La artista Matilde Duarte ha reunido cientos de retratos de Tinder que confirman que para intentar encontrar el amor y llamar la atención entre el resto, sus usuarios recurren a parecerse lo más posible a los demás
Ninguna aplicación condensa las paradojas y contradicciones de nuestras sociedades con tanta precisión como las de citas. A través de Tinder y de otras apps como Bumble o Grindr se pueden investigar tensiones y conceptos como el deseo y la vergüenza, la privacidad y la intimidad o la norma y la disidencia. También se puede explicar cómo las plataformas conquistan porciones cada vez más amplias de nuestra atención o que, a pesar de los discursos que utilizan la etiqueta “clase media” como un espejismo en el que cabe cualquiera, las clases sociales siguen existiendo y los hábitos y las costumbres continúan siendo sus marcadores. Además, Tinder, con su mecánica del match, es una demostración práctica de lo que la socióloga Eva Illouz desarrolla en El fin del amor: en las sociedades contemporáneas, la elección negativa ha sustituido a la elección clásica basada en la selección. O lo que es lo mismo: ante el exceso de posibilidades, hoy elegimos por descarte, es decir, deslizando el pulgar hacia la izquierda.
Quizá porque el uso de estas aplicaciones genera preguntas tan variadas, los análisis desde su interior siempre desbordan los géneros literarios y tienen algo de crónica personal, de proyecto artístico y de ensayo. Es el caso de Love me, Tinder, de Estela Ortiz y Nuria Gómez Gabriel, una obra en la que las autoras destacan que, si bien los perfiles masculinos en Tinder son aparentemente infinitos, estos presentan tantas similitudes entre sí que toda esa potencial variedad se puede agrupar en solo 10 categorías. Así que, aunque sus desarrolladores aseguren que fomentan la diversidad, en la práctica los usuarios de las apps de citas acaban construyéndose perfiles muy parecidos. El resultado es que, en un entorno tan mimético, la libertad para quien escoge recuerda mucho a aquella de la que habló Eduardo Galeano refiriéndose al capitalismo: la de elegir entre lo mismo y lo mismo.
Algo parecido ha notado la artista Matilde Duarte, que acaba de lanzar Match: A visual study of representative self-display in Tinder profiles (Match; un estudio visual de la autovisualización representativa en los perfiles de Tinder), un libro que presenta 1.572 fotos de perfil extraídas de la aplicación. Están agrupadas según poses y escenarios, y las composiciones y los gestos son, como ya avisa el título de la publicación, muy repetitivos: hay decenas de proas de barco, de puestas de sol y de rocódromos. “Las fotos de Tinder, al fin y al cabo, son un reflejo de lo que hay, de lo que ya existe”, expone Duarte. “Así que los fenómenos que aparecen en la app se pueden observar en otros sitios, como en un centro comercial donde gente de la misma clase social adquiere los mismos bienes y servicios con una sensación de libertad que yo no sabría decir si es real o aparente. Es algo que explican los filósofos Horkheimer y Adorno: personas con el mismo modelo de coche, o el mismo poder adquisitivo, suelen coincidir en hoteles idénticos, tienen conversaciones muy parecidas y descubren que conforme crece su aislamiento, llegan a asemejarse cada vez más”.
Que la fotografía, democratizada ya gracias a los teléfonos móviles con cámara integrada, es una práctica que sirve como “índice e instrumento de integración social” es algo que ya menciona Pierre Bourdieu en Un arte medio, ensayo escrito en 1965. El sociólogo francés defiende que “incluso la fotografía más insignificante expresa, además de las intenciones explícitas de quien la ha hecho, los esquemas de percepción, de pensamiento y de apreciación comunes a todo un grupo”. Así que, si los mecanismos detrás de las aplicaciones de citas sirven para explicar muchas cosas sobre nosotros mismos, las fotografías que subimos a ellas son todavía más elocuentes. Especialmente porque se trata de retratos, uno de los géneros artísticos que más han evolucionado a lo largo de los siglos, ajustándose durante cada época a determinadas convenciones culturales que siguen existiendo. Lo que no está tan claro es que encontrar al amor de tu vida sea tan fácil como aplicar esas reglas no escritas sobre encuadre, composición y encaje.
