domingo, 23 de octubre de 2022

Los chips modernos dependen de una 'compañía fantasma' y nadie sabe qué pasará con ella




Foto: Marina García Ortega.


ARM no hace ni un chip. Pero es fundamental para la tecnología moderna y para que Amazon, Google o Apple puedan hacer los suyos. Tras la venta frustrada a Nvidia, se esperaba una salida a Bolsa que quizá no llegue a producirse




Qué tienen en común su iPhone, el Xiaomi de su hijo, el Kindle que se llevó en las últimas vacaciones, el MacBook de última generación del escritorio, el altavoz de Google que tiene en la cocina, la Roomba que anda dando aspirando la casa, la 'smart TV' de LG, el Tesla que te cruzaste anoche y la bombilla conectada de Phillips que alumbra su salón? Todos estos aparatos, al igual que millones en todo el mundo, tienen un procesador o un chip con tecnología de ARM. Detrás de estas siglas se esconde una empresa fantasma, conocida en los mentideros especializados pero bastante desconocida fuera de ellos, que se ha convertido en una viga maestra de la industria de los semiconductores, esa misma que se ha colocado como una preocupación e interés de primer orden para prácticamente todos los países del mundo.

Y lo ha hecho, curiosamente, sin crear un solo chip. Lo que ellos comercializan es la arquitectura que utilizan Apple, Qualcomm, Samsung o TSMC, entre muchos otros, para diseñar y dar forma a sus chips. Grosso modo, se podría describir como vender un patrón de una camisa en el mundo de la moda, cuya propiedad intelectual es adquirida por diversas marcas de ropa para crear sus prendas, personalizadas en base a su estilo y las necesidades de su catálogo. La cuestión es que, a día de hoy, no existe alternativa viable alguna para sustituirla.

"ARM empezó como un proyecto pequeñito hace más de 30 años, en el entorno de Acorn Computers. Estaba pensado para ser utilizado en pequeños sistemas como controladores", recuerda Mateo Valero, director del Barcelona Supercomputing Center. "Como tuvieron éxito, empezaron a escalar su trabajo para cosas más potentes", dice este experto, que recuerda que la empresa "no diseña ni fabrica procesadores". "Ellos hacen la arquitectura, el conjunto de instrucciones para que el microprocesador funcione. El diseño corresponde a sus clientes, como Qualcomm, Samsung o Apple, que utilizan esas instrucciones para crear sus chips", resume. ARM Holding fue constituida como empresa independiente en 1990 y en septiembre del año pasado tenía casi 7.000 empleados a nivel global.

placeholderApple ha empezado a utilizar ARM para crear los procesadores de los Mac.(Reuters)
Apple ha empezado a utilizar ARM para crear los procesadores de los Mac.(Reuters)

Según el CEO de la compañía, René Hass, en el último trimestre se fabricaron más de 7.400 millones de circuitos integrados con alguna tecnología de ARM en su interior. "Nosotros no hacemos los chips, licenciamos el conocimiento para hacerlos", puntualizó el mandamás en una entrevista con The Verge, en la que dejó claro que en su cartera de clientes está "prácticamente todo el mundo". "Sería más fácil decir quién no es nuestro cliente", apostillaba. A su amplia cartera, pronto se unirá también Intel. El mayor fabricante de circuitos integrados del planeta tiene un plan de futuro que pasa por crear no solo sus chips, si no los de otros y trabajará con esta arquitectura.

Los ingresos de la compañía, que en 2021 alcanzaron los 2.700 millones de dólares, se generan de dos formas. Por una parte, las licencias que venden a los fabricantes y diseñadores de chips pero, por otra, un pago variable que obtienen dependiendo cuántos chips venden sus clientes. Una cuantía negociada previamente, tal y como explicó el propio Hass.


¿Qué aporta ARM?

