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Hace menos de 200 años, a todo el mundo le encantaba usar esta tonalidad de color para vestir y decorar la casa. Una decisión letal para muchos de ellos
Antes de que el poeta escribiera aquello de "verde que te quiero verde", hubo personas de tan solo unas cuantas décadas atrás se obsesionaron por esta tonalidad de color hasta el punto de perder la vida. Así dicho queda muy romántico, pero bien es cierto que, cuando revisamos las imágenes clásicas de la época victoriana en Reino Unido, a finales del siglo XIX, nos encontramos con que este pigmento era uno de los ingredientes principales en una era en la que la fascinación por la moda llegó para quedarse. Y fue tal vez precisamente este despertar del interés por los atuendos, los maquillajes y los perfumes, por refinar la imagen física en los entornos sociales, lo que llevó a que se experimentara con químicos que resultaron ser fatales para la salud pública. Como sucede a día de hoy con instalaciones urbanas que luego se demostró que eran tóxicas o que producían cáncer, a finales del siglo XIX la gente estaba más preocupada por vestir de manera elegante que por descubrir la masa atómica de algunos metaloides como el arsénico.
Fue en 1857, tal y como cuenta un artículo reciente de IFL Science, cuando un médico de Birmingham llamado William Hinds comenzó a sentir náuseas y calambres por todo el cuerpo. Todos los días volvía de su consulta para refugiarse en su estudio, el cual estaba empapelado con una tonalidad de color similar a las de las hojas de roble. Curiosamente, cuando abandonaba sus tareas y se metía en la cama, el malestar disminuía, lo que le llevó a pensar que la causa de su mal estaba relacionada con algún tipo de tóxico ambiental.
No solo resultaba corrosivo para la piel, sino también para otros órganos como los ojos, la boca o los pulmones
Quién le fuera a decir al bueno de Hinds que estaba en lo cierto, que tan solo debía desempapelar su estudio y usar otro tipo de papel con una tintura diferente. Lo comprobó cuando tiempo después, suponemos, agarró uno de los periódicos que repartían por las calles y empezó a ver noticias que relacionaban la trágica y sorpresiva muerte de cuatro niños por exposición al color verde, el cual llevaba un ingrediente del que nunca había oído hablar hasta entonces: arsénico.
El verde estaba por todas partes. No solo en las paredes de las casas de ciudadanos bien avenidos como Hinds, sino en las cortinas, los vestidos, los guantes o los zapatos. Si no es tu color favorito, posiblemente sea porque el verde que vemos ya no luce con tanto brillo como antes. Esto es porque este químico altamente tóxico dotaba a las prendas y demás materiales de un resplandor sin igual que hacía las delicias de la vista. Sin embargo, no le hacía tan bien al organismo, sobre todo al de los primeros sujetos de la cadena de producción, como costureras. Como relata La Casa Victoriana, no solo resultaba corrosivo para la piel, sino también para otros órganos como los ojos, la boca o los pulmones, haciendo que su exposición continuada provocara heridas irreversibles y vómitos de un horrible e inusual líquido verde, similar a la bilis.
Culpables y consecuencias
Tal negligencia debía tener un culpable. Al tono de color se le conocía como verde Scheele debido a quien lo patentó, un tal Carl Wilhelm Scheele que en 1775 descubrió el poder del arsénico para dotar de un brillo sobrenatural a los cuadros. En Suecia, su país de origen, este personaje es una eminencia debido a sus importantes avances en la química. Como todo buen progreso científico, a veces para llegar a grandes conclusiones hay que dar varios pasos atrás. El arsénico parecía inofensivo, pero a mediados del siglo posterior a Schelee todo el mundo estaba de acuerdo con que producía unos efectos corrosivos en el organismo que ya nunca más volvió a usarse para embellecer las telas y prendas de vestir.
El punto de inflexión para que dejara de utilizarse fue la muerte de una joven fabricante de flores artificiales llamada Matilda Scheurer. Con tan solo 19 años, se la encontraron muerta en unas condiciones de lo más extrañas: tenía las uñas y los ojos de un color verdoso, al igual que la bilis que caía por su boca. La joven había estado en permanente contacto con el arsénico debido a que espolvoreaba las flores con este material, lo que obligó a que la comunidad científica de la época se pronunciara para dar por zanjado el tema y advertir muy seriamente a la población. El diario British Medical Journal se hizo eco de la muerte de Scheurer, alegando que "transportaba en sus faldas arsénico suficiente como para matar a todos los admiradores que pudieran conocerla en media docena de salones de baile", como explica un artículo de National Geographic.
Hubo unos cuantos personajes ilustres que murieron por acción del arsénico localizado en prendas y telas de color verde. Se especula con que la muerte de Napoleón en su exilio en Santa Elena estuvo relacionada con inhalaciones de este tóxico que se desprendía de las paredes que tenía empapeladas con este color. Incluso, algunos escritores como Charles Dickens bien pudieron haber muerto sin regalarnos sus mejores obras, ya que si no llega a ser porque su esposa Catherine odiaba el color verde, el escritor nunca hubiera sobrevivido para escribir Oliver Twist.
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