lunes, 29 de julio de 2013

El papa Francisco defiende la “laicidad del Estado”

 

Bergoglio recuerda ante la clase dirigente de Brasil que su objetivo es “erradicar la pobreza”

 
No hay intervención del papa Francisco en Río de Janeiro que no esconda una carga de profundidad, un aviso para navegantes propios y ajenos. Durante un encuentro con la clase dirigente de Brasil, Jorge Mario Bergoglio reivindicó el “sentido ético” y el “diálogo constructivo” como herramientas principales de la política: “Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: diálogo, diálogo y diálogo”. Después de insistir en la “responsabilidad social” de los gobernantes, el jefe de la Iglesia católica sorprendió al defender con nitidez el Estado laico: “La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”.
 
Solo unas horas antes, durante el Vía Crucis celebrado la noche del viernes en la playa de Copacabana, el papa Francisco había hecho solidario a Jesús con los jóvenes que han perdido la confianza en la política por “el egoísmo y la corrupción” de los gobernantes y hasta la fe en Dios por la “incoherencia” de la Iglesia. Así que, durante la jornada del sábado, aprovechó un encuentro con la clase dirigente de Brasil y un almuerzo con los cardenales y obispos de la región para poner los puntos sobre las íes. A los poderosos les insistió en su responsabilidad social: “El futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad”.
 
Dijo Jorge Mario Bergoglio que “el sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes” y, para alcanzarlo, insistió en el que consejo que, según dijo, siempre da a los líderes que se lo piden: “Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo que una persona, una familia o una sociedad crezca es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Solo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas. Hoy, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos pierden”.
 
Ya frente a los altos representantes de la curia brasileña, el papa Francisco se refirió, sin citarla expresamente, a la sangría de fieles que, desilusionados con la Iglesia católica, buscaron el refugio de las iglesias evangelistas. “A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez. La lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez (…). Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado lejana de sus necesidades, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta. El hecho es que actualmente hay muchos como los discípulos de Emaús: no solo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica”.
 
Después de pintar un paisaje ciertamente desolador de la Iglesia, Jorge Mario Bergoglio se preguntó: “¿Qué podemos hacer?”. Y ahí Francisco vuelve a la idea que brindó a los muchachos argentinos hace un par de días: “Salgan a la calle y hagan lío. Que me perdonen los obispos y los curas, pero la Iglesia tiene que cambiar”. Y el cambio que propone es un regreso radical a los orígenes: “¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de los que se han marchado, de escucharlos, de participar en su conversación”. El papa Francisco también advirtió a los obispos de la importancia de las mujeres en la vida religiosa: “No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si pierde a las mujeres, la Iglesia se expone a la esterilidad”.
 
 
Francisco critica la “incoherencia” de la Iglesia
 
El papa Francisco sigue tirando a dar. Delante de cientos de miles de jóvenes reunidos en la playa de Copacabana para la celebración del Vía Crucis, Jorge Mario Bergoglio ha dicho que Jesús entiende a aquellos que, hartos de la corrupción de los gobernantes y del caminar errático de la Iglesia, han perdido la confianza en la política y hasta la fe en Dios. Tanto los discursos del papa argentino como su participación en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) –al mediodía se reunió con un grupo de muchachos presos— siguen teniendo un marcado carácter social, que concuerda con la noticia conocida hoy: desde que se sentó en la silla de Pedro, Bergoglio está haciendo todo lo posible por acelerar la canonización de “la voz de los sin voz”, el arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 en San Salvador mientras oficiaba misa en la capilla del hospital oncológico de la Divina Providencia.
 
“Con la cruz”, ha explicado el Papa a los jóvenes, “Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la pérdida de sus hijos, o que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio”.
 
La otra noticia llega de Roma, pero encuentra su razón de ser aquí, escuchando al papa Francisco pedir justicia social para los jóvenes y los viejos, para los detenidos y las víctimas de la droga, para los desheredados de las favelas de Río de Janeiro. Jorge Mario Bergoglio está decidido a beatificar lo antes posible a monseñor Romero. Las últimas palabras del arzobispo salvadoreño –san Romero de América para quienes han mantenido encendidas las brasas de su memoria— todavía ponen los pelos de punta en el pequeño país centroamericano: “Los militares están matando a sus mismos hermanos campesinos. Ningún soldado tiene que obedecer la orden de matar. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno que cese la represión”. Un certero disparo –atribuido a los escuadrones de la muerte que dirigía el mayor Roberto D’Aubuisson- le destrozó el corazón justo en el momento de alzar el cáliz.
 
Ya existían indicios bien fundados de que, nada más llegar a la silla de Pedro, el papa Francisco se había interesado por acelerar la causa de beatificación de monseñor Romero, presentada en 1990 por la Iglesia salvadoreña y aceptada por la Congregación para la Causa de los Santos en 1997. Pero ahora ha sido nada más y nada menos que el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe –la antigua Santa Inquisición-, quien ha anunciado que “el proceso va mucho más rápido” por el impulso de Jorge Mario Bergoglio. En una entrevista con el diario italiano La Stampa, el arzobispo Müller dice que “el semáforo verde” para la beatificación de monseñor Romero se encendió durante el papado de Benedicto XVI, pero que ha sido el papa Francisco quien ha dado un gran espaldarazo a la causa: “Considero a Óscar Arnulfo Romero un gran testigo de la fe y de la sed de justicia social. Su testimonio se expresaba en las homilías en las que hablaba de las trágicas condiciones de vida que entonces sufría su pueblo”.
 
Tras una de aquellas homilías, su voz fue silenciada de un disparo. Todo lo que él temía y denunciaba se cumplió sobradamente. Tras su muerte, llegaron los largos años de la sangrienta guerra civil (1980-1992) y más tarde los gobiernos hegemónicos del derechista partido Arena -fundado precisamente por el mayor D’Aubuisson-. Hasta 2009, ya con la izquierda del presidente Mauricio Funes en el poder, el Gobierno salvadoreño no empezó a honrar su memoria. La misma noche de la victoria, Funes levantó en volandas el recuerdo de quien fue llamado “la voz de los sin voz” diciendo: “Él dijo que la Iglesia tenía una opción preferencial para los pobres”. Unas semanas después, el Gobierno salvadoreño reconoció oficialmente la responsabilidad del Estado en el asesinato del arzobispo, nacido en 1917, y se comprometió ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a iniciar una investigación completa para “identificar, juzgar y sancionar” a los autores.
 
Nada más ser elegido Papa, Jorge Mario Bergoglio dijo: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. Hace más de tres décadas, monseñor Romero ya decía: “La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres”. Su decisión no hace más que darle coherencia a su papado y esperanza a quienes todavía siguen luchando por la justicia social en América Latina.

 


 

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