Los lugares en los que ha sucedido alguna desgracia se convierten en destinos turísticos (Alexey Soucho / Unsplash)
El llamado turismo oscuro está de moda y, por ejemplo, este año 100.000 personas visitarán Chernóbil
No es una tendencia nueva, pero sí es una tendencia en auge. La ciudad de Prípiat, donde estaba la planta nuclear de Chernóbil se abrió a los turistas en 2011, y desde entonces el número de visitantes anuales no ha parado de crecer, igual que su oferta turística. La junta de turismo y promoción de Kiev prevé recibir este año a 100.000 visitantes, con lo que se superarán los 72.000 de 2018 y se duplicarán los 50.000 turistas de 2017, según informaba la CNBC.
En este caso, está claro que el éxito de la serie de HBO Chernobyl ha ayudado. Pero en términos generales, “aunque viajar a lugares asociados con la muerte no es un fenómeno nuevo, el auge del turismo como un sector económico fundamental a escala mundial ha disparado el interés por este tipo de lugares, que se conoce comotanatoturismo o turismo oscuro (dark tourism)”, afirma Daniel Liviano, profesor de los estudios de Economía y Empresa de la UOC.
Viajar a lugares asociados con la muerte no es nuevo, pero el auge del turismo a escala mundial ha disparado el interés por este tipo de sitios”
De todas formas, y aunque a menudo se usan como sinónimos, tanatoturismo y turismo oscuro no terminan de ser exactamente lo mismo. El turismo oscuro tiende a usarse como un término general para cualquier forma de turismo que de alguna manera “esté relacionada con la muerte, el sufrimiento, las atrocidades, la tragedia o el crimen; El tanatoturismo es un concepto más específico y se trata de prácticas de viajes motivadas por un deseoespecífico de un encuentro con la muerte”, diferencia el profesor Duncan Light de la Universidad de Bournemouth (Reino Unido)
Estas formas de viajar incluso han despertado el interés académicoy, por ejemplo, la University of Central Lancashire (Reino Unido), ya tiene un Instituto para la investigación del Turismo oscuro.
La prisión de Alcatraz, los campos de concentración, la cueva Tham Luang –donde quedaron atrapados doce niños tailandeses–, zonas donde se han cometido genocidios como Ruanda, o tratar de cruzar la frontera de El Paso como un inmigrante ilegal para vivir la experiencia de ser detenido, se convierten en ‘destinos’ cada vez más comunes.
Desastres, sufrimiento, tragedias y muerte: ¿qué lleva a alguien a viajar a este tipo de lugares? “Aunque sabemos que la muerte es el final de todo, es la gran desconocida y nos sentimos fascinados; sabemos que vamos a morir, pero nadie cree en su propia muerte, y como individuos nos es muy difícil imaginar”, afirma Francesc Núñez, sociólogo y profesor de los estudios de Humanidades de la UOC.
Para Miquel Seguró, doctor en Filosofía de la UOC y la URL, “en Occidente tenemos un problema con la muerte y con el sufrimiento; tenemos una relación desequilibrada con ambos: o bien adoptamos una actitud morbosa o bien los banalizamos”.
Como decíamos, no estamos ante un fenómeno nuevo. “En otras épocas era habitual que la gente hiciera viajes de tres y cuatro días para asistir, por ejemplo, a la ejecución de alguien”, explica Ricard Santomà, decano de la facultad de Turismo y dirección hotelera Sant Ignasi de la Universidad Ramon Llull. O que gente que visita una ciudad “incluya en su itinerario el cementerio, en lo que ya se conoce como turismo de la muerte (grief tourism)”, añade Santomà.
En Occidente tenemos una relación desequilibrada con la muerte. O bien adoptamos una actitud morbosa o bien la banalizamos”
Por eso para Seguró es tan importante la actitud cuando se acude de visita a un cementerio o a un campo de concentración. “Es muy distinto ir con una actitud morbosa o con respeto y empatía por el sufrimiento ajeno. Cuando vamos con una actitud morbosa, sin empatía, lo que hacemos es degradar el sufrimiento de las personas que estuvieron allí en contra de su voluntad, y deberíamos preguntarnos qué encontramos en ello”, se pregunta este filósofo.
En alemán existe la expresión Schadenfreude , que es la emociónque alguien siente al regodearse, alegrarse o incluso sentir satisfacción por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación de otro. Esto explicaría “la actitud de algunas personas que visitan un lugar para celebrar, in situ, que las víctimas han recibido un justo castigo por la razón que sea”, comenta Liviano.
