domingo, 22 de diciembre de 2019

La mejor arquitectura de 2019: construir más allá de la vista

Museo Nacional de Catar.

Museo Nacional de Catar


El ingenio, la lógica, la perseverancia y la responsabilidad definen la mejor arquitectura de este 2019, en el que los rascacielos siguen proliferando y el más difícil todavía continúa buscando construir donde parece imposible hacerlo



Uno de los proyectos más vistosos de 2019, el restaurante Under que el estudio noruego Snøhetta construyó en la costa más meridional de su país, es un bloque de hormigón con muros de 50 centímetros de espesor pensado para que 40 comensales puedan comer bajo el agua. Inclinado hacia el océano, construye una imagen, no solo metafórica, de una arquitectura a la deriva. Sus autores, conocidos por la Biblioteca de Alejandría, aseguran que, cuando no se sirven comidas, los biólogos marinos lo utilizan para estudiar el comportamiento de los peces. Pero, incluso si la estética los separa, ese logro —el mayor restaurante subacuático del mundo— participa de la misma idea que hizo aflorar en Dubái islas con forma de palmera.
El más difícil todavía de la reinvención del territorio también salpica nuestras costas de plataformas portuarias construidas en espacio ganado al mar para desembarcar los miles de contenedores que transportan la mercancía que consumimos sin tregua. Retar a la naturaleza es un juego osado. Las inundaciones que han asolado Venecia ya no son solo un anuncio: son el precio a pagar por jugar con fuego, aunque sea bajo el agua. Por eso, ante ejercicios de ingeniería circense es interesante plantearse para qué se proponen y recordar que no es necesario hacer todo lo que es posible hacer.

Los mejores proyectos han elegido ocultarse, reconstruir e indicar otros caminos, como los edificios que crecen o menguan
En Doha, Jean Nouvel y su equipo inauguraron el Museo Nacional de Catar, un edificio con forma de rosa del desierto que se funde con el paisaje hablando de arraigo y vanguardia a la vez. Físicamente, se opone a los rascacielos de vidrio y acero que proliferan acríticamente en el golfo Pérsico. Entiende el lugar y lo utiliza como expresión y como estrategia de mantenimiento y camuflaje. Se trata de un monumento para un pueblo nómada de pescadores reconvertido en señores del petróleo. Discos de hormigón reforzado con fibra de vidrio protegen las ventanas con voladizos para mantener alejado el polvo y el calor, y ofrecen una lectura compleja: un edificio culturalmente progresista levantado en un país no democrático.
No por casualidad, los proyectos más necesarios del año llevaban lustros incubándose y cambian las prioridades arquitectónicas. Al contrario del edificio de Snøetta, son casi invisibles y completamente imprescindibles. La transformación de tres bloques de viviendas en Burdeos —en la que Lacaton&Vassal llevan 10 años trabajando con Fréderic Druot y Christophe Hutin— consiguió el Premio Mies van der Rohe, que concede la unión Europea, por aislar los edificios existentes con una estructura portante que amplía los pisos 25 metros, permite agrandar los antiguos ventanales mejorando la iluminación y se realizó, con el mismo coste que una piel de aislamiento, sin tener que desalojar a los inquilinos de los pisos y en un plazo de 12 días. Emplear el ingenio para cuidar a la gente y el medio ambiente respetando un precio razonable apunta a los objetivos sanadores de la arquitectura.
En el corazón histórico de São Paulo, el centro cívico Sesc 24 de Maio, del nonagenario Paulo Mendes da Rocha, se hizo con uno de los 17 premios de la Bienal Iberoamericana. Coronado con una piscina pública y panorámica, supone la reconversión de unos antiguos grandes almacenes protegidos por patrimonio cultural y, al mismo tiempo, la construcción de un espacio público en medio de la densidad del casco antiguo. Así, inyecta diversidad y esperanza al futuro de la ciudad. ¿El mensaje? Densidad, reciclaje, ingenio y convivencia.
Se podría decir que la mejor arquitectura de 2019 ha elegido ocultarse, reconstruir e indicar otros caminos. En este último grupo, el de la imaginación más osada y visual, el Shed —la cabaña— de Diller Scofidio y Renfro inaugura la época de los edificios que crecen y menguan según las necesidades, con todos los riesgos que la arquitectura móvil y cambiante conlleva. Ubicado junto al High Line neoyorquino, el edificio más deslumbrante del año es, excepcionalmente, también el que propone el cambio técnico más radical. Como un invento de TBO, este centro cultural no es solo un inmueble polivalente —auditorio, teatros y salas de exposición—. Es también un edificio que, desplazando sobre ruedas parte de sus fachadas y una cubierta, duplica su tamaño y sus usos. Esa capacidad camaleónica —poder ser de dos tamaños distintos— permite la convivencia del auditorio con un espacio público —donde este se multiplica— y es posible gracias a una combinación de mecánica —las ruedas—, digitalización —la velocidad de las transformaciones internas— y supermateriales industriales como el ETFE —que pesa 100 veces menos que el vidrio, deja pasar más luz, aísla mejor, no amarillea con el tiempo y es 100% reciclable—.
El Pritzker 2019 ha sido para el maestro metabolista que fue Arata Isozaki. Teniendo en cuenta lo que hoy en día construye el japonés, el premio parece apostar más por reconocer el pasado que por indicar una vía de futuro. Lo contrario del nuevo galardón Building Sense Now, que —organizado por el Green Building Council— destaca edificios positivos: es decir, aquellos que almacenan más energía de la que consumen. Se hizo con él la austriaca Anna Heringer, que imparte clases en Harvard abogando por abandonar el hormigón y recuperar el barro. Así, la más alta y la más baja tecnología se unen para que la arquitectura mejore la convivencia entre nosotros y con la naturaleza.

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