domingo, 5 de mayo de 2019

Por qué los hombres no saben vivir sin dioses

Por qué los hombres no saben vivir sin dioses
Imagen del libro 'Vivir con los dioses', de Neil MacGregor (DEBATE)


Neil MacGregor ilustra la necesidad y la importancia de las creencias para la supervivencia de toda civilización


Las sociedades necesitan un relato para sobrevivir. Pero no un relato cualquiera, sino uno que trascienda a los individuos y los explique como miembros de una comunidad que existe antes que ellos y los sobrevive. Dicho de otro modo, requerimos de una creencia, un dios, una religión. Y “está comprobado que, sin una combinación de identidad política y religiosa, ninguna sociedad tiene futuro”. Quien esto afirma es el historiador británico del arte Neil MacGregor, exdirector de la National Gallery (1987-2002) y el British Museum de Londres (2002-2015), que acaba de publicar en España la monumental historia de las creencias Vivir con los dioses (Debate). A partir del estudio de distintos objetos y obras de arte –procedentes casi en todos los casos del British– el libro explora con profundidad la realidad y el sentido de las múltiples formas de fe en todo el planeta a lo largo de 40.000 años.
“Dos Estados intentaron en su momento vivir sin dioses, primero la Francia de la Revolución de 1789 y después la Unión Soviética de 1917. Y en ambos casos el experimento fracasó y cada uno de esos países volvió a una mezcla de nacionalismo y religión tradicional”, afirma MacGregor en charla con La Vanguardia sobre su ensayo de 500 páginas acerca de los muy diversos credos y doctrinas que nos hemos creado desde que el Homo sapiens empezó a moverse desde África hacia el resto del mundo.

Europa es hoy un caso inusual de falta de creencia común, y necesita un relato de tolerancia”



Neill MacGregor por su libro 'Vivir con los dioses', sobre la historia de las religiones y otras creencias
Neill MacGregor por su libro 'Vivir con los dioses', sobre la historia de las religiones y otras creencias (Emilia Gutiérrez)

Un ejemplo “fascinante” de esa mezcla de lo nacional y lo religioso tan “imprescindible para que un pueblo afronte su existencia bien equipado”, lo tuvimos hace poco en la intervención de Emmanuel Macron urbi et orbi a raíz del incendio de la catedral Notre Dame: “un “ejemplo extraordinario de confluencia de esos dos elementos, el político y el de la fe, en un solo edificio, en un solo símbolo”.
MacGregor recuerda y destaca, sin embargo, que en ningún momento de su emocionada alocución el presidente francés aludió a la condición de templo católico del monumento incendiado. Una omisión nada casual por parte del jefe del Estado de la “muy laica” República de Francia. Y es que la solemne proclama de unidad de Macron ante la desgracia por el siniestro vino a mostrar “el gran poder de la tradición” para la nación vecina, pero también “la dificultad de Francia a la hora de reconocer el hecho de que la religión es una parte importante de la comunidad”.

Notre Dame en llamas.
Notre Dame en llamas. (Thierry Mallet / AP)

En su libro, MacGregor se refiere con ironía al follón que en ese mismo país se montó cuando, días después de los atentados en Niza en julio del 2016, las autoridades locales de varias poblaciones de la Costa Azul prohibieron el uso de determinados bañadores que atentaban “contra las buenas costumbres”… y el laicismo. “El problema no estaba en aquellas mujeres que llevaban muy poca ropa sino en las que portaban demasiada”. El escritor se refiere por supuesto al burkini, desterrado aquel verano de las playas de Cannes o Saint-Jean-Cap-Ferrat en tanto que “manifestación ostentosa de pertenencia religiosa”.
A finales de agosto de ese año, el Consejo de Estado galo determinó que el burkini no constituía una amenaza para el orden público. Pero hoy es el día en que el burka sigue prohibido en todo el país, el estimar su Gobierno que “el hecho de ser ciudadano francés y a la vez miembro visible de una comunidad religiosa minoritaria amenaza la identidad del Estado”, dice MacGregor.

(Bernat Armangue / AP)

Pero la cuestión es más profunda y se extiende a Europa, que en contraste con “un mundo en su mayor parte comprometido con alguna tradición religiosa” –especialmente en Asia, África, Oriente Medio y América Latina– ha dado masivamente la espalda a sus creencias. Y, sobre todo, que carece de “una historia común que explique a la comunidad y la dé cohesión”; de un relato con sus correspondientes rituales, imágenes y celebraciones, elementos todos ellos que rechazó la Ilustración. Tal carencia –continúa el autor– constituye “un caso inusual” respecto a una humanidad en la que, desde finales de los años 70, “la religión ha ido adquiriendo más y más importancia política”.
Tanto en Europa en su conjunto como en cada uno de los países que integran la UE “late la doble cuestión de quiénes somos y cuál es la narrativa en la que todos nuestros ciudadanos pueden participar”. Y no será porque no tengamos creencias y relatos a mano. “Londres es uno de los grandes centros de creatividad musulmana en el mundo. En París se produce gran parte de la literatura africana”. Y en todas las grandes capitales florecen comunidades con tradiciones y religiones muy diversas. “Pero nuestra tradición es expandirnos, dominar e imponer”, de modo que nos cuesta hacer el camino a la inversa. “Espero que encontremos un relato de aceptación y tolerancia que empiece por asumir el hecho de que, ahora ya, somos los herederos de muchas otras historias, más allá de la que la que no es o consideramos propia”, señala MacGregor. En definitiva, convendría entender que “la narrativa europea es global, pero no en el sentido de que dominamos el planeta sino de que heredamos el mundo”.

