sábado, 17 de octubre de 2020

EE.UU. y China se disputan el liderazgo de la inteligencia artificial para dominar el mundo

 


La guerra comercial entre EE.UU. y China tiene su paralelo menos obvio en la inteligencia artificial. (JASON LEE / Reuters)

Parece difícil que la ‘desunión europea’ pueda disputarles la partida en un juego en el que, además, se amplifican rápidamente las distancias


El 4 de octubre de 1957 Rusia lanzó al espacio el primer satélite artificial, el Sputnik 1. Este fue el inicio de la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia, que les llevó a una pugna científico-tecnológica sin parangón hasta entonces. EE.UU. cruzó la meta cuando Armstrong y Aldrin pusieron sus pies y la bandera de su país en la Luna. Desde entonces, los logros colaterales de este pulso por la conquista del espacio han sido constantes. Sin ir más lejos, no sería posible el mundo que hoy tenemos sin los miles de satélites que hay sobre nuestras cabezas. EE.UU. tuvo un beneficio adicional menos evidente, pero quizás más importante aún, el derivado de la gran intensificación en su formación científica, no sólo en las universidades sino en todas las etapas educativas.

En el libro: Superpotencias de la inteligencia artificial, su autor, Kai-Fu Lee, compara el Sputnik ruso y el revulsivo que supuso para EE.UU. en su apuesta por la conquista del espacio con AlphaGo, el programa informático que derrotó en el 2016 al surcoreano Lee Sedol jugando al go, y un año más tarde al chino Ke Jie, considerado por muchos el mejor jugador de go de todos los tiempos. El go es el juego de tablero más complejo que existe, y tiene su origen en China, hace más de tres milenios. Por su complejidad, muy superior a la del ajedrez, esta proeza se creía fuera del alcance de las máquinas, al menos durante bastantes años. Para China, según Kai-Fu Lee, esta fue la espoleta que activó definitivamente la apuesta del país por la inteligencia artificial (IA).

Salvo Rusia, Europa no ha estado presente en estas pugnas, o quizás debemos decir que ha tenido una presencia discreta dado su potencial. Nuestro papel es más el de un portero a media salida. Vemos venir el balón, queremos atraparlo, claro, pero no nos atrevemos a ir a por todas, bien por inseguridad o por no arriesgar más de la cuenta. En los entrenamientos nos lucimos, pero en los partidos no. Por eso la actual lucha por liderar la IA parece solo cosa de dos: EE.UU. y China. Resulta incluso paradójico que sea así, teniendo en cuenta que los padres del aprendizaje profundo, el núcleo de la actual revolución alrededor de la IA, Geoffrey Hinton, Yann LeCun y Yoshua Bengio, son de origen europeo, si bien han desarrollado su carrera científica en EE.UU. y Canadá. 

Del mismo modo, la empresa que desarrolló AlphaGo, denominada DeepMind, es de origen británico, aunque comprada por Google en el 2014, por 500 millones de dólares. Sin embargo, aunque Europa tiene buenos investigadores y centros de investigación en IA, estamos lejos del liderazgo científico de EE.UU. en este campo. Además, mientras que China está ganando posiciones en la élite científica y del desarrollo tecnológico en IA, no es el caso de Europa, que carece de la necesaria coordinación e inversión en investigación e innovación como para siquiera intentarlo. La diferencia con la IA empresarial en ambos países es todavía más sideral.

Representación del funcionamiento del sistema de inteligencia artificial creado por DeepMind.
Representación del funcionamiento del sistema de inteligencia artificial creado por DeepMind. (DeepMind)

El campo de la IA tiene más de seis décadas de vida. No son muchos años, al menos si lo comparamos con otros ámbitos del conocimiento, pero han sido ajetreados, con altibajos en lo que se refiere a las expectativas generadas y más aún a las finalmente cumplidas. Hoy vive su momento más dulce, sobre todo por las aplicaciones que están surgiendo del ya citado aprendizaje profundo, una tecnología inspirada en el funcionamiento de las neuronas, en particular en el sistema visual de los animales. Por eso funciona especialmente bien en el reconocimiento de patrones, sean de audio, texto o imágenes, superando nuestra competencia en muchas tareas de este tipo. 

