Cuando los padres de Serena Violano rondaban los 30 años, tenían buenos trabajos, casa propia y dos hijas pequeñas.
Hoy, Serena es una egresada de derecho de 31 años que todavía comparte su dormitorio de adolescente con su hermana mayor en la casa de sus padres, en la pequeña localidad de Mercogliano, cerca de Nápoles.
Violano se dedica a estudiar para el examen de notario con la esperanza de conseguir un empleo estable. La tensión que genera su situación a veces se traduce en discusiones con su hermana sobre las tareas domésticas o la habitación que comparten. Su novio de 34 años pasa de un contrato de corto plazo a otro y Violano ni siquiera se atreve a soñar con forjar la clase de vida que sus padres dan por descontado.
"Para nuestros padres, todo fue mucho más fácil", señala. "Tuvieron la oportunidad de empezar su propia vida. Nosotros, en cambio, no tenemos ninguna garantía sobre nuestro futuro". Su adultez atrofiada y falta de expectativas representan una división generacional entre los europeos mayores y los más jóvenes que pone a prueba el sueño continental de una prosperidad para todos.
En las economías más débiles de la zona euro, las personas de entre 20 y 40 años tienen muy pocas esperanzas de igualar el éxito profesional, el dinero y la seguridad económica alcanzada por sus padres. En lugares como España e Italia, la tasa de empleo se ha derrumbado entre los menores de 40 años desde 2008, aunque se ha mantenido relativamente estable o incluso ha crecido para la generación de sus padres.
Esta situación ha dejado al descubierto una dolorosa verdad: el inmenso costo de las protecciones laborales que han brindado una vida cómoda a la generación de la posguerra ahora impide que sus hijos disfruten de los mismos beneficios.
La generación mayor se benefició de décadas de una sólida protección laboral, salarios garantizados por los sindicatos y la promesa de una jubilación adecuada. Todo esto les permitió sortear sin mayores inconvenientes la crisis económica más prolongada en la Europa de la posguerra.
En cambio, muchos europeos más jóvenes apenas pueden aspirar a trabajos de corto plazo mal remunerados que a menudo abren una brecha de ingresos que tal vez jamás se cierre. Las compañías en muchos países son renuentes a ofrecer contratos permanentes debido a la rígida legislación laboral y a los altísimos impuestos de nómina que financian la gigantesca cuenta de las pensiones de sus padres.
La brecha se amplía. El ingreso medio de los mayores de 60 años entre 2008 y 2012 subió en casi todos los países de la Unión Europea, según las cifras de Eurostat. Sin embargo, cayó entre los menores de 25 años en casi la mitad de los integrantes de la UE, una lista que incluye a España, Portugal, el Reino Unido y Holanda.
Esto ha aumentado la dependencia de los jóvenes en sus padres, quienes, a su vez, se sienten frustrados de que sus descendientes tengan más de 30 o 40 años y no se puedan independizar.
Un estudio reciente de Eurofound, la agencia de investigación social de la UE, indicó que el número de personas de entre 18 y 29 años que seguía viviendo con sus progenitores aumentó de 44% en 2007 a 48% en 2011, mientras que la pobreza entre los jóvenes ha crecido en casi todos los países europeos.
Esta división generacional impactará el crecimiento de la economía europea, que ahora atraviesa una recuperación frágil, puesto que períodos prolongados de desocupación entre adultos jóvenes puede afectar la capacidad de generar ingresos durante años y lastrar el crecimiento. Durante las dos próximas décadas, aproximadamente, los salarios no percibidos de los jóvenes en España y Grecia, donde el desempleo entre los jóvenes supera 50%, podrían generar una pérdida del Producto Interno Bruto de entre 8% y 6%, respectivamente, según un informe divulgado en enero de 2013 por la firma TD Economics.
Italia ofrece un claro ejemplo de la brecha generacional. La tasa de empleo de los italianos menores de 40 años ha caído nueve puntos porcentuales desde 2007 y subido en igual porcentaje entre las personas de 55 a 64 años, según Eurostat.
La economía italiana entró en el segundo trimestre en su tercera recesión desde 2008, dificultando que los más jóvenes cierren la brecha con una generación que se benefició de una expansión económica. La recesión también complica los esfuerzos del primer ministro Matteo Renzi para combatir el desempleo entre los jóvenes, que en junio batió una nueva marca al alcanzar 43,7%.
El constante ascenso de Vincenzo Violano, de 67 años, y su esposa, Irene, de 62 años, generó altas expectativas para sus hijos. Vincenzo consiguió un diploma de contador y empezó a trabajar a los 24 años, primero en el sector privado y posteriormente en municipalidades locales antes de jubilarse en 2010. Irene consiguió un trabajo estable como profesora de colegio poco después de haber terminado sus estudios.
Cuando el matrimonio compró su departamento de dos pisos en Mercogliano a fines de los años 90, querían más espacio y autonomía para sus dos hijas, que en ese entonces eran adolescentes. Les dieron el dormitorio más grande y jamás pensaron que todavía estarían allí 15 años después. Pero al igual que otros europeos, los italianos se están demorando cada vez más en abandonar la casa de sus padres. Un 64% de personas de entre 18 y 34 años vivían con sus padres en 2012, un alza frente a 60% en 2004, según Eurostat.
Serena pensaba que a sus 30 años viviría una época nueva y estimulante en su vida, pero ahora se siente estancada tras haber pasado los últimos cuatro años en empleos mal remunerados y estudiando para el examen de notario. Las notarías han experimentado un descenso de 45% en sus ingresos en los últimos cinco años debido a la crisis económica. "Ahora tengo más de 30 años y sigo acá, esperando", dice.
Regresar a la casa de sus padres fue el último recurso que le quedó disponible a Andrea Tarquini, de 44 años. El italiano dejó su casa a los 22 años y trabajó en un centro de llamadas. Perdió su empleo hace cuatro años e intentó formar una productora de videos. Sin embargo, el proyecto no ha funcionado como preveía y en diciembre pasado no tuvo más remedio que volver a vivir con sus padres. "Me siento culpable porque mis decisiones los están afectando", afirma. "Mis padres han vuelto a ser mi red se seguridad social".
Su madre de 67 años, Maria Giuseppina, dice que el regreso de Andrea a su departamento de dos habitaciones en un barrio de clase obrera de Roma ha obligado a la familia a replantearse sus roles y espacios.
Andrea, que es soltero y no tiene planes de casarse en un futuro cercano, trata de dejarles espacio y pasa su tiempo libre en el diminuto dormitorio que compartía con su hermana cuando niño. Su madre teme que las pensiones de ella y su marido, que suman 1.400 euros mensuales, no basten para costear los gastos de Andrea a largo plazo si su empresa de videos no despega. La pareja, que antes tenía una perfumería, ha tenido que sacrificar vacaciones de verano, salidas al teatro y cenas con amigos.
"A veces, tenemos que inventar excusas, cuando nos invitan a comer pizza, porque no podemos pagar", cuenta Giuseppina.
http://online.wsj.com/news/articles/SB10001424052702304644204580090064179724720?tesla=y&tesla=y&mg=reno64-wsj&url=http://online.wsj.com/article/SB10001424052702304644204580090064179724720.html
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