Riesgos. Los humanos somos los responsables de la consecuencias de calentamiento y también tenemos la llave para afrontarlo (Kevin Frayer/Getty)
El nuevo modelo energético descarbonizado requerirá la explotación y gestión de una ingente cantidad de otro tipo de recursos minerales
Históricamente, las grandes transiciones energéticas han ido acompañadas de acontecimientos políticos imprevisibles (por ejemplo, la sustitución de la madera por el carbón que propició la revolución industrial también impulsó las ideas de Marx y Engels), de modo que, muy probablemente, la nueva transición energética también nos deparará sorpresas geopolíticas.
Diversos organismos han publicado algunas reflexiones y datos al respecto. Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía Renovable pronostica que los países exportadores de petróleo perderán su capacidad de influencia global, al mismo tiempo que la de los importadores se verá reforzada. Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía estima una pérdida de ingresos de hasta siete billones de dólares, de aquí al 2040, para las economías productoras de petróleo y gas, lo que se traducirá en una creciente inestabilidad económica, social y política en dichos países, así como en un aumento de las tensiones geopolíticas regionales.
Pero, en el futuro, no todo el juego geopolítico va a pivotar exclusivamente en torno a los cambios experimentados por los mercados de los combustibles fósiles. La transición hacia un nuevo modelo energético descarbonizado va a requerir la explotación y el tratamiento de una ingente cantidad de otro tipo de recursos minerales, destinados a cubrir una creciente demanda de un buen número de elementos químicos, imprescindibles para el desarrollo y el despliegue a gran escala de las tecnologías necesarias en la lucha contra el cambio climático. Estamos hablando, por ejemplo, de cobre, aluminio, hierro, manganeso, grafito y titanio, pero también de otros elementos menos conocidos como antimonio, berilio, cobalto, galio, germanio, indio, litio, platinoides, renio, tántalo, telurio, tierras raras y vanadio. Nos encontramos ante el advenimiento de un nuevo juego geopolítico global, centrado en el control de la producción, transformación y comercio de tales materias primas, conocidas en la jerga geoestratégica como “el petróleo del siglo XXI”.
La falta de una política energética y exterior conjunta debilita la posición de la UE
Como lo evidencian las primeras escaramuzas de la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos, dicho juego, que se desarrolla en un ámbito geográfico diferente al de los hidrocarburos, ya ha comenzado. Y resulta preocupante constatar que en la partida, claramente dominada hasta el momento por el gigante asiático, la UE tan sólo asiste de mirón. El rechazo a la actividad minera en sus países miembros, junto a la falta de una política energética y exterior conjunta, coloca a la UE en una posición delicada. Tan sólo dispone de las bazas de una confianza ilimitada en el libre comercio, de la esperanza depositada en la investigación en nuevos materiales y del hipotético potencial de una implementación estricta de la política de las “tres erres” (reducir, reciclar y reutilizar). Un bagaje demasiado voluntarista para afrontar con garantías las previsibles turbulencias geopolíticas asociadas a la aventura de adentrase en el territorio inexplorado de la nueva transición energética.
Desde una perspectiva puramente geopolítica, la alarmante dependencia de las importaciones de petróleo y gas no deja otra alternativa a la UE que apostar por la transición energética. Lo malo es que esta apuesta sólo va a permitir reemplazar nuestra actual dependencia por la de otras materias primas energéticas, que para más inri, como describe Guillaume Pitron en su libro La guerra de los metales raros, tampoco están exentas de un gran impacto ambiental.
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