Grandes deidades y lugares de fe


El hombre león

Vivir con los dioses arranca con una explicación sobre la primera representación de carácter mitológico conocida, el Hombre león, de cuerpo humano y cabeza felina. Se trata de una pequeña escultura de unos 30 centímetros, tallada en el marfil de un colmillo de mamut. Dos científicos la encontraron en 1939 en una cueva cercana a la ciudad alemana de Ulm. La pieza data de hace unos 40.000 años y, aunque fue realizada por un solo individuo, pasó por muchas manos a lo largo de generaciones.
Es “la primera prueba de nuestra capacidad de abstracción”, señala MacGregor. La especialista en historia remota del British, Jill Cook, no sólo la considera “una obra artística maestra” –recoge el autor- sino un vehículo vinculado a la “supervivencia psicológica” de un grupo humano. Un objeto “que solo cobra sentido si forma parte de una historia, lo que hoy podríamos denominar un mito”, y que debió de formar parte de algún ritual en torno a “algo situado más allá de nosotros y de la naturaleza”; algo que podía ayudar a afianzar una comunidad y permitirle superar peligros y dificultades”.

Imagen del libro 'Vivir con los dioses', de Neil MacGregor
Imagen del libro 'Vivir con los dioses', de Neil MacGregor (DEBATE)

Newgrange

La luz solar es uno de los grandes motivos de mitificación y conexión con los dioses a lo largo de toda la historia. MacGregor destaca en su libro el misterio del túmulo de Newgrange, construido en Irlanda hace unos 5.000 años, antes que las pirámides de Egipto y que el monumento megalítico de Stonehenge. La tumba se halla bajo una enorme bóveda de piedra oscura (85 metros de diámetro), erigida dentro de una colina artificial. El interior es seco, frío y oscuro. “Pero no es ésta una oscuridad común y corriente, sino que fue concebida con un propósito determinado”, explica el historiador.
Cada año, exactamente desde las 8.58 y hasta las 9.15 horas del 21 de diciembre -si las nubes lo permiten-, un rayo de sol alcanza una abertura en la entrada de esta estructura de la Edad de Piedra; después avanza, se concentra en una viga dorada de 15 centímetros de ancho, discurre por un pasaje entre megalitos y penetra por fin en la cámara abovedada, iluminando la piedra del fondo donde antaño se enterraba a los muertos. Es la primera luz del sol naciente cuando éste comienza a desplazarse hacia el norte después del solsticio de invierno. “Se trata de la promesa cósmica, ofrecida en lo más profundo del periodo invernal, de que la luz y el calor volverán y crecerán nuevas cosechas”. Una luz que llega a los muertos. “El cielo y la tierra se unen. Desde ese momento el sol estará cada vez más cerca, los días serán más largos y comenzará una nueva vida”.

Imagen del libro 'Vivir con los dioses', de Neil MacGregor
Imagen del libro 'Vivir con los dioses', de Neil MacGregor (DEBATE)

La Virgen de Guadalupe

La religión puede ser una herramienta de poder, pero también un vehículo de liberación. En el último caso se sitúa históricamente Nuestra Señora de Guadalupe, que MacGregor toma como paradigma de “cómo los pobres y gentes sin poder han encontrado en una imagen asociada a una creencia, así como en la peregrinación para visitarla y obtener su bendición, una forma de afirmar su propio lugar, su dignidad y su valor dentro un sistema injusto y opresor”. Y ello sin que el culto les haya sido impuesto por la Iglesia ni por el Estado, sino por el propio pueblo.
Según la tradición, la virgen se apareció un día de diciembre de 1531 al indígena bautizado como cristiano Juan Diego (canonizado en el 2002 por Juan Pablo II), y le habló en su lengua natal, el idioma d los aztecas. Hacía once años que los españoles habían impuesto su fe tras la conquista de Tenochtitlan. La Virgen de Guadalupe, de rasgos asimismo indios, se convirtió en el mayor y más venerado símbolo de la mexicanidad y emancipación. Y su basílica, con capacidad de albergar a más de diez mil personas, es hoy “el centro de peregrinación católica más visitado del mundo”.

Miles de peregrinos durante la procesión ante la basílica de Guadalupe
Miles de peregrinos durante la procesión ante la basílica de Guadalupe (Mario Vazquez / AFP)

Kumbh Mela

El escenario religioso más importante del mundo en cuanto a capacidad de convocatoria no es ningún templo cristiano. Tampoco la Meca. Es el festival hindú de Kumbh Mela, que entre enero y marzo pasados congregó a ¡150 millones de peregrinos! El festival se celebra cuatro veces cada 12 años en otros tantos puntos geográfica y astrológicamente estratégicos de las riberas del Ganges. En cada ocasión se construye en el lugar correspondiente del lecho del río una megaciudad con capacidad para albergar a siete millones de personas.
Al igual que en el Hach o visita anual a la Meca, el propósito de los peregrinos que asisten al Kumbh Mela es “centrarse por un tiempo en lo esencial de su existencia, rezar, practicar su culto y liberarse del peso de sus malas acciones”, dice MacGregor. Sólo que aquí lo hacen para bañarse en las aguas que, según su creencia son la forma líquida en que la diosa Ganga fluye desde el cielo por impulso del dios creador, Brahma, y lo une a la tierra. De manera que bañarse ahí, y en especial en tres días concretos en los que el río llega a recibir a 20 millones de personas, es una forma de “acercarse a Dios”, purificarse y sacudirse los pecados. “La historia de Ganga constituye uno de esos elementos de la vida religiosa donde lo literal, lo simbólico y lo metafórico convergen con fuerza para configurar la imaginación de un pueblo”, señala MacGregor.


(Rajesh Kumar Singh / AP)



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