cuya familia es de Sajonia. Él nació en 1991 en Berlín debido a que su padre vivía en el sector occidental desde antes de la caída del Muro; y eso era así porque, tras pasar un tiempo preso en la cárcel de la Stasi (la policía secreta de la RDA), su libertad fue comprada ( freigekauft ) por la República Federal de Alemania (RFA), un mecanismo existente.
“Ocurrió a inicios de los años ochenta; mi padre tenía 19 años y sacó fotos de instalaciones de frontera, lo cual estaba prohibido; la Stasi las interceptó y acabó en la cárcel”, recuerda. La familia de Finger ya tenía historial: su abuela fue vigilada por la Stasi, y años después de la reunificación, aún encontró un micrófono bajo la mesa de la cocina. Pese a que la postura de oposición al régimen comunista de su familia convirtió en “socialmente aceptable” la pertenencia de Finger al Este, en su infancia en Berlín notó también esa mirada desde arriba de los occidentales. Pero añade: “Los que crecimos en familias que se habían opuesto al régimen lo tuvimos más fácil para hablar del pasado”. Él nunca conoció el silencio en casa.
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