viernes, 20 de diciembre de 2019

¿Es necesario saber lo que cobra el vecino?

Al día en que cualquier finlandés puede consultar cuánto ganan (y cuántos impuestos pagan) sus vecinos, se lo conoce como

Al día en que cualquier finlandés puede consultar cuánto ganan (y cuántos impuestos pagan) sus vecinos, se lo conoce como  GETTY


Finlandia permite a sus residentes la consulta de los ingresos de cualquier ciudadano del país. ¿Es deseable tanta transparencia?



Suecia, Noruega y Finlandia publican cada año los ingresos de los ciudadanos más ricos y permiten que cualquiera consulte y vea los de los demás. Cualquier ciudadano noruego puede entrar en la página web del ministerio fiscal e introducir el nombre de otro para averiguar cuáles son sus ingresos y lo que paga en impuestos. El año pasado esa base de datos oficial recibió 1,6 millones de búsquedas. Un número considerable teniendo en cuenta que Noruega apenas supera los cinco millones de habitantes.
Algo muy parecido pasa en Suecia. Supuestamente estas medidas de transparencia económica son democratizadoras e higiénicas: que se sepa todo, que se ventilen los secretos, que se sepa cuánto gana cada uno, que no nos engañen. También supuestamente así se muestran, con la precisión propia de los datos desnudos, las dimensiones reales de las brechas salariales, sean de género, raciales o de cualquier otro tipo; y el mero conocimiento conduce a una toma de conciencia que puede contribuir a reducirlas.
Al día en que esa información se publica en Finlandia se denomina “el día de la envidia” —por la envidia que supuestamente sentirán los más pobres al constatar lo que ganan los más ricos—, pero la verdad es que, en las sociedades relativamente igualitarias y donde la gente se considera en términos generales bien remunerada, como las escandinavas o la suiza —donde solo un 20% de los jóvenes van a la universidad y la mayoría estudian en escuelas superiores, pero los sueldos de un docente y un electricista no distan mucho—, lo que gane el prójimo, aunque sea más rico, es menos ofensivo.
Como estas medidas de “transparencia” que han adoptado los países nórdicos son acordes al espíritu de los tiempos y probablemente acabarán infiltrándose hacia el sur, no es ocioso preguntarse: ¿tanta transparencia es positiva, es necesaria, es democrática? ¿Contribuye a hacer una sociedad más justa, más humana, más tolerante, emocionalmente más sana? ¿Y qué beneficios se derivan de que el Estado te informe con exactitud de cuánto dinero ganó tu cuñado el año pasado?…
Lo importante para la vida no son los datos de las cosas, sino el relato que se organiza detrás de ellas y que sustenta el deseo
La respuesta correcta es: facilitar el acceso de cualquiera a las cuentas del prójimo no es una iniciativa emancipadora ni democratizante. Es una medida intrusiva de ribetes fascistas. (Además de una ordinariez, pero no entraremos en consideraciones estéticas).
Porque lo importante para la vida no son los datos de las cosas, sino la fantasía o el relato que se pueda organizar detrás de ellas, y que sustenta el deseo. El filósofo esloveno Slavoj Zizek pone el ejemplo de las relaciones sexuales, donde si los participantes no tuvieran una fantasía sobre el otro y sobre su relación con él, no podrían llevarla adelante: se verían a sí mismos como bichos haciendo gestos raros, como lord Chesterfield en su admonición a su hijo: “El placer es momentáneo, la posición es ridícula y el gasto, desorbitado”. La mentalidad materialista y factual minusvalora lo decisivo, lo no reductible a datos. Porque sin una proyección, o, en la jerga psicoanalista, sin un fantasma, la realidad resulta invivible.
En un contexto social es claro que cuando algo se oculta a modo de engaño, el saber es importante y valioso: “Transparencia” fue el lema de la política de Gorbachov que llevó al fin del totalitarismo en la URSS. Saber, por ejemplo, quién está detrás de unos fondos de inversión o de una corporación que explota determinados recursos; o dónde están las fábricas de noticias falsas; la contradicción que se da entre el discurso público de un líder supuestamente progresista y sus propiedades inmobiliarias privadas, o que una alcaldesa vendió los pisos de protección oficial a un fondo buitre; o, ya que hemos mencionado Rusia, saber que el 80% del suelo de Moscú pertenece a la Iglesia ortodoxa…, es fundamental para entender su actual vida política. Hay un conocimiento emancipador, útil para luchar contra el poder y sus abusos. En este plano, hacer visible lo invisible es positivamente político para dar poder a la ciudadanía y para reparar la maltrecha democracia, sencillamente porque las grandes cuestiones de geopolítica, de economía y del binomio justicia/injusticia social se resuelven en un terreno altamente abstracto que tiende al ocultamiento y que resulta difícil de explicar y de entender.
Esta transparencia tiene, como todo, sus límites. Uno de los límites es por descontado el de la seguridad como bien común superior. Ahora bien, hay otros límites, relativos al derecho del ser humano a jugar y a inventarse, que no deberían cruzarse y que se conculcan con reiterada frecuencia: por ejemplo, el derecho a mentir, que solo se le reconoce al acusado ante el Tribunal de Justicia.
No es solo que la mentira haga posible la sociedad, sino que es también un signo de libertad. Su escudo. Así, un hombre debe poder decir a su esposa (o una mujer a su marido) que está en el trabajo cuando en realidad está con otra persona. Un padre de familia tiene derecho a que sus hijos no sepan de cuánto dinero dispone, si la casa donde viven es de alquiler o de propiedad, y a cuál de ellos quiere más de verdad. Negárselo es atentar contra su posibilidad de inventarse y de inventar sus relaciones, y un ejercicio de totalitarismo.
En realidad, la transparencia total —a la que apunta la publicidad de las cuentas bancarias y datos fiscales— es terrorífica; es una de las condiciones para el control total del individuo, tal como se expone en la seminal antiutopía Nosotros, donde el novelista ruso Yevgueni Zamiatin imagina una futura sociedad comunista donde todos los ciudadanos viven en casas con paredes de cristal: supuestamente si no han hecho nada malo no tienen nada que ocultar y, por consiguiente, nada de qué preocuparse aunque estén siempre expuestos a la mirada de los otros, por otra parte disuasiva de cualquier desvío del recto camino.
Se empieza pudiendo leer la cuenta corriente del vecino y quizás con un poquito más de desarrollo tecnológico podrás leer también su pensamiento y concretamente lo que piensa de ti. Es el sueño húmedo de los tiranos, el anhelo de los Estados totalitarios. No existiría nada de lo que nos hace humanos, ese algo que está íntimamente relacionado con el derecho a la reserva, al silencio, a la mentira, a la ficción, a la ambigüedad, a la construcción de un relato sobre la realidad, al juego.
El derecho a ocultar y a mentir es un derecho fundamental. Está directamente relacionado con el ser humano como complejidad, que es lo que permite la libertad, mientras que la transparencia total es la simplificación: el fascismo.

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