El presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin (EFE/O.Hoslet)
Rusia es uno de los principales productores mundiales de uranio y gas natural. La UE acaba de declarar verdes al gas y la nuclear argumentando las urgencias energéticas tras la invasión rusa de Ucrania
No es una teoría de la conspiración, ni mucho menos un argumento para intentar buscar razones a la brutal y despiadada invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas más allá del instinto homicida de su líder. Pero ¿y si además de anexionarse territorio de manera ilegítima logrará acabar con la movilización internacional contra el cambio climático para seguir vendiéndonos uranio y gas? ¿Y si además de bombardear Ucrania Putin estuviera bombardeando el Acuerdo de París?
La propuesta de la Comisión Europea, aprobada esta semana en una agitada sesión del Parlamento Europeo, de incluir al gas y a la nuclear en la taxonomía de la UE podrían ir en esa dirección, pues les otorga de facto el placet de energías verdes, permitiéndoles acceder al rebosante manantial de los fondos Next Generation.
Uno de los principales cometidos de la Taxonomía es fijar los criterios que deben determinar si una actividad económica es ambientalmente sostenible para que los mercados financieros la identifiquen como tal. Al incluir al gas y la nuclear en su catálogo de inversiones verdes, la UE acepta pulpo como animal de compañía y contra todo criterio científico decide equiparar ambas fuentes de energía con las renovables. Pero hay mucho más.
Con ello la UE desatiende sus compromisos climáticos y más allá del cambio de paradigma que supone, abre de par en par la Caja de Pandora, anunciando al mundo entero el inicio de un nuevo tiempo. Un tiempo de posverdad climática en el que los intereses económicos se ponen por delante del mayor de nuestros intereses como especie: la supervivencia.
Según la Comisión, ante la amenaza de desabastecimiento como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, era necesario contar con ambas fuentes para ‘salir del paso’. De hecho la etiqueta verde para el gas natural se ha aprobado hasta 2035 y la de la nuclear hasta 2050. Pero eso no cambia las certezas sobre ambas, ni mucho menos las rehabilita.
La ciencia, esa en la que según el propio reglamento de la Taxonomía debía basarse toda decisión, establece de manera categórica, demostrable e irreversible que ni el gas natural ni la nuclear pueden considerarse energías renovables. La primera por ser una de las tres fósiles (junto al carbón y el petróleo) que han provocado el aumento de las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) responsables de la crisis climática. Y la segunda porque, a pesar de no ser una fuente de GEI y más allá de la amenaza a la seguridad, genera unos residuos radiactivos altamente peligrosos, de difícil y costosa gestión, que perduran durante milenios.
No existe ninguna razón científica para clasificar al gas natural y la nuclear como energías verdes
Así pues, pese a las razones aportadas por la CE para afrontar la difícil situación a la que nos ha conducido la crueldad del presidente ruso, pese a que la invasión de Ucrania nos obliga a replantearnos el listado de prioridades a las que debemos atender, ello no evita el serio golpe a la credibilidad de la UE en su lucha contra el cambio climático ni el lastre que supone para alcanzar los objetivos fijados al respecto, unos objetivos que ahora quedan cargados de contradicciones.
Porque, por ejemplo, ¿con qué nuevos argumentos espera defender Bruselas medidas como la prohibición de matricular coches de combustión en 2035? ¿y los de gas natural? ¿esos ahora sí? ¿los incorporaremos también a la etiqueta cero de la DGT?
Más allá de los suspiros de alivio (y de incontenible alegría) tras la votación en la Eurocámara por parte de los eurodiputados alemanes y franceses que defienden los intereses de los lobbies del gas y la energía nuclear respectivamente, cabe imaginar también la sonrisa maquiavélica de Putin el pasado miércoles tras ver culminada su acción bélica con el otro objetivo de sus bombardeos en Ucrania: la demolición del Acuerdo de París.
La reacción de repulsa de la comunidad científica y de las organizaciones ecologistas ha sido unánime, como lo fue las del medio millón de ciudadanos europeos que se dirigieron por escrito a los eurodiputados para rechazar la irresponsable acción de greenwashing o ‘lavado verde’ que iban a autorizar.
Poco antes de la polémica votación en el parlamento europeo la prestigiosa economista Laurence Tubiana, directora de la European Climate Foundation y una de las mayores expertas en transición energética a nivel internacional advertía desde las redes sociales que “clasificar el gas como una inversión sostenible es una barrera para lograr la independencia energética de la UE y no está alineado con la ciencia del clima” y que “el objetivo original de la Taxonomía era dar una etiqueta verde a las inversiones que son verdaderamente sostenibles basadas en la ciencia. Lo contrario sería un lavado verde financiero a gran escala”. Y eso es finalmente lo que ha ocurrido.
Desprestigio y deslegitimización
Ahora solo queda esperar a lo que ocurra con las medidas legales anunciadas por varias organizaciones, instituciones científicas, europarlamentarios e incluso algunos gobiernos, para llevar a la Comisión Europea a los tribunales por aprobar finalmente una Taxonomía que no cumple con los objetivos climáticos acordados en el Acuerdo de París: un tratado internacional suscrito e impulsado por la propia UE que ahora queda tocado y prácticamente hundido.
Mientras tanto la UE se da un bochornoso baño de desprestigio y deslegitimación y el gas y el uranio rusos aguardan a que las turbulencias generadas por el conflicto pasen, que pasarán, para volver a liderar los mercados con más fuerza si cabe, y esta vez además como energías verdes avaladas ni más ni menos que por la UE. Una jugada maestra del gran estratega del mal.
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10/07/2022 - 05:00
blogs.elconfidencial.com/medioambiente/ecogallego/2022-07-10/putin-queria-bombardear-acuerdo-de-paris_3457568/