La percepción que tenemos del tiempo es subjetiva y varía en función de múltiples factores, incluida la edad o el ánimo (Shaiith / Getty Images/iStockphoto)
Hay razones diversas para la sensación de que una hora pasa volando o se hace eterna
Si acabas de regresar de tu viaje soñado quizás tengas la sensación de que esa semana en el Caribe h a cundido como un mes; si solo hace cuatro días que has vuelto a trabajar puede que tengas la impresión de que hace un siglo que regresaste de esos días inolvidables. Si a estas alturas todavía no te has ido de vacaciones, puede que esa semana que falta para coger los bártulos y marcharte lejos de la ciudad se esté haciendo una eternidad.
La percepción que tenemos del tiempo varía en función de muchos factores, según los expertos. Las emociones, las enfermedades, la edad, lo placenteras o tediosas que sean las actividades con que llenas ese tiempo, la cantidad de acciones que realizas en un día… son algunos de los elementos que ayudan a modular esta noción del tiempo.
El tiempo es el mismo para todos, pero la forma en que lo percibimos varía en función de muchos elementos
No es extraño que tengamos la impresión de que el tiempo vuela a medida que nos hacemos mayores, que las horas no pasen ni a tiros cuando estamos enfermos, o en paro, o que una larga comida con amigos a los que no ves desde la infancia se haya pasado en un abrir y cerrar de ojos.
En realidad el tiempo es el mismo para todos, pero la forma en qué lo percibimos varía en función de muchos elementos. El profesor de Psicología de la Universitat de Girona Manuel de Gracia afirma que las emociones pueden ser “poderosas moduladoras de la percepción del tiempo”. Y pone como ejemplo una de las frases que el Nobel de Física Albert Einstei n utilizaba para explicar a los profanos que el tiempo era relativo: “Una hora sentada con un chica guapa en un banco del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora”.
¿De qué depende nuestra percepción del tiempo?
Transportemos esa realidad a nuestro día a día: cuando hacemos algo que nos gusta mucho, el tiempo parece acortarse. Volvamos al ejemplo de esa comida con amigos en que el tiempo pasará volando. La misma comida con otra gente con la que no tienes esa misma implicación puede que transcurra más lentamente.
“La distinta percepción subjetiva del tiempo varía en función de la implicación del individuo con aquello que realiza: si lo que está haciendo le produce bienestar o placer, el tiempo le pasará más rápido que si lo que hace le molesta, le aburre o le cansa”, explica el profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), experto en sociología de las emociones, Francesc Núñez.
“Si lo que estamos haciendo nos produce bienestar o placer, el tiempo nos pasará más rápido que si lo que hacemos nos aburre o cansa”
Otro factor modulador del tiempo es la enfermedad. Explica el profesor De Gracia que cuando una persona tiene la sensación de que el tiempo se dilata con respecto al tiempo cronológico, este hecho constituye un indicador de malestar; mientras que cuando percibe que el tiempo se acorta y pasa con rapidez, este fenómeno suele traducirse en un estado de bienestar.
Tener una agenda muy repleta de actividades también condiciona nuestra percepción del tiempo. El trabajo, las relaciones, el quedar con amigos, el ejercer de padre o madre, atender las redes sociales, las tareas domésticas, el conducir, el ir al gimnasio (si hay tiempo), el ver tus serias favoritas en la televisión… Si tuviéramos que enumerar todas las acciones que realizamos en un solo día, probablemente nos faltaría papel.
Cuantas más acciones hacemos, más rápido nos pasa el reloj, según explica el profesor Núñez que define la percepción del tiempo como “aquello que sucede entre antes y después de un cambio”. Entonces, “cuando en tu día a día empiezas y acabas muchas acciones tienes la sensación que ese tiempo pasa muy rápido”, explica.
Tras dar a luz la vida parece ir más al ralentí, porque se focaliza la atención en una cosa
Hay momentos en que esa velocidad del tiempo parece darnos una tregua: por ejemplo, tras dar a luz un bebé. Los meses de baja laboral transcurren a otra velocidad, mucho más lenta que cuando uno regresa a la actividad. “Eso es así porque se focaliza la atención en una cosa, estás prácticamente solo centrada en la atención del bebé”, justifica el profesor de la UOC. De Gracia suma otra explicación: “en las experiencias nuevas (y ser madre primeriza lo es) el tiempo se hace más lento; lo mismo ocurre los primeros días de vacaciones o los primeros días en un nuevo puesto de trabajo”.
¡Ojo a los 40!
Relacionada con esa agenda de actividades está la instauración de rutinas, y eso según el profesor De Gracia ocurre alrededor de los 40 años. “A partir de esa edad, generamos esquemas para adaptarnos a situaciones más rutinarias y empezamos a ver muchas cosas como repetitivas y no como novedosas”, afirma el experto. Así, por ejemplo, frases del tipo: “eso ya lo he vivido” o “hace 20 años que ya se llevaba esa ropa” son indicadores de que nos estamos haciendo mayores.
En esta línea, según explica el profesor De Gracia, investigaciones recientes apuntan al umbral de los 40 años como el momento a partir del cual el tiempo empieza a pasar rápido y empezamos a percibir que nos estamos haciendo mayores. No obstante, romper con la cotidianeidad y salir de esas rutinas que uno tiene instauradas también ayuda a dilatar la percepción del tiempo.
