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Cada vez más neurocientíficos están explorando la enorme importancia que tiene este 'sexto sentido' y su relación con el cerebro para explicar enfermedades físicas. ¿Estamos ante un nuevo paradigma?
¿Cómo te encuentras ahora mismo? Seguramente, por las fechas que son, tendrás ganas de quitarte la camiseta o la sudadera debido al calor. ¿Tienes hambre? Es posible que la tripa te ruja porque tienes hambre. Si estás sediento, lo más seguro es que notes la boca o la garganta seca; en este caso, solo pensarás en darle un buen trago a un vaso de agua fresca. Sea como sea, tu cuerpo te avisa permanentemente de lo que necesita. No solo percibimos la realidad a través de nuestros cinco sentidos (olfato, vista, oído, gusto y tacto), sino que también aflora dentro de nosotros un conjunto de sensaciones que nos informan de lo que está sucediendo dentro de nuestro organismo.
Generalmente, este 'sexto sentido' solo aparece cuando sufrimos algún tipo de dolor interno. Un ejemplo: no somos conscientes de que tenemos un órgano tan esencial como el esófago hasta que no bebemos algo muy caliente, tan caliente que percibimos (incómodamente) como ese líquido baja por nuestra garganta hasta el estómago. A este mecanismo del cuerpo humano se le llama interocepción, y a pesar de que siempre está activado (teniendo en cuenta que juega un papel fundamental a la hora de diagnosticar una enfermedad por los síntomas que dan la alarma de que algo va mal), la ciencia sabe muy poco de él en profundidad.
Sin embargo, es algo que está cambiando. Cada vez más neurocientíficos de prestigio están prestando una mayor atención a este 'sexto sentido', aplicándolo sobre todo a los casos de detección y tratamiento de problemas mentales, que hasta ahora -y por el momento- han cargado con un fuerte estigma. De ahí que cuando pensemos en la palabra "medicina" o "enfermedad" lo primero que nos venga a la cabeza sea algún dolor de tipo físico que necesita ser curado. Si, en cambio, padecemos síntomas propios de una depresión o de ansiedad, la forma de abordarlos viene a ser la clásica consulta psicológica con entrevistas en profundidad o, en casos más graves que se derivan a psiquiatría, con fármacos para regular el estado de ánimo. Pero estos también se manifiestan de manera física: temblores, manos sudorosas, opresión en el pecho...
Esta es la razón por la que la interocepción es tan difícil de estudiar por parte de la ciencia: parte de una pura experiencia subjetiva que obedece a una interpretación mental propia de esas señales que el cuerpo nos manda. Nos sudan las manos y lo asociamos con estrés o ansiedad, pero también puede ser simplemente por el calor. Nos duele el estómago e interpretamos que tenemos hambre o que algo nos ha sentado mal, pero también puede ser por el estrés, ya que cuando estás nervioso también suele resentirse el aparato digestivo.
La región de la ínsula
"Para leer y descifrar estas señales inciertas, tu cerebro recoge pistas de otros factores, como dónde te encuentras, qué has hecho recientemente o qué sensaciones (parecidas o distintas) has experimentado con anterioridad", como asegura Camilla Nord, neurocientífica de la Universidad de Cambridge, en un reciente artículo de 'Aeon'. "Eso significa que lo que sientes es una mera representación mental" que viene influida por esas sensaciones corporales. Por tanto, en un mundo en el que cada vez se pone más el foco en la salud mental, cabría revisar hasta qué punto nuestras deficiencias orgánicas que aparecen como síntomas no son sino un reflejo o causa más o menos directa de nuestro estado mental o emocional.
"Los pacientes aquejados de problemas mentales mostraron una actividad anómala en la ínsula en comparación con los sanos"
Nord es una de las pioneras en el estudio de ese vínculo cada vez más estrecho entre salud mental y salud física dentro del mundo de la neurociencia. Para comprender más a fondo este 'sexto sentido', decidió analizar los cerebros de más de mil personas, la mitad de ellas mentalmente sanas y la otra mitad diagnosticadas con cuadros psiquiátricos diferentes. Así, descubrió que hay una región cerebral encargada de recibir las señales físicas internas que nuestro cuerpo nos manda e interpretarlas, la ínsula, localizada en el punto donde confluyen los lóbulos temporal, parietal y frontal, la cual sirve de conexión entre el sistema límbico (regulador de las emociones) y el neocórtex (encargado de la conciencia y de nuestra capacidad de razonamiento). Y es precisamente esta en la que se manifiesta una actividad "anómala" en caso de padecer algún trastorno mental comprobado y diagnosticado.
"Para mi sorpresa, descubrí que durante los procesos de interocepción, los pacientes con depresión, trastorno bipolar, ansiedad, anorexia y esquizofrenia mostraron una actividad anómala en esta región del cerebro, en comparación con los voluntarios sanos", sentencia Nord. "No puedo afirmar a partir de este estudio si la actividad de la ínsula de los pacientes aumentaba o disminuía, probablemente dependa de la naturaleza de las sensaciones que experimentaron o del diagnóstico. Mis resultados sugieren que esta región es clave en la activación de la interocepción en pacientes con diferentes tipos de enfermedades mentales en comparación con los sanos".
¿Un cambio de paradigma?
