La UE no está concebida para que uno lidere y los demás le sigan, pero se están imponiendo estereotipos nacionales contra los que hay que luchar y seguir trabajando por un continente fuerte y competitivo.
Berlín quiere ponerse al servicio de la recuperación económica de la Unión Europea.
Las reformas que se están acometiendo no surten efecto de la noche a la mañana.
¿Cuál es la situación actual en Europa? Han pasado tres años desde que se iniciase el primer programa de ayudas a Grecia y cerca de tres meses desde que se aprobase el de Chipre. Y el panorama es heterogéneo. Por un lado, el positivo, los países en crisis de la eurozona muestran signos alentadores. Se están llevando a cabo reformas en los mercados laborales y en los regímenes de seguridad social, así como modernizando las Administraciones y los sistemas jurídicos y fiscales, lo cual ya está dando resultado: la competitividad está aumentando, los desequilibrios económicos se están reduciendo y se está recuperando la confianza de los inversores.
Las mejoras institucionales realizadas en Europa han incrementado nuestra probabilidad de economizar considerablemente en el futuro. Ahora disponemos de normativas más vinculantes, frenos a la deuda nacional y un potente mecanismo de resolución de crisis que permite ganar tiempo para hacer reformas. Lo siguiente será crear una unión bancaria que reduzca aún más los riesgos tanto para el sector financiero como para los contribuyentes. El objetivo de nuestra regulación del mercado financiero es que la responsabilidad por las pérdidas recaiga en aquellos que previamente han tomado las arriesgadas decisiones de inversión. De este modo, oportunidad y riesgo volverán a ir de la mano.
Sin embargo, hay otro lado, el lado negativo: una gran incertidumbre entre nuestra población, una juventud que en algunas regiones de Europa ve actualmente pocas oportunidades y personas que pierden su trabajo porque la economía de su país se encuentra en época de transición. Todo ello, acompañado de un debate sobre la crisis a menudo caracterizado, lamentablemente, por las recriminaciones recíprocas y la arrogancia mutua y en el que los estereotipos y prejuicios nacionales que se creían superados hace tiempo vuelven a mostrar su peor cara.
A esto se suman las contradicciones a la hora de valorar la política real: por ejemplo, desde el exterior se solicita a Alemania que relaje su política de austeridad supuestamente draconiana; no obstante, en la propia Alemania se acusa al Gobierno de no ahorrar o de ahorrar demasiado poco. La verdad se encuentra en el centro por una buena razón: nos afianzamos de forma adecuada, nos ganamos la confianza y con ello preparamos el terreno para un crecimiento sostenido en Alemania y en Europa.
La idea de que alguien debe (o puede) liderar en Europa es errónea. Y la reticencia alemana no tiene solo que ver con la culpabilidad histórica que arrastra su pueblo. Se debe a que la extraordinaria entidad política llamada Europa no está concebida para que uno lidere y los demás le sigan. Europa significa la coexistencia en igualdad de derechos de sus Estados. Pero, al mismo tiempo, Alemania siente que tiene una responsabilidad especial con respecto al camino tomado de mutuo acuerdo para resolver la crisis de la zona euro. Asumimos esta responsabilidad de liderazgo con la colaboración, especialmente, de nuestros amigos franceses. Al igual que el resto de grandes y pequeños países de la eurozona, somos conscientes de lo importante que es una estrecha colaboración para resolver la crisis.
Desde el comienzo de esta, los europeos hemos trazado juntos un camino que no solo tiene como objetivo la consolidación fiscal tardía, sino, ante todo, la superación de los desequilibrios económicos mediante el fortalecimiento de la competitividad de todos los países miembros de la eurozona. Es por ello que los programas de ajuste para los países afectados prevén reformas estructurales básicas cuyo único objetivo es volver a la senda del crecimiento sostenido y, con ello, alcanzar un bienestar duradero para todos. Unas finanzas públicas sólidas fomentan la confianza, por lo que son algo totalmente necesario, aunque por sí solo insuficiente para lograr un crecimiento sostenido. A esto deben añadirse la reforma y modernización de nuestros mercados laborales y regímenes de seguridad social, así como de las Administraciones y los sistemas jurídicos y fiscales, con el fin de que Europa vuelva a ser una región altamente competitiva que crezca de forma equilibrada. Se trata de crear unas condiciones laborales y de vida para los ciudadanos europeos que no estén basadas en una burbuja de crecimiento artificial, como ha sucedido otras veces en el pasado, sino en un crecimiento sostenido.