La democratización del retrato y la pose
Tatiana Sentamans es catedrática del Centro de Investigación en Artes de la Universidad Miguel Hernández (UMH) y cree que si muchas veces no reparamos en las particularidades o en la carga simbólica de las imágenes que nos rodean es porque “la fotografía es algo que se incrusta tan bien a todos los niveles y en todas las capas sociales que, con toda su visibilidad, termina tornándose imperceptible”. Por eso, defiende que conviene ser crítico con las imágenes vengan de donde vengan, sobre todo porque detrás de la aparente espontaneidad de cualquier fotografía, siempre hay unos códigos. “La homogeneización tiene que ver con unas categorías definidas por unos códigos visuales desde hace mucho tiempo que se imbrican con contextos culturales complejos para cada lugar y para cada momento. No solo las fotos de Tinder se pueden agrupar; también se pueden establecer categorías a lo largo de toda la historia porque, sobre todo los retratos, tienden a ser iguales”, explica la experta.
Así que para comprender la fotografía contemporánea, y eso incluye la que preparan y suben los usuarios anónimos a sus aplicaciones de citas, es necesario partir del retrato pictórico. “Antiguamente, solo los miembros de la familia real, los nobles y algunos políticos tenían derecho a tener una imagen propia, a la representación de uno mismo. El recorte de siluetas fue una práctica muy divertida, una forma de retrato barato que se llevaba a cabo en ferias y otras fiestas, pero ha sido el desarrollo tecnológico de la fotografía el que ha democratizado la construcción visual de uno mismo”, recapitula Sentamans.
Por ejemplo, que los retratados, en Tinder o en cualquier otro soporte, sigan apareciendo con unos gestos o posturas ensayados, es decir, que sigan posando, es una de las herencias más explícitas que siglos de retratos han proyectado sobre nuestras fotografías cotidianas. Por más que pueda parecer forzado o artificial y aunque hace décadas que no es una exigencia técnica, seguimos posando. “La pose es consustancial al retrato”, puntualiza la catedrática. “Primero porque el sujeto retratado tenía que estar largas horas sentado o tumbado para que el pintor pudiera ejecutar el trabajo y luego porque los aparatos fotográficos eran enormes y los tiempos de exposición larguísimos. Hasta que se desarrollaron las ópticas, la persona que acudía a un estudio fotográfico tenía que estar inmóvil en una posición muy concreta. Luego, gracias al avance tecnológico, aparece la fotografía cándida, que está captada de manera espontánea, sin preparación, pero en ella no te ha dado tiempo a construir tu propia imagen, que es lo que buscamos”.
Abraza el desorden para hablar de ti
Llegados a este punto, ya sabemos que nada, ni siquiera en Tinder, es casual en una fotografía. Y aunque proyectos como el de Duarte manejan las fotos de perfil como si se tratara de fotografía documental para alcanzar ciertas conclusiones sociológicas, no hay que olvidar que lo primero que busca quien sube esas fotos es llamar la atención de los demás. En esa dirección y para evitar que nuestro perfil sea descartado en décimas de segundo, la fotógrafa Lucía Alonso ofrece algunas reflexiones, más como profesional de la imagen que como usuaria que “apenas ha tenido buenas experiencias en la app”.
“Hay que buscar un punto medio entre la normalidad más aburrida y el misterio”, comenta la fotógrafa. “Eso sí, creo que debemos presentarnos como realmente somos, sin dejar demasiado espacio a la imaginación o al misterio, porque si al final la cita con una persona idealizada sale mal, eso nos frustrará”. Y en cuanto a las imágenes, ¿existe algún truco para sacarnos o que nos saquen buenas fotos? “La línea que antes marcaba lo que era un buen retrato en la actualidad está trazada de otra manera”, explica Alonso. “Los planos, la iluminación y los escenarios han cambiado, un buen retrato puede ser un selfi de baño en cualquier bar de Malasaña. Ya no importa tanto la técnica, sino el rollo que transmita. Si habla de ti, te ves bien y lo eliges para que alguien te elija, vale”.
La fotógrafa insiste en que la perfección o la pericia técnica no son relevantes en las fotos para ligar. Además, esos son valores que, en general, cotizan a la baja frente a “la estética dosmilera y el feísmo”. “Se ve mucho más claro en Instagram que en las apps de ligar. Incluso en la fotografía de moda o de bodas, ya no se lleva tanto lo perfecto técnicamente, se buscan fotos trepidadas [poco nítidas por la vibración de la propia cámara] o con flashazo, que borre facciones. Estamos abrazando lo desordenado, lo mal encuadrado, el pequeño desastre. Y no está mal seguir la tendencia si esas cosas realmente hablan de ti”. Así que Alonso solo se atreve a dar un consejo práctico concreto: “Por favor, no subas fotos donde has cortado al amigo que está al lado, pero te dejas su hombro dentro”.
ENRIQUE REY
Murcia - 05 FEB 2024 - 05:30 CET
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