Un ensayo de Antonio J.Rodríguez se suma al debate internacional sobre la nueva masculinidad
Una vez, al presidente de Estados Unidos Lyndon Johnson le preguntaron en la Casa Blanca por qué su país seguía en la guerra de Vietnam. Johnson se bajó los pantalones y, mostrando lo que había debajo al sorprendido reportero, respondió: “¡Por esto!”. No está del todo claro, viendo al actual inquilino del lugar, que el mundo haya evolucionado, pero lo cierto es que florecen los libros, las acciones, los debates y las reflexiones sobre las llamadas nuevas masculinidades. Si hace unos cuantos años, se hablaba sobre todo de “desconcierto” y “confusión” del hombre ante los nuevos valores sociales, sobre todo los procedentes del feminismo, hoy emerge con fuerza un corpus teórico diverso que apunta las líneas maestras de una, vamos a decir, masculinidad alternativa.
La última aportación la ha hecho el escritor Antonio J.Rodríguez (Oviedo, 1987), quien acaba de publicar el ensayo ‘La nueva masculinidad de siempre’ (Anagrama). Rodríguez, residente en Barcelona, cree que “el hombre se caracteriza tradicionalmente por dos cosas: estado de guerra o competencia permanente con otros hombres, y colonización del cuerpo de la mujer, utilizando la herramienta del matrimonio. Todo eso estaba en la Biblia y no ha cambiado. El cuerpo de tu mujer es tu patrimonio, y se castiga la infidelidad”.
“El hombre se caracteriza por dos cosas: estado de guerra con otros hombres, y colonización del cuerpo de la mujer. Todo eso estaba en la Biblia y no ha cambiado”
Sin embargo, hoy “el carácter multitudinario del feminismo ha abierto una serie de preguntas que tienen que ver con el rol de los sujetos masculinos. Los hombres tenemos dos posibilidades: enquistarnos en nuestro privilegio –y ahí detecto una corriente reaccionaria en boga– o cuestionarnos las cosas, para mí el único camino ético posible”.
En el volumen colectivo ‘Masculinidades alternativas en el mundo de hoy’ (Icaria), coordinado por Àngels Carabí y Josep M.Armengol, expertos de varios países reflexionan sobre la cuestión. Bob Pease, catedrático de Trabajo Social en la universidad australiana de Deakin, opina que, en el aprendizaje de hacerse hombre, la homofobia y la cosificación sexual son dos elementos clave: “La identidad heterosexual masculina se reproduce mediante el terror a lo homosexual: se intenta no hacer nada que pueda ser interpretado como afeminado o poco varonil”. Los heterosexuales sensibles, asimismo, “a menudo se sienten divididos entre su deseo sexual y la conciencia de que su comportamiento sexual y sus fantasías de cosificación pueden resultar opresivos para las mujeres”.
Rodríguez va más allá y cuestiona la misma etiqueta de heterosexualidad, que ve como “un sistema de control político, por el que las mujeres se quedan en el hogar y los hombres salen a trabajar. Pienso que esto merece una revisión. También desde el punto de vista de los hombres heterosexuales, que hemos sido educados para ver al otro como un adversario, para no percibir el carisma o el atractivo de otros hombres, tenemos un velo que nos impide ver lo positivo de otros seres masculinos”.
“La identidad heterosexual masculina se reproduce mediante el terror a lo homosexual: se intenta no hacer nada que pueda ser interpretado como afeminado o poco varonil”
“Es más viril un hombre sobrio que uno ebrio”, asegura, categórico, Rodríguez, quien señala la importancia de la actividad deportiva, el cuidado del físico, comer sano. El catedrático australiano Michael Flood se fija en el movimeinto Straight Edge (sXe), nacido del punk estadounidense, “que desafía el sexismo y la homofobia, rechaza aspectos poco saludables de la masculinidad como el alcohol y las drogas, la conquista sexual, la promiscuidad y la violencia”.
Para Matthew Gutmann, catedrático de Antropología en la Universidad de Brown, “no deberíamos hablar de masculinidades ‘alternativas’, sino ‘normales’, es decir, no agresivas, me parece una distinción importante, que permite incluir a mucha más gente, a un público amplio. Tampoco utilizo la expresión ‘patriarcado’ por la misma razón, son términos analíticamente débiles”.
Rodríguez señala la prostitución como “un tema capital si hablamos de la identidad masculina y la disposición del cuerpo de la mujer. Lo más noble era no dar mi visión personal sino compartir el micrófono con trabajadoras sexuales y activistas por sus derechos. Les hemos de dar voz a ellas. El coronavirus ha cerrado los prostíbulos y estas chicas se han quedado aún más desamparadas”.
Rodríguez analiza campos muy diversos como la política, el deporte, la música, el cine... y hasta el terrorismo. “Hay dos tipos, el de esos adolescentes que atentan contra aulas enteras o centros comerciales; y el islamista. Creo que ambos son expresiones violentas relacionadas con frustraciones de la masculinidad. El terrorismo islamista es también un producto occidental: sus actores no pudieron realizarse como hombres tal como se esperaba de ellos”. Se adentra en el mundo de “los célibes involuntarios y toda la misoginia que acarrea”.
