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Un estudio divide entre aquellos que siempre necesitan programar todas sus acciones de los que van viéndolo un poco todo sobre la marcha. Lo cierto es que hay diferencias en lo que respecta a la sensación de bienestar
La máquina más poderosa de la historia la inventaron unos monjes benedictinos en el siglo XIII. Su estilo de vida regular y marcado por la repetición de una serie de hábitos, les llevó a ejercer un control mecánico y exhaustivo del tiempo, cuando hasta la fecha todo el mundo se guiaba por la posición del Sol en el cielo. Sin saberlo, estos monjes inventaron el capitalismo moderno, sincronizando las acciones de los hombres a una regla matemática precisa basada en un discurrir de horas, minutos y segundos por la superficie circular y lisa de un objeto con números alrededor de su circunferencia.
Así lo cuenta el sociólogo e historiador Lewis Mumford en un fragmento de su obra más influyente, El mito de la máquina. Técnica y evolución humana (Pepitas de Calabaza, 2017): "El reloj no es simplemente un medio para mantener la huella de las horas, sino también para la sincronización de las acciones humanas". Sin saber todo lo que significaría posteriormente, decidieron sacarlo de su monasterio y colocarlo en el centro del pueblo, en la plaza pública, para así avisar a sus vecinos del momento en el que se iniciaban las misas. Y, de pronto, su fiebre por llevar un control exhaustivo y matemático del discurrir del día y de la noche se contagió al resto, modificando los ritmos de vida y el latido popular de las personas para siempre.
Asumimos, por tanto, que el reloj es la máquina más poderosa que existe porque rige el orden y discurrir de la actividad humana. Ya no hace falta que llevemos uno atado a la muñeca para saber a qué hora tenemos que ir a ese sitio o a cualquier otro: el reloj tiene un papel central en la pantalla de nuestro teléfono móvil, es tan poderoso que incluso emerge en la pantalla de desbloqueo, cuando ninguna de nuestras apps instaladas están funcionando. Y dentro de todo ese cíclico discurrir de sus manecillas, vamos colocando nosotros el orden y progreso de nuestras acciones, insertando nuestras citas, compromisos y voluntades personales en los espacios entre sus cifras, hasta el punto de sentir en muchos casos que vivimos en piloto automático y eso que llamamos "vida" se nos escapa entre tanta tarea y ocupación.
Ahora bien, esta máquina rige la cronología de las acciones humanas, pero como bien decía el mago Gandalf, solo nosotros tenemos "el poder de decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado". Y este sentido de agencia se vuelve trascendental en el devenir de nuestra vida, aunque la mayor parte de la población ya tenga un tercio de las 24 horas que dura una jornada (como mínimo) sacrificado al trabajo. Llegados a este punto, y reconociendo que en último término el trabajo se basa en un secuestro físico y mental de nuestro cuerpo que viene desde la Revolución Industrial, podríamos decir que el mundo se divide en dos tipos de personas: aquellas que sienten la presión de llenar esos huecos libres del reloj y dejarlos bien sujetos y programados a realizar alguna acción, y aquellas que simplemente tiran hacia delante, decidiendo lo que van a hacer a continuación sobre la marcha.
Del "dime cuándo quedar" al "ya te avisaré"
Unas "van viendo" y otras "están llegando"; las primeras valorarán la libertad de decirte cuándo, cómo y dónde quedar según vaya pasando el día, y las segundas se enfadarán si les dices un "ya te avisaré" minutos antes de quedar. Este tipo de formas de entender el tiempo personal pueden acabar provocando conflictos, y la situación solo se resuelve si una de las dos partes cede por la otra. Ahora bien, ¿por qué existen estos dos tipos de personas, unas obsesionadas por la organización y el control de las horas, y otras que simplemente van tirando según lo que suceda o lo que haya que hacer?