Por ejemplo, su aplicación en la clasificación automática de imágenes logró ya en el 2016 situar el porcentaje de errores por debajo de un 3%, algo espectacular si consideramos que en las personas se sitúa en un 5%. Un año después una IA entrenada con más de 100.000 imágenes médicas y más de 2.000 casos de cáncer de piel, fue capaz de igualar a los dermatólogos más competentes en sus diagnósticos. Ese mismo año Microsoft e IBM obtuvieron también unos resultados comparables a los humanos en el reconocimiento de voz, y poco después Microsoft volvió a sorprender al mundo al igualar la competencia humana en la traducción del chino al inglés. Suma y sigue, ya que año a año los logros van siendo cada vez más espectaculares.

Es tal el impacto y más todavía las expectativas puestas en la IA, que la investigación en este campo está acaparando una parte muy significativa del afán científico en el mundo. Según Google Scholar, que mide las citas que reciben las contribuciones científicas de los investigadores, los cuatro artículos científicos más citados, entre los publicados en el período 2014 a 2018, están relacionados con la IA. También tres de los cinco artículos más citados de Nature, la revista con mayor influencia científica del mundo, a pesar de que se centra sobre todo en las ciencias y tecnologías de la vida.

En los últimos veinte años el porcentaje de las publicaciones de IA se ha triplicado respecto al total de la producción científica mundial, siendo China el mayor contribuyente, seguido de Europa y EE.UU. Un estudio de los más de dos millones de artículos de IA publicados hasta finales de 2018, muestra que China superó ya en el 2006 a EE.UU. en número de artículos publicados anualmente. De mantenerse la actual tendencia, este mismo año China tendrá también más artículos dentro del 10% más citado y en el 2025 en el exclusivo 1% con más citas. Es decir, entre la excelencia de la producción científica. No todos los análisis de este tipo son igual de contundentes, pero en lo que no parece haber duda es de que China no se queda a la zaga de EE.UU. en el impacto científico de su investigación en IA y que más pronto que tarde lo superará.

La investigación en IA acapara una parte muy significativa del afán científico en el mundo

Si excluimos a las universidades de este análisis, en China y Europa son los organismos públicos los que más aportan a la producción científica en IA, mientras que en EE.UU. lo son las empresas, una evidencia más del protagonismo empresarial norteamericano en este campo. El impacto económico esperado de la IA es tan grande –McKinsey lo cifra en 13 billones de dólares en el 2030–, que la I+D en IA se está desplazando cada vez más a las empresas. Suelo decir que no hay ninguna universidad en el mundo que cuente con un millar de investigadores en IA, mientras que hay ya unas cuantas empresas que sí los tienen. También están creciendo de un modo asombroso la inversión en start-ups basadas en IA. Si en el 2010 fue superior a los 1.000 millones de euros, el año pasado fueron más de 40.000, con EE.UU. por delante, tanto en creación de empresas como en la inversión realizada.

Pero por lo que realmente pugnan estos países, más que por el liderazgo científico, es por el económico, aunque es probable que este no se de sin aquel, al menos de modo sostenido en el tiempo. ¿Qué país lidera la IA hoy? La pregunta es fácil. Sin duda EE.UU. ¿Quién la liderará en diez años? Esta es para nota. El pasado agosto un artículo de Nature se preguntaba, sin atreverse a responder, si China liderará la IA en el mundo en el 2030. Voy a intentar poner algo más de luz al respecto.

