La amenaza de un cierre patronal hacen peligrar el gran templo de la lírica de Nueva York
Peter Gelb, el controvertido director del Metropolitan Opera de Nueva York, de 60 años, se define ante sus amigos como un “judío neurótico” que se pregunta todos los días qué hace bien, qué hace mal y qué habría pasado si hubiese hecho las cosas de diferente manera. Estos días, con el Met sometido a la amenaza del que sería un histórico cierre patronal, cientos de trabajadores temerosos de no ver renovados sus contratos y seguros médicos, el inicio de la temporada en el aire y un feroz enfrentamiento entre la dirección y los sindicatos, Gelb tiene sin duda material de sobra para hacerse muchas preguntas.
La primera y más importante es cómo la mayor institución de las artes escénicas de EE UU y una de las más prestigiosas del mundo ha llegado a semejante crisis, inédita en décadas. Y ahí es donde Gelb aparece como protagonista de un libreto de lo más operístico. La caída de la taquilla, la reducción de las donaciones, las cada vez más costosas producciones y los ajustes son una constante en muchas óperas, pero lo que hace especial al Met es la crudeza con que se baten los contendientes. “Es un melodrama espeluznante”, confesó Gelb a la columnista Maureen Dowd en las páginas de The New York Times.
El cierre patronal aplazado el viernes es un escaso alivio para unos trabajadores que se niegan a aceptar un recorte salarial del 17% a cambio de mantener sus contratos (el Met tiene 3.400 trabajadores, 1.600 de ellos fijos). Con la negociación apurando sus últimas carnes, las sombras se ciernen sobre el inicio de la temporada, previsto para el 22 de septiembre con Las Bodas de Fígaro, de Mozart.
Gelb argumenta que los elevados costes salariales amenazan el futuro de la institución y los 15 sindicatos en el otro lado de la mesa consideran que ha sido su mala gestión y falta de talento artístico a lo largo de sus nueve años en el cargo lo que ha llevado al Met a su situación actual. Los datos son que los costes laborales (160 millones de euros) suponen dos tercios de su menguante presupuesto operativo (242 millones de euros) en una institución que por primera vez debe afrontar un déficit presupuestario de dos millones de euros. Los miembros del coro cobran una media de 150.000 euros al año. Los músicos, 140.000. El dinero que aportan los patrocinadores también se ha reducido de 223 millones de euros en 2006 a 193 en la actualidad.
Fuera del debate sobre los números, todo son latigazos. En su opinión, los sindicatos tienen el “síndrome del pan de oro” (material que se utiliza en la decoración de los teatros), es decir que se creen una casta especial. “Demasiado pan de oro para el sindicato de pintores de brocha gorda”, dijo al Times en referencia a una de las muchas centrales (músicos, cantantes del coro, técnicos, vigilantes, vigilantes…) con las que debe negociar. Los trabajadores tampoco se cortan. Le acusan de ser un derrochador, un mal gestor sin ojo artístico. Y como nueve años de producciones dan para mucho, le recuerdan dos momentos muy simbólicos. El primero, la adquisición de una máquina de 45 toneladas para el Anillo del Nibelungo, cuya producción costó 14 millones de euros. El segundo, el diseño y construcción de un campo de amapolas para El Príncipe Igor, de Alexander Borodin, que costó 126.000 euros. Esos proyectos, además, no lograron atraer el público deseado.
Sobre su capacidad artística, los sindicatos presentaron al Consejo de donantes un informe con las críticas negativas recibidas por varios de los montajes estos años. Una de las más duras la recibió por su “revolucionario", según sus propias palabras, ciclo del Anillo, en 2013. El crítico del New Yorker Alex Ross lo destrozó: “Kilo a kilo, tonelada a tonelada, es la producción más estúpida e inútil en la historia de la ópera moderna”.
El ambiente actual está a la altura de esa crítica. Gelb recibe insultos en su teléfono móvil, que se suman a las amenazas de muerte que le dedicaron por correo electrónico cuando suspendió la retransmisión a cines de 66 países de La muerte de Klinghoffer, del estadounidense John Adams, una ópera moderna que muchos califican de antisemita. La justificación que dio fue que la transmisión “podía ser utilizada” en un momento en que el conflicto entre Israel y Palestina está incendiado.
Adorado por unos como un visionario y repudiado por otros como un autócrata, nadie discute que Gelb ha hecho cosas en el Met. Entre ellas destaca la retransmisión en directo de óperas en cines de todo el mundo con tecnología de alta definición. Hasta la fecha, unos 14 millones de aficionados de todo el mundo han podido asistir a las producciones del Met sin salir de su ciudad.
Con el conflicto en carne viva, el futuro inmediato de la ópera del Lincoln Center es incierto. Todo el mundo coincide en que lo sucedido no ayudará financieramente a la institución. El recuerdo del cierre patronal padecido en 1980 corrobora esta idea. Se prolongó durante 11 semanas y la audiencia cayó. Aunque en agosto no hay programación, la preparación de las producciones futuras y la taquilla pueden verse afectadas. Un calendario dudoso no es el mejor reclamo para los aficionados a la hora de pagar sus abonos.
VICENTE JIMÉNEZ Nueva York 2 AGO 2014 - 23:45 CESThttp://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/02/actualidad/1406989697_775895.html
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