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Numerosos estudios científicos cuestionan el dogma clásico que culpa a estos factores del deterioro celular.
Muchas abuelas de hoy aún recuerdan cuando el aceite de oliva se consideraba dañino para el colesterol, según la doctrina de la época. Con cada nueva ola de consejos saludables, el marketing convierte una hipótesis científica en un dogma de fe popular. Mientras, la ciencia sigue trabajando y, a veces, tumba el dogma. Ocurrió cuando se empezaron a demostrar los beneficios de la dieta mediterránea con el aceite de oliva como prima donna, refutando su mala fama anterior. Y quizá ahora estemos asistiendo al fin de otro mito: el de los antioxidantes que prometen regalarnos más vida y juventud librándonos de esos feroces supervillanos llamados radicales libres.
Al menos, así sería si dependiera del biólogo suizo Sieg-fried Hekimi. Desde el laboratorio que dirige en la Universidad McGill de Montreal (Canadá), este investigador estudia los mecanismos del envejecimiento en el nematodo Caenorhabditis elegans, un gusanito minúsculo que rivaliza con la mosca de la fruta Drosophila como organismo patrón para investigar el desarrollo animal. Hekimi modificó sus C. elegans para que produjeran una cantidad anormalmente elevada de radicales libres, a los que la teoría clásica culpa del envejecimiento. El investigador esperaba ver cómo esos gusanos envejecían y morían antes que los demás, pero le sorprendió comprobar que el efecto era el opuesto: los nematodos mutantes vivían más. Al añadir vitamina C, el antioxidante más accesible, ese plus de longevidad se esfumaba.
La única conclusión posible para Hekimi era una que contradecía la teoría clásica del envejecimiento por radicales libres. Esta hipótesis, lanzada por el biogerontólogo estadounidense Denham Harman en la década de 1950, dicta que el envejecimiento es consecuencia de la progresiva acumulación de radicales libres, átomos o moléculas con un electrón desparejado en su capa externa que los hace químicamente muy agresivos.
Entre ellos destacan las especies reactivas del oxígeno (ROS, en inglés) como peróxidos o iones superóxido. Estos se crean durante el metabolismo del oxígeno en la respiración, un proceso que sirve para generar energía en la llamada pila celular, la mitocondria. Los oxidantes, que también se disparan al bombardear la célula con radiación ultravioleta o ionizante, causan estrés oxidativo y deterioran el ADN y otros componentes celulares.
Para verificar sus sorprendentes resultados, Hekimi montó otro sistema experimental. En este caso sometió a gusanos normales al paraquat, un herbicida tóxico prohibido en la Unión Europea y que produce radicales libres como un niño sopla pompas de jabón. La conclusión fue la misma. Al científico no le quedó otro remedio que aceptar la máxima de Sherlock Holmes: cuando se ha descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, debe ser la verdad. Y en los gusanos de Hekimi, la verdad era que los radicales libres alargan la vida. Los experimentos se publicaron el pasado diciembre en la revista PLoS Biology. Entonces, el científico bromeaba con los efectos del paraquat: "No intenten esto en casa".
Síntomas, no causas
La pregunta es inmediata: ¿qué ocurre con lo que sostenía la teoría? ¿Se ha hecho algo mal? La respuesta corta a esta segunda pregunta es no. Muchos científicos, entre ellos expertos españoles como el fisiólogo de la Universidad de Valencia José Viña, han estudiado la relación entre oxidantes y envejecimiento. En su laboratorio comprobaron que la administración de antioxidantes como la vitamina C y E disminuye el daño molecular asociado al envejecimiento. Lo mismo ocurría al estimular los antioxidantes propios de la célula con compuestos como los flavonoides del extracto de raíz del árbol Ginkgo biloba.
Pero una pista sobre el quid la ofrece el trabajo de otro español, el fisiólogo de la Universidad Complutense de Madrid Gustavo Barja. Según explicaba este especialista a la Gaceta de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, más antioxidantes no significa vivir más. "La relación está del lado de la producción, no del lado de la eliminación de radicales libres", aclaraba Barja. Y si el envejecimiento está asociado a la producción de radicales libres, pero la eliminación de estos no impide aquel, es porque no son "causas del envejecimiento, sino síntomas", como apunta Manuel Serrano, jefe del Grupo de Supresión Tumoral del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).
Serrano investiga las delgadas fronteras que separan unos destinos celulares de otros, la senescencia, la muerte programada o el crecimiento descontrolado que detona el cáncer. En estos territorios habita una variada fauna molecular que dirige el tráfico o participa en él. Y entre estos actores están los famosos oxidantes. "Nadie duda de que la oxidación puede producir daño y envejecimiento", asevera Serrano. "Pero en cambio nadie ha demostrado que el aumento de las defensas antioxidantes prolongue la vida", añade. "En cierto modo, la teoría clásica funciona en un sentido, pero no en el otro, por lo que lleva tiempo desacreditada", resume.
Hekimi es, valga el chiste, más radical en su juicio: "Mi opinión se resume en el título de una revisión que hemos escrito recientemente: Cuando una teoría del envejecimiento envejece mal". Reuniendo resultados de otros investigadores, infiere una sola idea: "Es razonable considerar la teoría de los radicales libres como refutada". "El envejecimiento se relaciona con la acumulación de ROS", concede, pero insiste en demoler el esquema de causa y efecto: "Los daños de la edad generan un aumento de ROS, que actúan como señales para disparar la protección y reparación. El envejecimiento es irreversible, lo que indica que estos procesos, que controlan el daño en organismos jóvenes, se ven incapaces de evitar la acumulación por la edad". En otras palabras, los radicales libres actúan como llamadas al 112. Tras un desastre, las urgencias quedan desbordadas, pero las llamadas no causan la catástrofe.
La enzima de la longevidad
Un aspecto clave, según Serrano, es que la investigación en las últimas décadas ha permitido observar la textura fina del envejecimiento celular con una resolución infinitamente mayor que en tiempos de Harman. En este terreno destaca el trabajo de María Blasco, directora del Programa de Oncología Molecular del CNIO. Su trabajo sobre los telómeros extremos de los cromosomas y la telomerasa la enzima que los mantiene jóvenes ha revelado claves indispensables. Y en este dúo, ¿dónde encajan los radicales libres? Según Blasco, "hay numerosos trabajos que muestran posibles conexiones [entre telómeros y radicales libres], pero creo que falta aún determinar si hay interacción genética entre ambos". En resumen: queda pendiente.
Mientras, los científicos siguen tratando de saber para qué sirven los radicales libres, si no están ahí sólo para molestarnos. Esta semana, un estudio del Instituto Karolinska sueco publicado en The Journal of Physiology ha revelado que los radicales libres aceleran el corazón en situaciones de estrés cuando hace falta más oxígeno en los tejidos, un mecanismo ventajoso que se bloquea con antioxidantes.
El director de este trabajo, Håkan Westerblad, dice que "en condiciones normales, los radicales libres actúan como señales importantes, pero niveles muy altos o aumentos duraderos pueden ser dañinos". "Como todo, es cuestión de moderación", concluye. El jefe del Grupo de Genómica del Envejecimiento de la Universidad de Liverpool, el portugués João Pedro de Ma-galhães, lo resume metafóricamente: "Son como el fuego; peligroso, pero aprendimos a utilizarlo".
Por JAVIER YANES MADRID from publico.es 06/03/2011
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