Los cuatro artículos científicos más citados publicados en el periodo 2014-2018 están relacionados con la IA

Hasta este siglo el protagonismo chino en IA era escaso, circunscrito al ámbito académico y más en el terreno teórico que aplicado. Sin embargo, los gigantes chinos de la economía digital (Alibaba, Baidu y Tencent) cambiaron radicalmente el panorama y el propio interés del Gobierno chino por la IA. Hoy las cosas son muy distintas. La Universidad de Stanford elabora anualmente un informe que calcula un “índice de IA” por países. Para elaborarlo tienen en cuenta un amplio conjunto de indicadores económicos, sociales, técnicos, de investigación y otros. Si consideramos solo los relativos al ámbito económico y a la I+D, EE.UU. y China están prácticamente a la par, y muy por delante del resto.

Otro estudio muy interesante es el que realiza Tortoise Media, un medio online independiente que pretende recuperar el rigor y la pausa en el mundo de la comunicación, y que elabora también un índice sobre la situación de la IA (The Global AI Index), sobre un total de 54 países, a partir de más de un centenar de indicadores relativos al talento, las infraestructuras –tales como internet o la capacidad de supercomputación–, la investigación, el desarrollo, la estrategia gubernamental, las iniciativas e inversión empresariales y lo que ellos llaman entorno operativo, que incluye cuestiones como el apoyo público y el marco regulatorio del país. 

Los datos que refleja su estudio van en línea con lo evidenciado por otros estudios, quizás no tan completos. EE.UU. está en cabeza, seguido de China. Más interesante es ver sus posiciones en algunas de las siete dimensiones consideradas. EE.UU. se sitúa en primer lugar en talento, infraestructuras, investigación, desarrollo y en el terreno empresarial, mientras que China es segunda en estos dos últimos ítems, y primera en infraestructuras y en la estrategia gubernamental. Sin duda el Gobierno chino está desplegando una muy ambiciosa apuesta por la IA y con mando en plaza. España, por cierto, ocupa un honroso 15.º puesto.

La relaciones entre las dos grandes potencias a este y oeste del globo son cada vez más tensas.
La relaciones entre las dos grandes potencias a este y oeste del globo son cada vez más tensas. (JASON LEE / Reuters)

Sin que nadie discuta que EE.UU. ostenta hoy el liderazgo, hay que recordar que también lo tenía Rusia en la exploración del espacio en 1957. Por otra parte, está claro que no hay un determinismo tecnológico, de modo que el dominio de la IA hoy no garantiza el del mañana. Tampoco es una batalla que libren sobre todo los científicos, donde la ventaja de EE.UU. es todavía significativa, al menos si consideramos la élite científica. Del centenar de investigadores que cuentan con un índice h mayor, 70 están en EE.UU. y 7 en Canadá, frente a 16 en Europa –España tiene a uno, el profesor Francisco Herrera de la Universidad de Granada–, China y Hong Kong aportan otros 5, y 2 más Australia. El índice h, propuesto por el físico Jorge Hirsch, es el número mayor de publicaciones de un autor que hayan recibido cada una de ellas al menos ese número de citas. Se trata de un resumen muy grosero del impacto de un investigador –como lo es el PIB de un país para describir su economía y la riqueza de su población, por cierto–, pero nos sirve bien para este propósito.

Los científicos, en todo caso, no somos más que los peones de esta partida de ajedrez. Las piezas más importantes son otras: la disponibilidad de datos y de expertos capaces de valorizarlos en el ámbito comercial y de las aplicaciones; la capacidad de innovación del tejido empresarial; la ambición gubernamental y su capacidad de movilizar al país alrededor de la IA; y el apoyo de la sociedad. Veamos todo esto con un poco de detalle.