Los que tienden a planificar todo según el reloj (o el calendario) lo hacen para hacer frente a la inseguridad de no tener el control de su vida
Tamar Avnet y Anne-Laure Sellier son dos investigadoras internacionales que han estudiado estas dos formas de ver y sentir el tiempo durante más de diez años y acaban de publicar sus resultados en un curioso estudio. En cierto momento de sus vidas se dieron cuenta de que su relación con el tiempo era diferente, y entonces decidieron ponerse a investigar para conocer de cerca cómo influye en las personalidades de la gente este hecho, admitiendo de primeras que ninguna es más correcta que la otra. A una forma de organizarse la llamaron "clock-time" (que podríamos traducir como "tiempo del reloj") para definir a ese grupo de personas que programan sus tareas minuciosamente a partir de las horas del reloj, y "event-time" ("tiempo del evento") para agrupar a aquellas que organizan sus tareas según vayan siendo realizadas.
A pesar de que las autoras admiten en las conclusiones de su estudio, publicado en la revista Journal of Personality Social Psychology, que no hay una forma más correcta o incorrecta de entender el tiempo, sí que admiten que la adopción de un estilo de vida u otro acaba repercutiendo en el bienestar psicológico de las personas y en la sensación de control de su vida, lo que los psicólogos llaman locus de control interno.
Unos disfrutan más, otros menos
"Los individuos que siguen el 'tiempo del reloj' creen más que el mundo viene determinado por el azar o el destino, frente a los del 'tiempo del evento', los cuales tienden más a pensar que las cosas ocurren como resultado de sus propias acciones", concluyeron las autoras. "Demostramos, además, que estas diferencias a la hora de ver su locus de control interno compromete la capacidad de los individuos que siguen el 'tiempo del reloj' para saborear emociones positivas". Es decir, los que siempre tienden a planificar todo rigurosamente según las horas del reloj lo hacen para hacer frente a la inseguridad de no tener el control de su vida, lo que les produce una merma en su capacidad para disfrutar del momento, al contrario que los que prefieren "irlo viendo".
"Las personas que se dejan llevar por los acontecimientos piensan que sus acciones marcan una diferencia, son menos deterministas"
"Cuando una persona depende en gran medida del reloj para determinar qué hacer o cuándo parar, suelen tener una relación más relajada con su propio sentido del control", admite Shayla Love, periodista de Aeon, en un interesante artículo que se hace eco del estudio de Avnet y Sellier. "Esto se debe a que buscan una señal externa para guiar sus acciones, y eso es precisamente lo que parece controlar el mundo que les rodea. Las personas que se dejan llevar por los acontecimientos, en cambio, piensan que sus acciones marcan una diferencia significativa a la hora de determinar lo que les sucede".
No son mejores las personas que no viven tan de acuerdo al reloj solo por el hecho de sentirse más libres y agentes activos de su propia vida
La visión de Love del estudio conecta mucho con las teorías del tiempo que desarrolló Mumford: un reloj es la máquina más poderosa que existe porque ordena, rige y controla nuestras acciones, pero al fin y al cabo no es más que una máquina, lo que quiere decir que es una herramienta artificial y, por tanto, nuestra sensación del paso del tiempo es puramente subjetiva. Cuanto menos dependamos de ella para organizar nuestras acciones, más libres nos sentiremos, aunque eso en el fondo solo esté al alcance de unos pocos privilegiados que no estén sometidos a la fuerza a una rutina de trabajo. Además, cuanto mayor es la sensación de libertad e independencia respecto al reloj, menos deterministas seremos, pensando que realmente nuestras acciones nos llevan a algún sitio que no está decidido de antemano.
Love, que entrevistó a Avnet y Sellier, recalca en su artículo que no son mejores las personas que no viven tan de acuerdo al reloj solo por el hecho de sentirse más libres y agentes activos de su propia vida. Lo cierto es que aquellas que son más dejadas a la hora de organizarse también pueden ser más despistadas o faltar a más compromisos, lo que acaba repercutiendo negativamente en su bienestar, a la par que en el de los que sí se organizan y tienen que lidiar con su particularidad. Las autoras del estudio acaban proponiendo que ambos tipos de personalidades pueden aprender la una de la otra para poder experimentar el tiempo de una forma múltiple, aprovechando las virtudes de una y otra.