Fue algo único en la vida: reunir a cincuenta de los mejores músicos del momento para que trabajen gratis y sin aviso previo. El éxito transgeneracional ha recaudado 180 millones de dólares desde su lanzamiento
28 de enero de 1985. Sobre el escenario del Shrine Auditorium, en Los Angeles, Lionel Richie está viviendo la noche de su vida. No solo es el encargado de presentar los American Music Awards, sino que la academia le reserva seis premios, entre ellos el de mejor cantante de pop/rock del año. Durante más de dos horas, Richie corre sobre las tablas, visiblemente espoleado por las sustancias, mientras presenta, recibe galardones y, finalmente, canta sus temas más conocidos.
Pero todo esto no es la principal ocupación de Richie durante la gala. Tiene el encargo, una misión casi imposible, de convencer a las estrellas del pop más importantes del mundo para que, después de los premios, pasen la noche en vela grabando un tema benéfico. Hace unos días se estrenó La gran noche del pop en Netflix, un documental que aporta imágenes inéditas de la sesión más popular de la historia del pop: la de We are the world.
Michael Jackson, Charlie Parker, Bruce Springsteen, Bob Dylan, Kenny Rogers, Huey Lewis, Cyndi Lauper, Diana Ross, Stevie Wonder, Tina Turner o Bob Geldolf: la práctica totalidad de los artistas que más vendían a mediados de los 80, salvo Madonna y Prince, aceptaron participar en un proyecto del que solo sabían que era por los niños de África. No conocían la letra, ni la partitura, ni siquiera cuál iba a ser su aportación. Todo lo iba improvisando el superproductor Quincy Jones a medida que avanzaba la noche. Algunos, como Bob Dylan, ni siquiera sabían cómo adaptar su estilo al del tema (tuvo que imitarle Stevie Wonder para que pillase el tono).
Aquella también fue la noche más rentable de la historia de la música: la canción, un éxito transgeneracional, ha recaudado 180 millones de dólares desde su lanzamiento. "Esto solo fue posible gracias a la extrema generosidad de mis compañeros, estrellas todos ellos, que aceptaron sin preguntarme cuál iba a ser su papel o si se iba a cobrar algo", recuerda Richie en el documental.
Aunque el plantel del We are the world nunca llegó a igualarse, la década de los 80 estuvo repleta de grandes conciertos benéficos, casi siempre con carteles de primer nivel. El formato fue perdiendo pujanza con la llegada del nuevo siglo, aunque nunca ha terminado de desaparecer, si bien los organizadores (Clapton, McCartney, Geldof...) siguen siendo los mismos que en los 80. Las nuevas generaciones, por uno u otro motivo, no han hecho suyo el formato, si bien intentan no descuidar su faceta solidaria.
"A las 'majors' de los 80 les gustaba 'We are the world' y empujaron a sus artistas"
Surge la pregunta: ¿sería posible una reunión como We are the world, con ese nivel y tamaña improvisación, hoy? "Definitivamente no", dice un veterano productor español que prefiere no dar su nombre. "La respuesta corta es que los artistas ahora son mucho más egoístas. La larga es que viven una realidad distinta a de aquella generación. Muchos ni siquiera tienen una gran discográfica detrás que les empuje, porque yo sospecho que parte de la movilización para el We are the world tiene que ver con que a Epic, a Columbia, a Sony y a las majors de aquella época esto les gustaba, claro, y achuchaban a sus artistas", continúa.
"Es muy bonito creer que cuarenta estrellas se movilizan porque se lo pide un amigo como sale en el documental, pero cualquiera que haya trabajado en la música entiende que detrás hay motivos estratégicos", afirma el productor. "Pero es que hoy todo es distinto. Por ponerte un ejemplo: en aquella gala competían Prince, Lionel Richie y Springsteen por el premio a mejor intérprete del año. ¿Tú crees que iban a ir todos sabiendo que solo gana uno y que los demás se quedan con cara de bobos? Eso pasa con dos o tres premios importantes, en el resto lo normal es que solo vaya el que va a ganar. De modo que en esa gala, hoy, habría una acumulación de talento menor, y todos tendrían vuelos, fiestas o eventos promocionales después de los premios", relata.
Pero para el productor, la parte más relevante tiene que ver con la idiosincrasia de los nuevos artistas. "Tú no vas a liar a Rosalía o a Taylor Swift para una cosa así. En primer lugar, porque no les dejan, y en segundo término porque no quieren. Son artistas que ya no venden discos, sino canciones. Viven del impacto continuo, de que siempre haya un tema suyo en las listas, lo que los convierte en profesionales más individualistas. No me puedes comparar a Springsteen, que es un tipo que puedes encontrarte paseando al perro por un parque de Nueva Jersey, con gente como Beyoncé o Taylor Swift, que van en charter a comprar el pan y no ponen un tuit sin que lo revisen cinco agentes de prensa".
Músicos sin ideología
¿Influye la despolitización progresiva de los cantantes? Responde el productor: "Esta es una crítica habitual y creo que tiene sus razones. Yo siempre les digo a mis artistas que no se mojen lo más mínimo: ¿por qué? Porque la información corre a toda velocidad y no sabes dónde va a acabar o cómo van a interpretar tus palabras. Tampoco entiendo por qué un chaval de veinte años tiene que decir nada de Ucrania... ¿te importaría la opinión de un estudiante de universidad sobre el hambre en el mundo? ¿Entonces por qué esperas que Quevedo se posicione, si el chaval no va a tener la más remota idea", zanja.
Para el periodista musical Nando Cruz, autor de Macrofestivales: el agujero negro de la música (Península), se trata de una compendio de motivos. "En los 80 se decidió que era buena idea implicar a los músicos en campañas de protesta, pero con los años se ha visto que era una cuestión más cosmética que otra cosa. A los cinco años del USA for Africa o el Live Aid, habían sido ridiculizados por cualquiera con una mirada mínimamente crítica".
"Ahora tenemos un conflicto mundial que es la invasión de Gaza. Podríamos decir que es extraño que los grandes artistas no lo estén denunciando, pero tenemos la presión de Israel que lo cambia todo. O lo que sucedió con el Black Lives Matter, donde pudimos ver que los artistas que alzaron la voz estaban mucho más relacionados con la comunidad afroamericana que con las demás", afirma el periodista. "Pero los que tienen que amplificar este mensaje son los medios de comunicación, que no están precisamente controlados por la comunidad afroamericana. Con esto quiero decir que hay frenos, no siempre impuestos por los artistas, y que tampoco tiene sentido que su expresión política sea exactamente igual que hace 40 años".
Por último, el productor añade un matiz relevante: "Ni siquiera creo que fuera algo bien visto un We are the world ahora. Hablamos de un evento gigantesco y ultrapatrocinado que sería emitido en todos los países. ¿Crees que eso no tendría críticas en las redes sociales? Voy más allá: alguno de los artistas, revisando Twitter en backstage, seguro que se negaba a salir", dice entre risas.
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