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Lady Di fue la indiscutible reina de corazones, pero no pudo conquistar aquel que más anhelaba, el de su marido, el príncipe Charles, que la tomó por esposa aunque él siempre permanecería fiel a una única princesa. Cuando hace unas semanas, el príncipe Charles vino a España acompañado por su leal Camilla, llamaban la atención los gestos de cariño que la pareja levantaba entre el público, desde la Plaza Mayor de Madrid a las calles que recorrieron en Andalucía. Quizás admirábamos tan sólo lo que ya casi no existe, una pareja que dura y dura, una relación a prueba de bombas y de bombones, que es, en definitiva, el verdadero cuento de hadas; y no ese que nos hicieron creer con las imágenes de la boda majestuosa entre un príncipe ya entrado en años y una joven virginal e inexperta.
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Pero, sin duda, quien más creyó en el cuento de hadas fue la propia Diana Spencer, a quien, o bien se le engañó, o bien no se le explicó como correspondía que llegaba a la corte de los Windsor para representar un guión que no incluía escenas de amor, más allá de la ceremonia nupcial, la luna de miel y el bautizo de los niños. Así es que Diana cayó en el error de enamorarse de quien no debía, en este caso su propio esposo, y de no saber retirarse del escenario cuando la dirección de escena ya había dicho que su papel había terminado.
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Ni la mismísima Isabel II fue capaz de convencerla de que el telón había caído para ella, y si no hubiera sido por su trágica e inesperada muerte, probablemente “la otra” no lo hubiera tenido tan fácil para convertirse en “la una”. Desde luego, su fallecimiento en un momento en el que Diana parecía haber tomado el control de su vida o, quizás, cuando lo había acabado de perder del todo, tambaleó a la monarquía británica de tal forma que algunos quisieron ver en el efecto Diana el único pulso verdadero al que se había tenido que enfrentar la reina de Inglaterra. Golpeó también con fuerza a un pueblo que no gusta de pasiones en público, pero que con Diana aprendió que la desgracia y la mala suerte llegan igual para todos, hasta para las princesas.
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Sin embargo, para que las aguas vuelvan a su cauce no hay nada como el paso del tiempo, ese transcurrir de fechas señaladas, una tras otra, que van marcando cada año hasta pasar al siguiente, en una cadencia regular que todos necesitamos creer inmutable. Camilla siempre demostró que había aprendido bien a esperar, a no forzar los acontecimientos, a respetar que algunas veces tiene mucho más poder lo que no se dice que aquello que se pregona a los cuatro vientos; esa paciencia que le faltó a lady Di, que no supo dejar las lágrimas en casa y renunció a un valor que, aunque cada vez cotice menos al alza, no es moco de pavo: la dignidad.
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La que le quedaba como persona, porque como mujer la tenía completamente dañada y ya nunca sabremos si otro príncipe, quizás Dodi, habría sido capaz de restaurarla, Diana Spencer la utilizó bien y, seguramente, sus compromisos con las causas humanitarias hubieran acabado por hacerle entender que, cuando pierdes en una relación, lo más sensato es volcarte en otra, aunque al principio no sea como esposa, sino como madre, como embajadora de pobres y marginados o, incluso, a través del perdón a quien no pudo o no supo amarte, porque nadie consigue más poder que el que perdona de corazón a su enemigo. Nunca sabremos si ella lo habría logrado, si mañana, en la boda del hijo que más se le parece con una mujer que no se le parece en nada, habría charlado amistosamente con su ex y con Camilla; si estas últimas semanas la habríamos visto acompañando a su nuera y a su consuegra de compras y demás preparativos prenupciales por la ciudad. No, no lo sabremos, con el morbo que eso hubiera tenido, pero es que, además, ya casi la hemos olvidado.
Por Alicia Huerta from elimparcial.es 27/04/2011http://www.elimparcial.es/sociedad/si-lady-di-levantara-la-cabeza-83092.html
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