Investigaciones recientes apuntan a los cuarenta como el umbral a partir del cual el tiempo empieza a pasar rápido
El profesor Núñez pone un ejemplo en el que más de uno puede sentirse muy reflejado. Tras irse una semana de vacaciones, al regresar uno puede tener la sensación de que han pasado tres meses. ¿Y eso cómo se explica? “Las vacaciones rompen la rutina instaurada y nos hacen implicarnos en cosas que se salen de lo común; es como si abriéramos un paréntesis espacio temporal que provoca que el tiempo nos pase a otra velocidad”, explica el sociólogo.
“Nuestro juicio retrospectivo del tiempo se basa en la cantidad de nuevos recuerdos que creamos durante un período determinado; así cuantos más nuevos recuerdos construyamos en un viaje o en una escapada de fin de semana, más largo será el viaje en retrospectiva”, explica De Gracia. Un fenómeno que la psicóloga Claudia Hammond definió como “la paradoja de las vacaciones” en el libro Time Warped: Unlocking the mysteries of time perception (2013).
“Cuantos más nuevos recuerdos construyamos en un viaje o escapada, más largo será el viaje en retrospectiva”
El tiempo de los niños
Si tiene en su entorno un niño de dos o tres años, quizás le sean familiares frases del tipo: “¿Te acuerdas cuando el año que viene cuando fuimos al cine?” o “¿Ayer iremos al cine?” O habrá observado que recién despertado por la mañana pregunta: “¿ya es la tarde?”. Porque ese lío que se hacen los críos pequeños con el tiempo es muy normal. De Gracia lo justifica en el sentido de que el niño vive en el presente y todavía no dispone de algo que sí tienen los adultos para diseccionar el tiempo: el lenguaje.
El profesor de Psicología explica que para un niño de diez años, un año representa el 10% de su vida; mientras que para alguien que tiene 40 años; un año equivale al 2’5%. Desde esa perspectiva, no es sorprendente que el tiempo tienda a acelerarse a medida que envejecemos. Un fenómeno que ha sido ampliamente analizado por los investigadores de la Universidad Ludwig Maximilian de Munich, Marc Wittmann y Sandra Lenhoff.
“Para un niño de 10 años, un año representa el 10% de su vida; para un adulto de 40, equivale al 2’5%”
En 2005 realizaron un estudio en el que encuestaron a 499 personas de edades comprendidas entre los 14 y 94 años sobre el ritmo al que sentían que el tiempo se movía. Cuando se les preguntó que reflexionaran sobre sus vidas, los participantes mayores de 40 años sintieron que el tiempo transcurrió lentamente en su infancia, pero luego aceleró de manera constate durante su adolescencia hasta la edad adulta.
La explicación que el profesor De Gracia da a este fenómeno es la siguiente: “Desde la infancia hasta la edad adulta temprana tenemos muchas experiencias nuevas y aprendemos innumerables habilidades; sin embargo, como adultos, nuestras vidas se vuelven más rutinarias y experimentamos menos momentos desconocidos. Como resultado, al reflexionar sobre nuestros primeros años estos parecen haber durado más”, afirma.
Al reflexionar sobre la infancia parece que esos años duraban más porque vivíamos muchas experiencias nuevas
Planificar actividades en función del reloj es costoso para un niño, ya que esta actividad guarda relación con la evolución del lóbulo frontal del cerebro. “Es un proceso evolutivo que no se consolida desde el punto de vista de dimensión neuronal hasta pasados los veinte años”, justifica De Gracia.
Eso explica porque un niño que tiene que entregar unos deberes para pasado mañana puede que se olvide de hacerlos. “Para el niño ese tiempo es una eternidad, no para el maestro que tiene capacidad para planificar y dispone de agendas o móviles para ajustarse al tiempo del reloj”, explica el profesor.
El niño vive el presente; de adultos creamos automatismos y hemos de recurrir al yoga o el mindfulness para tomar conciencia de él
Pero la relación de los adultos con el tiempo, la percepción de que vuela y la pérdida de conciencia del presente a medida que se abandona la infancia no siempre resulta saludable. Desde hace tiempo se han puesto de moda terapias como el yoga, el mindfunless o los baños de bosque, que ayudan a tomar conciencia del propio cuerpo y de lo que ocurre fuera de él. Han proliferado empresas que se dedican a ello, que al mismo tiempo han notado un aumento considerable de clientes particulares pero también de responsables de departamentos de recursos humanos de empresas que se interesan por sus servicios para liberar a los trabajadores de estrés, mejorar el rendimiento y ayudarle a gozar de cada momento.
Edgar Tarrés creó hace cinco años la empresa Mindfulkit, con sede en Roses, una entidad que busca crear momentos que repercutan en el bienestar de las personas para vivir con más calidad de vida. Explica que desde entonces ha más que doblado la clientela.
“Los adultos creamos los automatismos y hábitos como una fórmula de ahorrar energía; pero esos hábitos hace que muchas de las cosas que nos suceden a nuestro lado, ni las veamos; en cambio los niños tienden a mostrar sorpresa por muchas cosas, cualquier aspecto les llama la atención, están más pendientes de lo que les rodea”, explica Tarrés. El mindfundless ayuda a tomar conciencia de cada instante. “Cuando centras tu atención en cada detalle, gozas más de lo que haces”, explica Tarrés.
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