lunes, 10 de octubre de 2022

¿Por qué en París la gente viste mejor que en otras ciudades?

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Bueno, en el centro de la ciudad, que es donde parece que el cliché del estilo parisino se cumple incluso si eres de fuera.




Por favor, qué bien va esa mujer. Y ese hombre. Qué chaqueta tan bonita, y qué bien le quedan los pantalones a ella. ¿Y ese bolso? Madre mía, esto es un no parar". Si has estado en París, puede que hayas pensado algo parecido a esto, porque allí la admiración (y lo mismo, un poquillo de envidia) por cómo viste la gente es, digamos, un poco más habitual que en otros lugares. Vale, es cierto que estamos hablando del centro de París (no vamos a obviar el factor dinero) y que en todos sitios hay personas muy, muy estilosas, pero parece que en la capital francesa, por algún motivo, se concentran. Lo mismo está en el agua que beben, lo mismo tiene que ver con el aire en el que sigue flotando un aroma a tabaco (¿pero cuánta gente fuma aquí?). O lo mismo es que hay una norma no escrita que dice que a París, hay que venir 'vestido'. Arreglado, si lo prefieres.

No hay tantas camisetas de rayas marineras como una podría pensar; en cambio, hay muchos pantalones de traje, vaqueros rectos y zapatillas deportivas sencillas. Los mocasines negros con calcetines blancos también se pueden ver por aquí, donde llevar una boina automáticamente te significa de un modo que no quieres significarte en París (como quien va de viaje a Andalucía y se planta unos lunares, vamos). El vestir bien en esta ciudad tiene que ver con una cosa alejada de los clichés teóricamente autóctonos y cerca de factores como la calidad de las prendas, el aprecio por la estética y la actitud, mucha actitud.

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La cuestión de la calidad puede resultar peliaguda porque hay muchas cuestiones implicadas, pero teniendo en cuenta el contexto y que esto es una observación a base de paseos (tampoco iba a ir pidiendo por la calle que me enseñasen las etiquetas así, a lo loco), podríamos determinarla como el que la ropa se vea bien. Se vea limpia, pulida, con cuerpo, con entidad. Quizás el truco, con permiso de los tejidos, es que las prendas, por lo general, le sientan bien a esas personas en las que te fijas.

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Este es un secreto a voces de las parisinas (o lo que nos han vendido) y que los extranjeros que pisan la ciudad, aplican. Las parisinas son estilosas sin aparente esfuerzo porque el trabajo lo han hecho en casa editando con cuidado su armario. No se vuelven locas con las tendencias y seleccionan solo esas con las que se sienten cómodas y brillan ellas, no la ropa. Solo faltaría que algo, lo que sea, les quite el protagonismo.

Las mujeres estilosas que pasean por París parece que no han pasado más de cinco minutos delante del espejo, y puede que eso se verdad: cuando tienes un buen armario, todo sale como sin querer. Su manera de llamar la atención es menos escandalosa y más sutil, y quien viene a Rue Saint Honoré y alrededores, intenta imitarlo. Pero eso no es malo. Al contrario.

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En este sentido, hay mucho mimo en el centro de París. Lo hay por el entorno, cuidado para que los visitantes puedan sentir que se cumplen las expectativas, pero también en la gente que camina por este particular y hermoso decorado. Ahí, justo ahí, es donde reside gran parte del secreto de por qué la gente viste tan bien en París: porque se esfuerzan por hacerlo. Porque quieren hacerlo para encajar en las calles, para embellecerlas.

Históricamente, las grandes avenidas destinadas a que la (entonces nueva) clase burguesa pasease, nacieron en ciudades como esta, y París se convirtió en un gran exponente. Vaya, que se hizo experta; no se llaman boulevards por casualidad. Era el lugar al que ir para ver y, sobre todo, para ser visto. Como los bares con nombres exóticos y barras abarrotadas, como las puertas de los desfiles para los animales del street style. Y parece que eso sigue sucediendo aquí y ahora: la gente se viste para deleitar a otras personasGastronomía para los ojos, como dijo Honoré de Balzac sobre la flânerie, que no es otra cosa que pasear observando (aunque el término también fue experimentando cambios desde el siglo XIX).

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Hay un 'meme' en TikTok que resume bien esta idea: "No me visto para gustar a los hombres, me visto para que esas niñas de doce años se paren, me miren y piensen que quieren ser como yo". Ni más, ni menos. Nos vestimos para provocar admiración, y lo hacemos desde antes de las redes sociales, aunque esas herramientas parezcan haber amplificado el efecto. Antes, esas chicas de trajes oversized con zapatillas de diseño y café de Kitsuné (parada imprescindible, viendo las colas que hay) habrían cogido su bebida y caminado sin más. Ahora, hacen altos frente a una tienda de Saint Laurent para grabar un Reel. ¿Quién las culpa, cuando creamos y compartimos estampas hiperestéticas con la misma facilidad que bajar a comprar el pan? Bueno, una baguette.

No, esas chicas no tienen la culpa. Son, si acaso, el epítome de lo que sucede en las calles de París. Y lo de grabarse es absolutamente secundario: lo impresionante es ese consenso por el que todos se cuidan un poco más a la hora de salir a pasear por las calles. Es un fenómeno que pasa cuando te vas de viaje (¿quién quiere inmortalizarse con una camiseta de propaganda en vez de con un look bonito?), pero aquí cobra otra dimensión debido a la fama internacional de la ciudad. París ha tenido siempre muy buena publicidad en materia de moda, y el peso de la historia se nota y hace que se accione ese mecanismo del "donde fueres, haz lo que vieres". Es decir, vístete para la ocasión.

Hay algo bonito en ese cuidado que le ponen los viandantes a la hora de preparar un look para París: les (nos) mueve no solo algo puramente egoísta, que es querer que te admiren y encajar, sino también un cierto sentido del respeto al otro. Valoran a quienes comparten acera con ellos y por eso no quieren ir de cualquier manera. De algún modo, es una especie de deferencia, de reconocimiento como iguales, de acto de cariño, si lo quieres ver así. Es ofrecer belleza, o tu visión de la belleza, al mundo. Por eso nunca me he fiado del todo de quien me dice que no se fija mucho en lo que se pone: prefiero a los generosos que entienden que vestirse puede ser un regalo para uno mismo y para los otros. Y por eso me caen bien los que pisan el centro de París.


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