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Los Emiratos Árabes Unidos invierten en Hollywood y organizan tres festivales que buscan competir con Cannes, Venecia y Berlín.
Basta con asomar la cabeza por la portezuela del avión para darse cuenta de que en Dubái tienen de todo. De todo, excepto crisis. Cada vez que uno menciona la palabra a sus compañeros de mesa, al camarero, al taxista o al vigilante de la piscina se encuentra con la inevitable, inmutable respuesta, en infinitas variantes: "¿Crisis? Esa palabra la utilizamos para que los europeos y los americanos vendan a la baja y nosotros compremos muy por debajo de su precio normal. Lo que pasa es que si aquí dices a alguien que le vas a pagar en 30 días se da por sobrentendido que estás arruinado. ¿En Europa no es lo más normal del mundo pagar a 30 días? Al final, digan lo que digan en vuestros medios de comunicación, aquí no pasa nada de nada, todo está como siempre".
La cantinela financiera, digna de Gordon Gekko, sale de las cuerdas vocales de Rashid, un jovencísimo chofer del Jumeirah Beach, hotel de bandera y uno de los patrocinadores del evento cinematográfico más importante de Oriente Medio, el festival de cine de Dubái. La región sin crisis ?el periódico Gulf News revelaba recientemente que las previsiones de crecimiento para 2011 superan el 4%? ha sido capaz de crear, en poco más de un lustro, un creciente mercado de negocios vinculado al séptimo arte. Y de paso, ha arrastrado en su esfuerzo a las otras dos puntas del triángulo que actualmente conforman el eje estratégico del mundo del espectáculo en Oriente Medio, la nueva niña de los ojos de Hollywood: Abu Dabi y Doha. Y sus respectivos certámenes.
El primero es la gran fuente de financiación del negocio estadounidense en estos momentos ?se calcula que el montante invertido en Hollywood por los Emiratos Árabes supera el billón de dólares (0,7 billones de euros)?, en paridad con la pujante influencia asiática, tanto de China como de Japón. El segundo representa el intento de monopolizar la tendencia más comercial de la zona, atrayendo estrellas a través de una franquicia ?la del festival de Tribeca, creado por Robert DeNiro? impulsada exclusivamente para competir con sus vecinos.
En cambio Dubái, un festival que a pesar de tener siete años de vida ya cuenta con galones, sigue fiel a sus principios y ha servido para crear el primer núcleo de negocio íntegramente destinado a la industria local. Clausurado el domingo pasado e inaugurado siete días antes con la magnífica El discurso del rey, el certamen es capaz de jugar como agente doble: invitando a la clase media de las grandes ligas estadounidenses (de Colin Farrell a Carey Mulligan, pasando por Sean Penn, Ed Harris o Colin Firth) sin olvidarse del poderío local, que es mucho y variado. Por las pantallas locales pasaron filmes como las esperadísimas 127 horas, del realizador británico Danny Boyle, o The way back, del veterano Peter Weir. Por su parte, la egipcia 678 y Letters to Palestine, donde ciudadanos de los Emiratos envían sus cartas (orales) a Palestina eran lo más solicitado por la prensa árabe.
Dubái canaliza también la estrategia financiera de la región por lo que respecta a su propio cine ?aún en pañales: solo 12 producciones propias han salido del país en el último año? y las inversiones de cara a 2012. Si hacemos caso de las perspectivas del propio mercado que organiza el certamen, el año que viene Latinoamérica y Filipinas serán el destino de unos cuantos millones de petrodólares mientras que Estados Unidos tratará de mantener su cuota con una política neutra, esto es, ofreciendo porcentajes en superproducciones en las que el riesgo es mínimo.
El crecimiento festivalero del área parece ilimitadao y así se explica que en un territorio tan reducido hayan nacido tres eventos de primer orden que en un futuro podrían competir ?aunque solo sea por su descomunal músculo financiero? con los históricos de Europa, llámense Cannes, Berlin, Venecia o San Sebastián.
Como muestra, un botón: aunque el presupuesto del festival de Dubái no es público, se ha sabido que muchos de los 3.000 invitados del festival se marcharon del mismo con más de 5.000 euros por cabeza en regalos. Tampoco la ceremonia de inauguración tuvo nada que envidiar a cualquier gala de lujo estadounidense o europea, con un auténtico quién es quién de todas las esferas de poder de Dubái. Un inacabable desfile de modelos, cantantes, actores y hombres de negocios que llenaron hasta los topes la playa de Mina A' Salam. Y es que, efectivamente, la crisis parece que no se ha acreditado para el certamen, al menos de momento.
Por TONI GARCÍA from elpais.com 24/12/2010
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