Ejército de Terracota que simbólicamente protegen la tumba del Primer Emperador, Qin Shihuang. (EFE/Roman Pilipey)
La presencia de mercurio y de unas posibles trampas explosivas dentro es lo que ha llevado a que, por ahora, se mantenga totalmente inexplorada
Los egipcios no eran los únicos que se protegían después de la muerte. Hace 2.200 años, el primer emperador de China murió y fue enterrado en el distrito de Lintong en Xian, custodiado por el famosísimo ejército de Terracota, que fue creado expresamente para protegerlo en vida.
Ahora, los arqueólogos tienen miedo de abrir su tumba, pues creen que podría contener trampas peligrosas. La razón detrás de esta creencia es que Sima Qian, un antiguo historiador chino, escribió un relato aproximadamente un siglo después de la muerte del emperador, en el que describía la posible “presencia de trampas explosivas” dentro de la tumba.
"Se construyeron palacios y torres panorámicas para cien funcionarios y la tumba estaba llena de artefactos raros y tesoros maravillosos”, señala Sima Qian. “Ordenó a los artesanos que fabricaran ballestas y flechas preparadas para disparar a cualquiera que entrara en la tumba. Se utilizó mercurio para simular los cien ríos, el Yangtsé y el río Amarillo, y el gran mar, y se hizo que fluyeran mecánicamente".
El único medio para entrar en la tumba implica técnicas arqueológicas invasivas, lo que conlleva el riesgo de causar daños irreparables
(Sí que es cierto que ciertas secciones de la necrópolis se han excavado exhaustivamente, pero la tumba permanece sin abrir por esa razón).
Es cierto que algunos científicos han descartado los relatos por exagerados o fantásticos, pero en 2020 se realizó un estudio que infirió que las concentraciones de mercurio en proximidades de la tumba son notablemente más altas de lo previsto, lo que plantea dudas sobre la precisión de las descripciones.
El estudio afirma que el mercurio altamente volátil corrobora los relatos descubiertos en crónicas antiguas que afirman que la tumba nunca ha sido abierta ni saqueada. Y, aunque no hubiera ballestas, la presencia de este elemento tóxico podría ser suficiente para evitar que entrase alguien.
Leyendas aparte, las excavaciones además podrían dañar la tumba. En la actualidad, el único medio para entrar en la tumba implica técnicas arqueológicas invasivas, lo que conlleva el riesgo de causar daños irreparables.
El ejemplo más famoso de esto fueron las excavaciones de la ciudad de Troya en la década de 1870, dirigidas por Heinrich Schliemann, quien borró casi todos los rastros de la misma ciudad que pretendía descubrir.