“El terrorista no pudo realizarse como hombre tal como se esperaba de ellos, es un frustrado”
Lo que llama la ‘hombresfera’ es un territorio mediático con “comentarios de tertulianos o incluso de premios Nobel que se sienten oprimidos por el feminismo o que denuncian censuras. Pero lo cierto es que hoy nadie censura nada, puedes encontrar ejemplos de todas las opiniones en un lado u otro, es perfectamente normal que las corporaciones privadas decidan lo que publican o no, a menudo con puros criterios de mercado, pero lo que no sale en un sitio aparece en otro”. Ante el #meToo “dicen que ya no vamos a poder relacionarnos con mujeres, cuando solo se trata de que esa relación sea en términos de igualdad”. Analiza manifiestos de mujeres, como el de Catherine Deneuve, que ve “fruto de un malentendido”, o los escritos de Cayetana Álvarez de Toledo “que para mí representa la figura de la mujer machista, que adopta un comportamiento reaccionario”. Por otro lado, alerta que, en la difusión de chats privados, “a veces confundimos con agresiones algo que solo es masculinidad rústica. Hay una frontera, para mí muy clara. En la seducción ahora hay gente que actúa como observado por una tercera persona: ¿esto que hago sería acoso? Y eso es positivo, todos tenemos que ser más conscientes de nuestro lenguaje, es mejor pensarse dos veces las cosas”.
‘La nueva masculinidad de siempre’ recorre el horror y las salvajadas que sufren hoy mujeres en México, Nigeria, Turquía... pero también en Nueva York o Barcelona. “Quería ofrecer una panorámica amplia que pusiera de manifiesto la realidad de la naturaleza violenta de la relación entre hombres y mujeres que ocurre en todas las clases sociales, en el norte y en el sur”. Varios autores destacan los crecientes movimientos masculinos contra la violencia machista.
Una nueva masculinidad, sea la que sea, debería permitir reconciliarse con el envejecimiento. Pero hay una fuerte tradición en el otro sentido. David Leverenz, profesor emérito de la Universidad de Florida, apunta que “en todas las culturas y a lo largo de los siglos el pene erecto ha sido la sinécdoque de la virilidad y la fuerza”. En su caso, “al jubilarme abandoné mis sueños de grandeza y, tras cuarenta años de matrimonio, floreció una nueva intimidad (...). Abrazarse el cuerpo entero puede expresar el amor con mucha más intensidad que el esfuerzo de un hombre joven hasta el orgasmo. Pero, al comentarlo con amigos, ellos me hablaban de la Viagra”. Rodríguez piensa que “hemos dado al falo un poder mitológico. Es una pieza del cuerpo, objetivamente, como cualquier otra, no tan diferente del falo femenino (el clítoris) pero culturalmente nos conecta con nuestros miedos más ancestrales, nuestra subjetividad masculina más profunda, es un tabú enorme”.
Varios autores han analizado asimismo los modelos literarios de la virilidad. Philip Roth, John Updike o Saul Bellow, serían, para Leverenz, ejemplos del macho tradicional, con toda la sofisticación que se quiera. La profesora de la UB Teresa Requena-Pelegrí observa en cambio un nuevo rol en los personajes masculinos de ‘Las correcciones’ de Jonathan Franzen o ‘Atando cabos’ de Annie E. Proulx, ambos con un padre con implicación emocional, empático y comprometido en las labores domésticas. Josep M. Armengol, profesor de filología inglesa en la Universidad de Castilla-La Mancha, ve también ejemplos llamativos de nuevos hombres en la obra de Richard Ford, que seducen a mujeres gracias a “su gran corazón” o que asisten desolados a sesiones de caza: “¿De qué sirve abatir a un pato?”. Y la investigadora Mercè Cuenca analiza la labor de Paul Auster en ‘Sunset Park’, con un protagonista “que toma la decisión de colocar el dinero en una posición mucho menos importante en su escala de prioridades” y se convierte así en un contramodelo al gran Jay Gatsby de F.Scott Fitzgerald.
Franzen, Ford o Auster construyen nuevos modelos de hombre en sus personajes, frente a Roth, Updike o Below
Victor J.Seidler, profesor emérito en la Universidad de Londres, en un diálogo con los miembros del grupo Construyendo nuevas masculinidades, de la Universitat de Barcelona (UB), opinaba que hoy la masculinidad se define básicamente “en relación a la cultura consumista de los medios de comunicación”. Concluía que “hay diferentes maneras de ser hombre, y suavizar por ejemplo la frontera entre heterosexual y homosexual”. Para él, “que los hombres se declaren feministas me parece una negación de su propia masculinidad porque parece como si su masculinidad fuera negativa en sí misma. No hace falta negar la masculinidad para oponerse a la violencia”. En sus visitas a los idealizados países nórdicos, explica, “vi a esos maravillosos hombres escandinavos, ocupándose de los niños y la comida y, sorprendentemente, estaban agotados. Tampoco se registra menos violencia en sus países. Nadie es dueño de la verdad”.