El empresario sudafricano Elon Musk. EFE
Si los humanos no nos damos prisa y mejoramos nuestro descuidado cerebro, la inteligencia artificial nos hará cada vez más inútiles. Eso, al menos, es lo que opina Elon Musk, el multimillonario de la tecnología que quiere añadir un poco más de máquina a la persona desarrollando interfaces neuronales.
Su compañía Neuralink planea inyectar diminutos electrodos en los cerebros humanos a finales del próximo año para mejorar nuestras capacidades cognitivas. Musk sostiene también que hemos adquirido tal dependencia de los smartphones que ya nos hemos convertido en cíborgs, de una clase bastante torpe. Los dedos rechonchos y las palabras proporcionan una interfaz muy poco eficiente. Su ambición a largo plazo es la de proporcionar una interfaz mucho más rápida y regular, fusionando nuestra capacidad cognitiva con la capacidad de procesamiento de los ordenadores, permitiéndonos seguir el ritmo de las máquinas.
"Si no puedes vencerlos, únete a ellos. En eso consiste Neuralink", declaró recientemente Musk en Shanghái. A veces da la impresión de que el volubre empresario tecnológico haya salido de las páginas de una de las novelas más futuristas de Philip K. Dick. Su visión de fusionar hombre y máquina es ciertamente sorprendente, cuando no escalofriante. Pero la tecnología de la interfaz neuronal es una realidad científica, no ciencia-ficción.
Como dejó claro hace unos días un informe de la Royal Society, esta tecnología está mucho más extendida de lo que suele pensarse, y puede ser enormemente beneficiosa. Todo depende de la inteligencia con la que la usemos. Entre las buenas aplicaciones de la tecnología se incluyen los implantes cocleares, que ayudan a 400.000 personas con problemas de audición. También se han implantado electrodos en los cerebros de miles de personas más para mejorar la enfermedad del Parkinson.
Sarah Chan, investigadora sobre Ética de la Universidad de Edimburgo que contribuyó al informe de la Royal Society, afirma que la tecnología de la interfaz neuronal está ganando cada vez más utilidad en el tratamiento de un amplio espectro de condiciones médicas. Puede permitir a prótesis interactuar con los nervios del brazo o la pierna de un paciente. También puede usarse para ayudar a tratar la epilepsia, la depresión y el dolor.
Pero Chan advirtió de que estas tecnologías también planteaban cuestiones filosóficas fundamentales que la sociedad y los legisladores deben someter a un amplio debate. "Cuando nos convirtamos en cíborgs, cuando empecemos a fusionarnos con máquinas, ¿qué implica eso para la naturaleza humana, nuestro conciencia y nuestra identidad?", señala.
CRUZAR EL UMBRAL
Otros investigadores temen que corramos el peligro de cruzar un umbral, adentrándonos demasiado en la mente y convirtiendo los datos del cerebro en una nueva materia prima que alimente el "neurocapitalismo". Facebook, que sabe ya tanto de nuestras vidas, está realizando fuertes inversiones en la tecnología de la interfaz neuronal para permitir "escribir con el cerebro". ¿Y si esas compañías hacen un mal uso de los datos que poseen sobre nosotros?
Marcello Ienca, catedrático de Bioética de ETH Zurich, afirma que siempre hemos utilizado la tecnología para aumentar nuestras capacidades humanas. Pensemos en las gafas, las prótesis o los ordenadores. Pero los probables avances en la tecnología de la interfaz neuronal en los próximos años, y décadas, podrían suponer una importante evolución en la historia de la humanidad. "Lo que no tiene precedentes es que podremos incorporar directamente la capacidad de procesamiento en la cognición humana", señala. "Será difícil definir dónde termina el humano y empieza el ordenador".
Ienca apoya una nueva jurisprudencia de la mente, estableciendo un marco legal para esta tecnología. Sugiere que hay que recoger al menos cuatro derechos legales.
Primero, la libertad cognitiva debería protegernos del examen no deseado de la mente. Si la policía o tu jefe te piden que lleves una gorra para controlar la actividad cerebral, deberías tener derecho a negarte.
Segundo, la privacidad mental debería garantizar que los datos cerebrales no se graben o utilicen sin el conocimiento de alguien, o que se compartan sin su consentimiento.
Tercero, la integridad mental debería preservarse. Las compañías de interfaces neuronales, los anunciantes, los ejércitos y los gobiernos no deben aprovechar la tecnología para "lavarle el cerebro" a alguien.
Cuarto, la continuidad psicológica debería garantizar que la identidad personal no se vea comprometida. Una compañía no debería perturbar, o poseer, tu sentido de identidad.
Parecen ideas sensatas para abrir un muy necesario debate público. Como expone Ienca, no podemos parar el avance tecnológico, pero podemos controlar su uso. "La gran pregunta no es si nos fusionaremos con las máquinas, sino bajo qué condiciones", afirma.
JOHN THORNHILL | FT
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