miércoles, 26 de abril de 2023

Por qué ni tomar zumo de naranja para desayunar, ni cenar ensalada, ni matarte a hacer cardio te va a ayudar a adelgazar (más bien todo lo contrario)






Ahora que entran las prisas por perder peso, conviene desmitificar algunas falsas creencias que todavía siguen en boga.




Cuanto más 'escarbo' en ese terreno abonadísimo a la información (no siempre de fiar, la verdad, porque hay que ver la cantidad de bulos, pócimas, dietas y curas 'detox' que intentan colarnos) denominado bienestar, más cuenta me doy de la cantidad de cosas que he hecho (y hago) mal en mi vida cotidiana.

Parto de la base de que hay principios básicos e incuestionables, como que fumar o beber alcohol son dos venenos para nuestra salud al igual que lo son los alimentos ultraprocesados, el azúcar o que dormir poco y mal es un auténtico desastre para nuestro organismo (al igual que ese puñetero estrés que nos hace suyos a las primeras de cambio).

Por más que los negacionistas de la actividad física se empeñen en negarlo, a estas alturas, está más que demostrado el poder sanador del movimiento y la extraordinaria capacidad destructora de nuestra salud del sedentarismo.

También es irrefutable el hecho de que el sol, aunque nos dé tanto subidón tomarlo, nos sirva para recargar nuestros depósitos de vitamina D y nos brinde ese bronceado tan 'favorecedor', es, además de un factor clave en la aparición de cáncer de piel, un devorador de colágeno y elastina que nos roba sigilosamente la lozanía sin que nos percatemos de ello hasta que estamos más arrugados que una pasa.

O tampoco se puede discutir la inquietante realidad de que el abuso de las pantallas nos está desquiciando y que, como esto no cambié, acabará por hacernos mutar en una inquietante especie miope, cabizbaja y cheposa con manos en forma de garra y pulgares descomunales.

Todo esto, nos guste o no, es obvio. Pero, a partir de aquí, hay detalles que, poco a poco, voy descubriendo que me hacen replantearme algunas de mis creencias más arraigadas, por ejemplo, en temas tan 'delicados' como el de la pérdida de peso. Hablo, por ejemplo, de revelaciones (al menos para mí lo fueron) como las que me hace, con cierta periodicidad, el nutricionista Javier Fernández Ligero y que echan por tierra costumbres tan presuntamente saludables como desayunar un zumo de naranja. Porque, para mí sorpresa, Fernández Ligero me explicó el motivo por el que arrancar el día con esta opción no es, ni mucho menos, la mejor idea . "Cuando exprimimos una naranja, la fibra se queda casi por completo en los restos de la pulpa mientras que el contenido en fructosa, -azúcar natural de la fruta- permanece intacto y va a tener un impacto inmediato en nuestro nivel de azúcar en sangre, mucho más alto que si nos comemos la naranja entera". A esto habría que añadir el detalle de que "para hacer un zumo se necesitan cuatro o cinco naranjas, lo cual quiere decir que nos estamos metiendo en el cuerpo la fructosa de todas esas piezas, con el chute bestial que eso supone para nuestro organismo". ¿Qué hacemos, entonces? Pues tomarnos la pieza de fruta entera.

Tampoco es tan 'healthy' como creemos, mucho me temo, lanzarse en plancha a los cereales. Ni siquiera a la clásica (y deliciosa) tostada con tomate, aceite y jamón (a no ser que el pan sea integral). "La mayoría de la gente, lo que hace nada más levantarse de la cama, es tomar un desayuno que suele ser rico en hidratos de carbono de absorción rápida para, luego, pasarse toda la mañana sentada. Al tratarse, habitualmente, de harinas de carácter refinado (galletas, pan, cereales, etc.), su impacto sobre la glucosa sanguínea es muy elevado. Ese pico de azúcar en sangre con el que se arrancamos cada día, nos aboca a un estado de inflamación general, perjudicando el funcionamiento de nuestro metabolismo y empujando a nuestro organismo a la secreción de una gran cantidad de insulina para poder hacer frente a esas glucemias tan altas y, por consiguiente, al picoteo continuo para contrarrestar los 'bajonazos'", relata Fernández Ligero. Un 'drama' que se resolvería "comenzando la jornada llevando a cabo una actividad física moderada que fuera la antesala de un desayuno rico en proteínas y grasas saludables (revuelto de huevos, salmón ahumado, atún en conserva, aguacate, etc), sin subidas, ni bajadas de azúcar". A lo que yo, no obstante añadiría que, de vez en cuando, un buen pan con aceite y tomate (e incluso, si me apuras, mantequilla y mermelada) sienta de miedo.

Pero, ojo, que por la noche tampoco lo hacemos, tradicionalmente, mucho mejor que por la mañana porque, ese recurso de tirar de la ensaladita para adelgazar tampoco funciona. "La cena ha de ser lo suficientemente completa como para mantenernos saciados durante toda la noche. Es decir, tratar de solucionarla tomando algo ligero como una ensaladita, un yogur desnatado o un poco de queso fresco para no engordar producirá el efecto contrario ya que nos hará caer en el agujero negro de la 'recena', el picoteo y los asaltos nocturnos al frigorífico con lo que, al final, nos terminaremos yendo a la cama con el estómago en pleno funcionamiento", advierte este nutricionista.

Lo suyo sería "cenar temprano (sobre las 20:30 horas o antes) y planificar el menú según la actividad física que hayamos hecho esa tarde o al día siguiente. Si no hemos entrenado, debería ser una cena rica en proteínas, verduras y 'grasas buenas'. En cambio, en el caso de que sí hayamos hecho deporte, podemos meter algo de hidratos complejos (patatas, boniatos, arroz o pasta sin gluten) con una buena ración de proteínas que nos va a ayudar a relajar el sistema nervioso con lo que mejorara la calidad de nuestro descanso".

Pero todavía hay más, yo, que era una loca del 'cardio' y me he pasado mis años mozos dando vueltas al Parque de El Retiro como un ratón en una rueda giratoria y sumando metros en la piscina como si quisiera hacer a nado el Canal de La Mancha, he tenido que abrir los ojos a dos realidades impepinables: la primera, el deporte, a no ser que te dediques a ello profesionalmente, ha de practicarse con moderación y sensatez; la segunda, el aeróbico te pega un chute de endorfinas de flipar pero si no va a acompañado de unas buenas sesiones de fuerza para mantener la masa muscular en buen tono, acabaremos 'pinchando'.

Porque, además de acelerar el proceso oxidativo propio del paso de los años, ese cardio extremo que, hasta hace nada, se concebía como la panacea para conseguir 'quemar grasa' puede resultar, incluso, hasta contraproducente "Pretender perder peso únicamente con rutinas cardiovasculares muy intensas, olvidándonos de las sesiones de fuerza, puede jugarnos, a medio plazo, una mala pasada porque, al verse mermado tamaño de la masa muscular,se reducirá su función endocrina y, por lo tanto, se ganará peso con más facilidad", me contó José Vidal, responsable de Fitness y Fisioterapia de Sha Wellness Clinic (Alfaz del Pi, Alicante). ¿Qué quiere decir esto? Pues que el músculo, además de sostén de huesos y vísceras, es un 'horno metabólico' brutal: a más masa, más calorías quemará (incluso, en reposo).




GEMA GARCÍA MARCOS
Actualizado Viernes, 21 abril 2023 - 12:14
https://www.elmundo.es/vida-sana/bienestar/2023/04/20/644154bffdddffe2108b4610.html