Si hay un ámbito en el que China va claramente por detrás de EE.UU. es en la tecnología que soporta la inteligencia en los dispositivos. Hablamos de los sistemas operativos de las máquinas, de las plataformas de desarrollo de sistemas basados en IA y muy especialmente de los chips. De hecho, son estadounidenses todas las compañías que han liderado el diseño de los chips de los distintos tipos de dispositivos con los que hemos convivido en las últimas décadas: la mayoría de los ordenadores personales llevan un cerebro de Intel; en el caso de los móviles, donde el ahorro en energía es clave, este protagonismo lo ocupa Qualcomm, eso sí, con diseños de ARM, una compañía de origen británico, aunque controlada por capital japonés; y ahora, con el boom de la IA, los que mandan son los chips de Nvidia, compañía especializada en hardware para videojuegos. No es azaroso lo de los videojuegos. Las operaciones más repetidas en la computación gráfica lo son también en las que se requieren para las redes neuronales artificiales en las que se basan muchas de las aplicaciones actuales de la IA, en particular las que se basan en aprendizaje profundo.

En el 2018 la mayor parte de las patentes relacionadas con la IA (51%) fueron de EE.UU., seguido de Japón y en octavo lugar China

Nadie duda de que es muy probable que vengan de EE.UU. los avances científicos más relevantes en IA en los próximos años. Pero si bien para el avance de la física fue más determinante Einstein que un millar de buenos físicos de la época, para la electrificación del mundo fueron más importantes un millar de buenos ingenieros eléctricos que Benjamin Franklin, el descubridor de la electricidad. China cuenta hoy con muchos miles de buenos científicos e ingenieros especializados en IA, con una buena formación y una gran ambición. Bien es cierto que EE.UU. va muy por delante en el número de patentes relacionadas con la IA. De hecho, en el 2018 la mayor parte de las patentes mundiales relacionadas con la IA, concretamente un 51%, fueron estadounidenses. Después va Japón, pero ya con sólo un tercio de las de EE.UU. China está muy lejos de los americanos, situándose como 8.º país del mundo. Pero China tiene datos, muchísimos datos, que son el petróleo del siglo XXI, como se ha llegado a decir.

En datos van muy por delante de todos, como país y a través de su tejido empresarial. De hecho, la empresa china Tencent tiene probablemente el ecosistema de datos más importante del mundo, construido alrededor de su aplicación WeChat, que a todos los servicios que aporta el WhatsApp, añade un sinfín de otras funcionalidades. Es más, las empresas chinas, al contrario que muchas plataformas estadounidenses, se implican en dar el servicio en el mundo físico que gestionan en el mundo digital, lo que les permite disponer de un mayor conocimiento de la realidad y de los datos que la reflejan. Por tanto, haciendo buena la frase atribuida a Robert Mercer, fundador de Cambridge Analytica, de que “no hay mejor dato que más datos”, se puede explicar que los mismos algoritmos de aprendizaje automático den resultados muy distintos en función de los datos con que se alimenten. A veces el aprendiz puede ganar al maestro si cuenta con las mejores herramientas. Por eso, la mecanización inteligente vendrá sobre todo del oriente.

China tiene datos, muchísimos datos, que son el petróleo del siglo XXI

Vladímir Putin afirmó en el 2017 que el país que domine la IA dominará el mundo. Sin duda su homólogo chino, Xi Jinping, opina lo mismo, y por eso China hizo público en julio del 2017 su Plan de Desarrollo de Inteligencia Artificial de Nueva Generación, con el objetivo no escondido de liderar la IA en el mundo en el 2030 y poniéndose deberes ya a corto plazo, como atraer el mejor talento en IA y realizar importantes contribuciones científicas en este ámbito. También desarrollar aún más su tejido empresarial, muy poderoso ya. China va a la cabeza en la inversión en robots industriales, seguida de Japón y EE.UU., pero estos a gran distancia. 

Las 150.000 unidades instaladas en China en el 2018 suponen más de un tercio del total mundial y son más, de hecho, que las de Europa y EE.UU. juntos. El tejido empresarial chino es muy consciente de que competir por el coste de la mano de obra es perder, y eso se evidencia en su profunda transformación. Un estudio reciente del Centro de Innovación en Datos indica que sólo un 43% de los estadounidenses considera que para sus empleadores es estratégico el despliegue de la IA y la transformación digital de su organizaciones, porcentaje que se eleva a un 85% entre los chinos.

