Cientos de personas recorren Times Square en Nueva York el pasado 21 de septiembre en busca de recuerdos, fotografías y entradas para espectáculos. LUDOVIC MARIN AFP
Es hora de que el sector se reinvente hacia un modelo que acabe con las consecuencias sociales y medioambientales de la masificación
¿Hace cuánto que no innovamos en la industria del turismo? Es bastante visible el retraso del sector en lo que se refiere a generar un impacto consciente con sus actividades, en comparación con otras industrias.
Cuando, hace un par de meses, en Francia se anunció que se aplicaría una ecotasa a los billetes de avión, se creó una división: hay personas a favor y en contra de esta medida, cada uno con sus propias creencias y su propia legitimidad. Esta decisión parece indicar el fin del statu quo, ya que ahora los actores del sector del turismo deben asumir sus responsabilidades. Más allá de la cuestión de un impuesto ecológico, me pregunto en qué medida el turismo debería ser responsable. Estoy convencido de que tiene que ser el mismo modelo el que debe reinventarse. Asegurarse de que se tengan en cuenta los impactos negativos del turismo de masas. Pero, ¿cuándo se arriesgará la industria y cambiará este comportamiento?
El turismo representa el 10% del PIB mundial, lo que lo convierte en una industria líder a escala global. Casi 300 millones de empleos internacionales están vinculados a este sector, es decir, uno de cada 10 empleados trabaja en él. Al mismo tiempo, el turismo está sujeto a la lógica de la globalización, la optimización y la estandarización, que a menudo lo ha transformado en un producto de consumo.
Sin embargo, viajar es mucho más que un simple producto de consumo, es un recurso. Un recurso para las personas, que les permite abrirse a los demás, encontrarse, comprender el mundo y conocerse a sí mismas. Viajar nos da las claves para entender el mundo, y por eso debemos preservarlo en las mejores condiciones posibles. No debería dañar a nada ni a nadie.
Si bien ha habido un aumento de la conciencia mundial en los últimos años sobre los impactos negativos del turismo de masas, las soluciones más allá de las medidas restrictivas adoptadas por algunas ciudades tardan en surgir. Hoy, la industria está en proceso de romper con sus bases.
1.400 millones es el número de turistas internacionales en el mundo, según datos de enero de 2019 de la Organización Mundial del Turismo (OMT). En 10 años, habrá 400 millones más. ¿Pero es sostenible si el 46% de ellos, como pasa actualmente, se concentra en tan solo 10 países?
Viajar nos da las claves para entender el mundo, y por eso debemos preservarlo en las mejores condiciones posibles
El sector daña, transforma y pierde valor. Una de las preguntas es quién, si el viajero o las comunidades locales, necesita formarse para vivir la experiencia, y el verdadero problema sigue siendo cómo preservar los destinos y las culturas. El daño, por ejemplo, en los templos de Angkor en Camboya, donde se pide a las poblaciones locales que se adapten a una considerable invasión de visitantes: los dueños de pequeños comercios en la calle están obligados a cesar su actividad para dar paso a establecimientos dirigidos a satisfacer la demanda de las masas, en detrimento de las comunidades locales. Las poblaciones están sufriendo daños para albergar cada vez más infraestructuras, agotando así sus destinos culturales, que de hecho son su riqueza y el principal motivo por el que los turistas se sienten atraídos. Y todo esto sin beneficio económico para las ellas. En Tailandia, el 70% de los ingresos del turismo va al extranjero, en hoteles, por ejemplo, que pertenecen principalmente a estructuras internacionales.
Al mismo tiempo, con estos desafíos sociales y culturales, la masificación también tiene un impacto ambiental significativo, lo que genera que algunos territorios estén bajo mucha presión. La industria, en la carrera por ser cada vez más grande, ha formateado los viajes. Hemos traicionado la promesa de viajar, confundiendo democratización y estandarización. Ante esta situación, los profesionales del turismo debemos hacer tres cambios significativos:
Primero, debemos dejar de explotar. Debemos evaluar, compensar y tomar medidas acordes con nuestras actividades. Debemos hacer que la huella de carbono de nuestros viajeros sea cero desde el momento en que pisamos el país hasta que nos vamos, pero también animarlos a contrarrestar sus viajes con las aerolíneas.
El segundo paso es dar voz a los actores locales, que a menudo se esconden detrás de los intermediarios. Devolvámosles el poder, porque es a ese primer nivel donde se crea la oferta turística. Luchemos para que los viajes locales sean sinónimo de viajes de calidad. Es necesario reinventar nuevos modelos de gestión para las empresas turísticas con el fin de integrar plenamente a estos actores en el proceso de toma de decisiones en el que están involucrados.
La industria, en la carrera por ser cada vez más grande, ha formateado los viajes. Hemos traicionado la promesa de viajar
Finalmente, en tercer lugar, seamos transparentes. Asegurémonos de que los viajeros del mañana tengan todas las opciones en sus manos para que puedan tomar decisiones responsables y sostenibles. Tenemos que ser conscientes del riesgo que se deriva del turismo excesivo en algunos destinos y proponer alternativas a los viajeros. Además, si se despierta la curiosidad de estos hacia todas las riquezas que alberga nuestro planeta, conducirá a una mejor distribución de los turistas en todos los territorios. Un proyecto de estas características solo puede hacerse entre todos y debe poder confiar en el poder que ofrecen las tecnologías digitales.
Estos compromisos de innovar en un entorno sostenible deben convertirse en la batalla del siglo para los operadores. Estoy tan convencido de esto que lo he convertido en mi leitmotiv personal los últimos 10 años. Hay una necesidad urgente de reconstruir el turismo, una necesidad urgente de salir de un modelo que multiplica los efectos negativos para aquellos que viajan y los que dan la bienvenida. No hacer nada no es una opción plausible.
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