Años después del colapso de la Unión Soviética, Cuba sigue siendo un baluarte del comunismo, donde el control de la economía es centralizado y la escasez de productos básicos, parte del diario vivir. Por eso, cualquier persona que regrese de un viaje al exterior trae consigo todos los que pueda, incluso si vienes de Moscú.
Esta vez, probablemente la botella de líquido de fregar de color anaranjado brillante era el artículo más extraño dentro de mi maleta, acomodado entre los zapatos deportivos para una amiga y ropa de bebé para otra.
Es un ritual al que me he acostumbrado: cada vez que salgo de Cuba -un país comunista de economía planificada y tiendas poco surtidas- voy de compras.
Pero al empacar mis maletas la semana pasada para regresar a La Habana, me di cuenta de algo curioso.
Estaba en Moscú, volviendo a casa de un viaje de trabajo, y como siempre llevaba tantos regalos y suministros como podía. Y me puse a pensar que poco tiempo atrás me preparaba de la misma manera para viajar a la entonces Unión Soviética.
Yo estudiaba allí a principios de la década de 1990, cuando el país salía-muy dolorosamente- de siete décadas de comunismo. En ese entonces, las tiendas estaban lastimosamente vacías.
Mis amistades y yo salíamos todos los días con bolsas vacías para recorrer los estantes de negocios sombríos y mohosos. Nos acostumbramos a comprar cualquier cosa que hubiera, no lo que queríamos: tomates encurtidos, quizás, o pescado enlatado si teníamos suerte.
¡Cómo cambian las cosas!
Pero la nueva Moscú que visité la semana pasada está repleta de centros comerciales, sus calles rebosantes de marcas globales y cadenas de cafeterías. Mi amiga más íntima allí, Natasha, hace la mayoría de sus compras con unos pocos toques en su iPad.
Cuando le hablé a Natasha de mi locura de compras para llevar a Cuba, recordamos su primer viaje al exterior -a Reino Unido- un año antes de la desintegración de la Unión Soviética.
Mi madre la llevó un día a hacer la compra semanal de víveres. "Recuerdo que había tantas variedades de queso y como diez clases de todo". Natasha se rió, al rememorar su primer encuentro con un supermercado occidental. "Al principio me emocioné; después comencé a llorar", me dijo.
"Hemos olvidado cómo eran las cosas aquí", admitió, mientras conversábamos paradas cerca a un sucursal de McDonald y a una tienda de teléfonos celulares. "Definitivamente damos todo esto por sentado".
También en la isla
Durante la infancia de Natasha, eran los subsidios soviéticos los que mantenían a flote la economía de Cuba: esta isla tropical era el aliado ideológico de Moscú, justo a las puertas de Estados Unidos.
Pero en la década post-soviética de 1990, al suspenderse los subsidios, los cubanos sufrieron terriblemente.
Una amiga en La Habana me contó que una vez acabó en el hospital. No había combustible para el transporte público y estaba comiendo tan poco, que se desplomó al tratar de ir a trabajar en bicicleta.
En la Cuba de hoy, si uno tiene dinero, no pasa hambre.
Una serie de reformas económicas que empezó como un mecanismo de supervivencia tras la era soviética se han ido expandiendo poco a poco.
La gente ahora puede tener pequeños negocios, lo que ha creado un número creciente de cafés y restaurantes privados, los llamados paladares.
Y, como los agricultores ya no le tienen que vender toda su producción al Estado, esos dueños de restaurantes ahora pueden conseguir suministros directamente de la fuente, evitando la ineficiencia de la red de distribución estatal.
El café perdido
Pero a pesar de la proximidad de Cuba a EE.UU., el embargo que Washington ha mantenido durante 50 años implica que no hay inversión estadounidense ahí. No hay Starbucks, ni fábricas de de Coca Cola.
Eso es algo que a muchos les puede parecer bueno. Lo que quizás no les parezca tan pintoresco es ir a comprar las cosas esenciales.
Hubo una época en la que yo iba a mi supermercado local llena de optimismo. Pero ahora sé que es probable que lo único que encuentre sean estantes medio vacíos y otros con un sólo producto apilado: salsa de tomate barata o toallas sanitarias para la incontinencia urinaria, por ejemplo. (Estos mercados no venden productos en la moneda nacional, el peso cubano, sino en la moneda fuerte que es equivalente al dólar estadounidense)
Los artículos básicos desaparecen cada vez que al gobierno de Cuba se le dificulta pagar las facturas de sus importaciones. Durante semanas no había papel higiénico ni leche. Ahora incluso el delicioso café local, como dicen los cubanos, "está perdido".
Eso sí, hay más que suficiente "perdiz en escabeche" si a alguien le apetece. He visto la misma cantidad de latas en un supermercado durante más de dos años a US$25 cada una. Talvez se deba a que un planificador central se equivocó al hacer la orden de compra.
Compras frenéticas
Pero aparte de la perdiz, los viajes al exterior pueden convertirse en una frenética salida de compras. Aquí hay tanta demanda por cualquier cosa, que los viajeros, conocidos como "mulas", traen toda clase de artículos a Cuba para vender, aunque el gobierno ha comenzado a reprimir este comercio ilícito.
En igual medida, tener familiares y amigos que pueden comprar en el exterior se ha convertido en un recurso vital para muchos.
Cuando le conté a nuestro camarógrado que me iba a Rusia, sugirió entre risas que le trajera repuestos para su viejo auto, un Lada. Además de los maltratados y bellos automóviles estadounidenses clásicos de la década de 1950, los cuadrados Lada de fabricación soviética son los más comunes en las calles cubanas, llenas de baches.
Por suerte no le prometí nada.
Resulta que las cosas realmente han cambiado en Rusia. Las calles lisas de Moscú están ahora repletas de monstruosos vehículos de tracción 4x4 y elegantes autos sedán, así que sólo me crucé con un Lada durante una semana entera.
Mi amiga Natasha lo vio y me mandó una foto.
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