Aunque el entonces presidente Obama se había adelantado un año a China anunciando un plan estatal en IA a largo plazo, su impacto fue escaso y su recorrido efímero. De hecho, sólo unos meses después su sucesor, Donald Trump, nada más asumir la presidencia, propuso recortar los fondos federales para la investigación en IA. Una vez más, no obstante, tuvo que desdecirse y rendirse a la evidencia. Así, en febrero del 2019 firmó un decreto poniendo en marcha la Iniciativa Americana de Inteligencia Artificial, en la que cobra un papel muy relevante el impuso a la investigación, algo que se evidenció meses después con la puesta en marcha de su Plan Estratégico de I+D en IA, pero también con el compromiso por la capacitación de las personas para el trabajo que está por venir, en la defensa y seguridad del país y en temas éticos, jurídicos y sociales relativos a la IA.

La industria es uno de los sectores más robotizados de la economía.
La industria es uno de los sectores más robotizados de la economía. (bugphai / Getty Images/iStockphoto)

No es la inteligencia de las máquinas la que va a competir para dilucidar el liderazgo de la IA. Por eso son tan importantes las personas, los gobiernos y quienes están al frente de los mismos. Será su inteligencia y ambición lo que realmente cuente, y su capacidad para movilizar a un país entero. En este sentido, es notorio que la sociedad estadounidense no apoya tan decididamente, como sí lo hace la China, al menos tácitamente, el desarrollo y despliegue de la IA. En EE.UU. preocupan las cuestiones éticas alrededor de la IA y la preservación de la privacidad y del empleo. 

Los norteamericanos no parecen convencidos de que todo vale por un supuesto beneficio de la economía y de la seguridad nacionales. Los chinos sí. Sin duda esto puede condicionar según qué inversiones y ralentizar a EE.UU. en esta carrera. Un prestigioso economista del MIT, Daron Acemoglu, me confesaba hace algún tiempo que el sistema educativo estadounidense seguía formando a la mayoría de los jóvenes para trabajos que ya no existen o no van a existir en poco años. Por el contrario, los chinos tienen en general una visión optimista respecto a un futuro centrado en la IA, en particular en lo relativo a la creación de empleo y la posibilidad de desempeñarlo al contar con la formación adecuada para ello. Sea cierto o no, de momento esta visión positiva de su futuro les sirve para mover montañas.

Se habrá preguntado el lector dónde me he dejado a Europa en este análisis. Europa no ha sabido ponerse de acuerdo para una crisis sanitaria sin parangón en las últimas décadas, y que tendrá un impacto socioeconómico mayúsculo, así que parece difícil que esta desunión europea pueda disputarles a EE.UU. y a China una partida en este tablero de juego. Lo peor de todo es que la IA, además de ser una tecnología de propósito general, como la definieron en su libro La segunda era de las máquinas, los prestigiosos profesores del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, amplifica rápidamente las distancias. Los países que tomen la delantera correrán cada vez más y las empresas que lideren la IA pronto se repartirán el mercado.

Lo que sí hay que reconocerle a la Unión Europea, al menos yo lo hago, es que busque un desarrollo de la IA centrado en las personas. Se trata de defender los principios y valores de respeto al individuo y a la sociedad tradicionales en nuestro continente, algo a lo que responde el recientemente publicado: Libro blanco sobre la inteligencia artificial. Un enfoque europeo orientado a la excelencia y la confianza, o el Reglamento general de protección de datos, dirigido a la protección de las personas en lo que respecta a sus datos personales y a la libre circulación de los mismos. Ojalá podamos hacer viable y sostenible este aparente oxímoron. Para ello hay que crear más que riqueza. Hay también que crear empleo, y distribuir ambos con equidad y justicia social. De otro modo los discursos europeos serán buenas palabras para un brindis al sol.