Para entender lo vital que resulta el trabajo de ARM hay que hacer un breve itinerario por la microelectrónica. Cualquier aparato electrónico tiene un procesador, el lugar donde se realizan las operaciones de computación necesarias para funcionar. Esta pieza recibe las órdenes, las ejecuta y devuelve el resultado. Los ordenadores, tradicionalmente, utilizaban CPU de Intel o, en menor medida, de AMD. Procesadores que están hechos con la arquitectura x86, creada por la primera de estas compañías. Estos componentes contaban con sistema de refrigeración y unidades de procesamiento gráficas independientes y dedicadas, así como con acceso a fuentes de alimentación estables. Esto les permite llevar a cabo procesos que requieran una mayor capacidad de computación, asimilar tareas más complejas, sin miedo a sufrir sobrecalentamiento, algo que impacta directamente en el rendimiento del chip.

Sin embargo, con la aparición de los 'smartphones' todo cambia por un motivo tan evidente como simple: no hay espacio para componentes como los sistemas de refrigeración. Ahí es donde entra en juego ARM, que se basa en un enfoque conocido como RISC (siglas en inglés de ordenador con conjunto reducido de instrucciones), para permitir la creación de microprocesadores ideales para teléfonos y otros dispositivos móviles. Tuvo una rápida expansión en los 'smartphones' porque era capaz de ofrecer una muy buena eficiencia energética en un espacio reducido, llegando a unos buenos niveles de rendimiento.

"La importancia de ARM, básicamente, ha venido dada porque Intel y otras compañías implicadas le dejaron vía libre para conquistar el mercado de los teléfonos móviles porque estaban centrados en otros objetivos", explica Valero.

Tras su buena acogida y respuesta en los móviles, la arquitectura fue extendiéndose en sus distintas formas hacia aquellas áreas de la electrónica que tenían el mismo problema: la necesidad de crear procesadores diminutos y muy eficientes. Sin embargo, ARM también ha avanzado en dirección opuesta: en el del rendimiento. Consiguió escalar sus capacidades hasta ser una opción viable en ordenadores.

Un extremo que ha quedado más que confirmado después de que Apple, que ya utilizó esta arquitectura para crear los Bionic de sus iPhone y sus iPad en virtud de una licencia perpetua que adquirió a ARM, decidiese también crear sus procesadores para los Mac con ARM. No era la primera que lo intentó (Microsoft o Lenovo probaron a utilizar procesadores con esta arquitectura con algunos modelos), pero es la que más lejos ha llegado.


Asalto fallido de Nvidia

Esta pieza tan importante para el desarrollo tecnológico lleva dos años inmersa en un culebrón que nadie sabe cómo acabará. Un melodrama corporativo que empieza en septiembre de 2020 cuando Nvidia, el gigante de la tarjetas gráficas, decide en una operación inesperada asaltar la titularidad de la compañía, de origen británico pero cuya propiedad corresponde al gigante japonés Softbank. La firma estadounidense puso sobre la mesa una oferta de cerca de 40.000M para hacerse con el control de un eslabón clave para su negocio, pero también para el de muchos de sus competidores. Qualcomm o Microsoft no tardaron en rebelarse contra estos planes. Quejas que se convirtieron en preocupaciones cuando el asunto pasó a los reguladores, que no tardaron en poner palos en las ruedas al acuerdo, que quizá, no se formalizó en el mejor momento.

El covid produjo una disparatada demanda de aparatos electrónicos, algo que tensó hasta el extremo la cadena de producción de los fabricantes de semiconductores, que se vieron desbordados, dejando al descubierto las carencias de un gremio cuya fiabilidad se daba por descontada hasta entonces. A EEUU, Reino Unido y la Unión Europea se les cayó la venda de los ojos y, tras décadas obviando el elefante en la habitación de la deslocalización industrial, recuperaron el discurso de la soberanía tecnológica. Esta maniobra hubiese encendido las alarmas de la policía de la competencia en cualquier momento, pero es que la pandemia ha creado mucha sensibilidad en todo este asunto.