¿Podría ser la ínsula la región cerebral encargada de servir a modo de 'puente' entre cuerpo y mente? Si las hipótesis de Nord son ciertas, podríamos deducir que además de preocuparnos por llevar un estilo de vida ajustado a los predicados de la vida saludable (resumidos en las famosas consignas de comer bien, hacer deporte o dormir las horas necesarias), deberíamos prestar atención a nuestro estado emocional y mental, dándole prioridad y, por tanto, tomarlo como base de nuestro bienestar físico, pues la interpretación que hace el sujeto de sus síntomas viene influida en mayor medida por este.
"Los algoritmos están muy lejos de poder pensar como nosotros. La mayor diferencia radica en nuestra biología evolucionada"
Este bien sería el colofón de la ruptura del paradigma histórico de entender los problemas fisiológicos solamente como deficiencias orgánicas, reconociendo que no solo nuestras emociones y pensamientos influyen de manera determinante en nuestro cuerpo, sino también la interpretación que hacemos sobre lo que nos duele y sus razones. Evidentemente, esto solo es un enfoque que obedece a una perspectiva que tampoco habría que tomar al pie de la letra. Si te duele una parte del cuerpo, es porque existe un problema que tiene que ver con ese órgano, da igual cómo interpretes ese dolor; aunque lo interiorices hasta el punto de darle una explicación a partir de un problema mental soterrado, el dolor va a seguir ahí. Pero, en un plano más profundo y filosófico, los sueños húmedos de los grandes popes tecnológicos (agoreros de los metaversos y de la irrupción de la realidad virtual) pasan precisamente por librar al cerebro de la carga que siempre ha tenido: el cuerpo, lo que implicaría una disminución más notable del potencial que tenemos para escuchar al cuerpo.
Una perspectiva filosófica sobre los robots
Los avances tecnológicos en robótica e inteligencia artificial en muchas ocasiones nos permiten analizar de una forma más lúcida qué es lo que verdaderamente nos hace humanos. Al implementar muchas de nuestras cualidades cognitivas en entes artificiales también se nos permite comprobar qué es lo que nos distancia de ellos, cuál es nuestra esencia. La interocepción puede ser un ejemplo. En la mayoría de las películas de ciencia ficción que tratan de robots, por ejemplo, vemos cómo muchos de estos pueden anticiparse a las sensaciones de dolor interno hasta el punto de no sentirlas en absoluto: ellos son el mejor ejemplo de esa separación entre cuerpo y mente, pudiendo sobrevivir solo con la cabeza, como en 'Alien' de Ridley Scott.
De algún modo, al pensar en un robot lo hacemos desde la perspectiva de lo útil. Este puede tener apariencia humanoide, con su cabeza, brazos, tronco y piernas, pero también puede ser un conjunto de brazos de titanio electrificados que se usa en una cadena de montaje. Lo que resulta esencial es que tenga una parte central que ordene la información y envíe la señal al resto de las partes de las que se compone. Sin embargo, podrá ser el robot más funcional y resistente del mundo, pero no gozará de la capacidad de interocepción que tienen los humanos, así como tampoco de la "memoria biológica" que viene contenida en cada una de nuestras células.
"Los algoritmos están muy lejos de poder pensar como nosotros", asegura Ben Medlock, especialista en programación e inteligencia artificial, en otro artículo de la revista 'Aeon'. "La mayor diferencia radica en nuestra biología evolucionada y en cómo esta procesa la información. Los seres humanos estamos formados por miles de millones de células eucariotas que aparecieron por primera vez en el registro fósil hace unos 2.500 millones de años". Él toma las teorías del biólogo James Shapiro, de la Universidad de Chicago, para explicar cómo nuestras células trabajan de forma "inteligente" para adaptarse a los cambios del entorno o a los estímulos ambientales, agrupándose para formar órganos y trabajar de forma conjunta.
"Los recientes descubrimientos en microbiología refuerzan esta idea: por ejemplo, el sistema inmunitario de los mamíferos tiende a duplicar secuencias de ADN para generar anticuerpos eficaces que ataquen a las enfermedades infecciosas, y ahora sabemos que al menos el 43% del genoma humano está formado por ADN que puede trasladarse de un lugar a otro, como si fuera un proceso de 'ingeniería genética natural'", prosigue Medlock. Uniendo esto con la idea de la interocepción, esta es el sentido que complementa al de la exterocepción (los cinco sentidos), el cual es netamente cerebral, ya que de nada sirven unos ojos o unos oídos si no hay un cerebro para interpretar las señales que nos vienen dadas del entorno. La interocepción sería, entonces, el proceso que une esa inteligencia primaria de las propias células y de nuestra materia orgánica con la mente. Una habilidad que nunca alcanzarían las máquinas por muchos años de desarrollo, pues están hechas de materia artificial.
Esta comunicación interna entre cuerpo y mente resulta esencial para dar respuestas al mundo. Y cuando los grandes popes tecnológicos se interesan por la inmaterialidad, afanándose en llegar a esa esa unión entre el mundo físico y el virtual, como auguran filósofos como David Chalmers, resulta esencial una sola cosa: escuchar al cuerpo, pues este también tiene memoria e intelecto construida a lo largo de toda la evolución humana. No solo sigue las órdenes de nuestro cerebro ni le ayuda a interpretar el entorno a partir de las percepciones, sino que sus componentes también son capaces de hablar y razonar, aunque sea a partir de un lenguaje oculto o que nos cuesta descifrar. Nuestra habilidad para escucharle e interpretar lo que nos comunica es clave, de cara al futuro, para tratar enfermedades y resistirnos a la dicha inmaterialidad que impone la alta tecnología y la realidad virtual.
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17/06/2022 - 05:00
www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-06-17/interocepcion-neurologia-mente-cuerpo-salud-vida_3441246/