Ahora bien, estas reformas no surten efecto de la noche a la mañana. Nadie lo sabe mejor que los alemanes. Ha sido necesario un tiempo doloroso para que Alemania pasase de ser el hombre enfermo que era hace 10 años al actual motor de crecimiento y anclaje de estabilidad de Europa. Nosotros mismos tuvimos una altísima tasa de desempleo durante mucho tiempo después de iniciar las por aquel entonces urgentes y necesarias reformas. Pero sin estas no puede haber crecimiento sostenido. Los programas de recuperación económica basados en la creación de nueva deuda pública solo aumentan la carga para nuestros hijos y nietos sin producir un efecto a largo plazo.
Para crear nuevos puestos de trabajo en Europa hacen falta empresas que ofrezcan productos innovadores, atractivos y, por ende, demandados por los mercados. Y las empresas europeas únicamente podrán ofrecer estos productos si el Estado les proporciona el marco necesario para tener éxito en un mundo cada vez más globalizado. Esto no solo es aplicable a las empresas alemanas, sino también a las francesas, británicas, polacas, italianas, españolas, portuguesas o griegas.
Por tanto, es absurdo pensar que los alemanes quieren desempeñar un papel especial en Europa. No, no queremos una Europa alemana. No exigimos a los demás que vivan como nosotros. Este reproche no tiene sentido, como tampoco lo tienen los estereotipos nacionales subyacentes. Los alemanes, ¿capitalistas tristes de ética protestante? En Alemania, las regiones económicas con éxito son católicas. Los italianos, ¿sólo dolce far niente? No solo las regiones industriales del norte de Italia se sentirían ofendidas. Todo el norte de Europa, ¿centrado en el mercado? Los Estados de bienestar del norte, caracterizados por la solidaridad y la redistribución, no encajan en esta caricatura. Los adeptos a los estereotipos deberían prestar atención a las encuestas según las cuales una clara mayoría de ciudadanos, no solo del norte, sino también del sur de Europa, abogan por reformas y por la reducción de la deuda y del gasto público para superar la crisis.
¿Una Europa alemana? Ni los propios alemanes tolerarían algo semejante. Los alemanes más bien queremos ponernos al servicio de la recuperación económica de la Comunidad Europea, sin que eso signifique debilitarnos nosotros mismos, pues eso no beneficiaría a nadie en Europa. Queremos una Europa fuerte y competitiva, una Europa en la que desarrollemos nuestra actividad económica de forma razonable y en la que no acumulemos más deuda. Se trata de establecer unas condiciones adecuadas para poder desarrollar nuestra actividad económica en el marco de la competencia mundial y hacer frente a la evolución demográfica que desafía a toda Europa. No son ideas alemanas, sino políticas necesarias para asegurar nuestro futuro. Existe consenso europeo en cuanto a las políticas de reforma y la consolidación para aumentar el crecimiento, porque estas se basan en decisiones unánimes de los Estados miembros.
La confianza de los inversores, las empresas y los consumidores, y con ello el crecimiento sostenido, solo pueden lograrse mediante una sólida política presupuestaria y unas buenas condiciones económicas. Todos los estudios internacionales así lo confirman, de igual modo que el BCE, la Comisión Europea, la OCDE y el FMI, encabezados, dicho sea de paso, por un italiano, un portugués, un mexicano y una francesa respectivamente.
Y los Gobiernos europeos también actúan siguiendo estas líneas. El modo en que los países europeos con problemas están reformando sus mercados laborales y regímenes de seguridad social, modernizando sus Administraciones y sistemas jurídicos y fiscales, y consolidando sus presupuestos merece nuestro máximo reconocimiento y todo nuestro respeto. Nuestra recompensa será convertirnos en una Europa fuerte y competitiva.
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