En alemán existe la expresión schadenfreudepara referirse a la emoción que alguien siente al regodearse o alegrarse con el sufrimiento, la infelicidad o la humillación de otro
En opinión de Ricard Santomà los motivos que impulsan a la gente a buscar este tipo de viajes son muy distintos, y se pueden categorizar entre aquellos que “buscan la autenticidad, la morbosidad, la adrenalina, el tomar conciencia del pasado para que haya cosas que no se repitan, la curiosidad, un componente de aprendizaje histórico y –como no– el postureo”.
Lo cierto es que cada vez viajamos más para vivir experiencias, y queremos que además sean auténticas y adrenalíticas. “Por ejemplo, hace algún tiempo se ofrecía la posibilidad de hacer un viaje de tres días caminando por Siberia encadenado y con grilletes en los tobillos para sentir lo mismo que un preso de la URSS”, explica Santomà. “Lo que sucede es que en esta búsqueda de la autenticidad, la gente ya no sabe qué buscar y termina por ponerse en este tipo de situaciones extremas”, añade el decano de la facultad de Turismo Sant Ignasi de la URL.
Claro que siempre es una experiencia controlada, a la que el viajero –que por algo paga– puede poner fin en cualquier momento. En el fondo es el “mismo tipo de adrenalina que se busca en un parque temático”, como en el Krüeger Hotel del Tibidabo de Barcelona, con actores interpretando el papel de asesinos. O como las caminatas nocturnas que se organizan en la frontera con México, que simulan el cruce de la frontera con Estados Unidos como inmigrantesindocumentados, en las que se vive la experiencia de cruzar túnelesy se sufre el ‘secuestro’ de traficantes de personas por parte de actores.
Después están los que “sienten el viaje como una motivación moralo espiritual y adoptan una actitud de peregrinación”, explica Liviano. Una persona puede visitar el escenario de un genocidiopara mostrar empatía con las víctimas, recordarlas y honrarlas, y estar guiada por un sentido de deber moral. Es lo que sucede con aquellos que visitan lugares como los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau, por ejemplo. El riesgo es cuando se pone demoda, como ha sucedido con Chernóbil.
Una persona puede visitar el escenario de un genocidio para mostrar empatía con las víctimas
En este sentido, “este tipo de comportamiento, que va ligado a la atracción que ejercen determinados lugares, no suele estar guiadopor valores o códigos éticos y morales, sino por cálculo instrumental, y los intereses y las emociones personales”, explica Francesc Núñez.
Por este motivo hay gente que denuncia que debido a este tipo de turismo lugares como Auschwitz se han convertido en un parque temático del exterminio, “un lugar donde los turistas van a hacerse fotos sonriendo al lado del crematorio o bajo el arco con el siniestro letrero Arbeit macht frei (el trabajo os hará libres, en alemán)”, afirma Liviano.
Pero también hay “otros turistas que no tienen una motivación para con las víctimas y simplemente visitan estos lugares con un deseo o una necesidad de contactar simbólica y emocionalmente con la muerte”, considera este profesor de la UOC.
Luego están los que cuando visitan Londres “se apuntan a un tour sobre Jack El Destripador”, dice Santomà. Se trata de personas que practican un turismo patrimonial (heritage tourism) que tienen interés por la historia y la cultura, es decir, “por el deseo de aprender viajando”. Podrían incluirse aquí también las visitas a museos sobre el Holocausto, donde un guía da una lección de historia en el lugar mismo donde sucedieron los hechos. Afortunadamente, el deseo o la oportunidad de aprender y entender es la razón más común entre los tanatoturistas, según dice el investigador Duncan Light.
Y por último, no hay que desdeñar el papel que en el mundo del turismo juegan las redes sociales y, últimamente, las series. “Mucha gente viaja a estos lugares en busca del me gusta en Facebook oInstagram”, dice Santomà. Además del caso ya comentado de Chernobyl de HBO, la serie Mindhunter –Netflix– ha puesto de moda el Helter skelter tour sobre Charles Manson. Incluso la propia Netflix tiene en su catálogo la serie documental El otro turismo(Dark tourist), donde el periodista y documentalista neozelandés David Farrier, aficionado a este tipo de destinos, visita alguno de lositios turísticos más macabros del planeta.
Al final, “todos, agencias de viajes, ciudades o gobiernos, todos sacan provecho aunque sea desde el horizonte del sufrimiento de muchos”, afirma Núñez, que añade que, “un lugar de sufrimientopuede ser un lugar de peregrinación”. Según este sociólogo, el efecto de la comercialización y la masificación de determinados espacios, ha producido su banalización y convierte estos destinos en un trofeo más (la foto, la selfie) de las aventuras y las experiencias personales de los individuos consumistas.
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