“Seguiremos trabajando para demostrar que esta transacción beneficiará a la industria y promoverá la competencia”, respondió Nvidia cuando recibió a finales de diciembre del pasado año una demanda de la FTC estadounidense para frenar el acuerdo. Una demanda, por cierto, que fue la primera acción significativa de la agencia pública después de la incorporación de Lina Khan, la abogada de Yale escogida por Biden para dirigir este departamento, conocida por su combativa posición contra las grandes tecnológicas (Amazon le ha llegado a acusar de acoso contra sus directivos) y estas grandes fusiones.

Washington interpreta la operación en la misma dirección que Bruselas, Londres o Pekín: si ARM caía en manos de una parte interesada el mercado de chips podría sufrir una distorsión histórica en la que la competencia podría salir perjudicada. Aquello fue una gota, una de tantas, que ayudó a colmar el vaso. Poco después, en enero de este año, ocurrió lo que parecía inevitable. Nvidia y Softbank cancelaron el acuerdo de compra. El grupo japonés, uno de los principales mecenas e inversores tecnológicos del mundo, se veía privado de un importante balón de oxígeno financiero. "Si llega a lograr la compra, Nvidia habría logrado prácticamente la capacidad de hacer supercomputadoras por sí misma después de la compra de la israelí Mellanox, especializada en el tema de conectividad y centros de datos", apunta Valero. "Eso hubiese supuesto un monopolio que no era del gusto de mucha gente".

placeholder Jensen Huang, CEO de Nvidia. (Reuters)
Jensen Huang, CEO de Nvidia. (Reuters)

El imperio de Masayoshi Son se encontraba en pleno reposicionamiento por las turbulencias económicas, pero también por apuestas fallidas como las de Uber, la de WeWork o la de Boston Dynamics, decidió entonces que el destino de ARM sería una oferta pública de venta. El lugar escogido sería Wall Street, concretamente el NASDAQ y que pretendía hacerlo antes del final de su actual ejercicio fiscal, que termina el 31 de marzo de 2023.

Pero esta hoja de ruta parece más incierta que nunca. Primero, porque el futuro de la compañía se ha convertido en un asunto de estado en un Reino Unido italianizado tras el 'Brexit' que no quiere que una salida a Bolsa diluya su influencia sobre la compañía. "Es una empresa tecnológica británica líder de importancia estratégica nacional y un importante empleador local. Si cotiza en Bolsa debería hacerlo en Londres, en lugar del Nasdaq o cualquier otro sitio, para asegurar que sus intereses y los de los inversores están alineados con el interés nacional", explicó Anthony Browne, diputado 'torie'. Esta declaración sirve como ejemplo de la presión política que se cierne sobre la empresa para que decida su futuro.


Samsung entra en la ecuación

Pero esta no es la única alternativa que se plantea para la nueva etapa de ARM, al que supuestamente ha salido otro pretendiente con mucho caché: Samsung. La liebre la levantó la agencia de noticias Bloomberg, que hace unas semanas informó de que el dueño de Softbank acudiría a Seúl a mantener una reunión con los gerifaltes de la compañía surcoreana para estudiar los detalles de una asociación estratégica.

Aunque la cara más conocida de Samsung es la de ser el mayor vendedor mundial de 'smartphones' así como un importante fabricante de electrodomésticos, es un importante actor de la industria de los componentes electrónicos, especialmente de los semiconductores. Junto a Intel es la única compañía en el sector que se ocupa de todo el proceso de creación de chips, es decir, tanto del diseño como de la fundición.

Sin embargo, sus objetivos, por ahora, no parecen cumplirse. Un buen ejemplo es de los procesadores Exynos, que aún no han conseguido ser lo suficientemente competitivos frente a las mejores piezas de Qualcomm o los Bionic de Apple. En sus últimos teléfonos plegables descartó sus propios motores y los sustituyó por los Snapdragon. Absorber ARM tendría un efecto similar al de la hormona del crecimiento, aunque no está claro si superaría el escrutinio de las autoridades en el que tropezó Nvidia. De momento, el dinero para esta operación existe. Y es que Samsung anunció la movilización de un paquete de 356.000 millones de dólares hasta 2026 para invertir en semiconductores, robótica, inteligencia artificial o desarrollo farmacéutico.



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