
El origen de la quimiofobia se encuentra en la controvertida lista del hospital de Villejuïf, un documento que data de los años 70 y cuya autoría se desconoce todavía hoy
“Parece mentira que todavía estemos con este tema”, afirma María Carmen Vidal Carou, catedrática de Nutrición y Bromatología de la Universitat de Barcelona y presidenta del comité científico de la Agència Catalana de Seguretat Alimentària (ACSA). La experta se refiere a la controvertida lista del hospital de Villejuïf, un documento que data de los años 70 y cuya autoría se desconoce todavía hoy. Según Vidal Carou, en ella se encuentra “el origen de la quimiofobia, es decir, el miedo a las sustancias químicas y a los aditivos, que pese a no tener ningún fundamento sigue presente cuatro décadas después”.
Este bulo, que relaciona el consumo de determinados aditivos alimentarios (concretamente los famosos números E) con diferentes patologías, entre ellas el cáncer, surgió en la localidad francesa de Villejuif en 1973. Al parecer, todo empezó cuando un grupo de trabajadores de Schweppes fue despedido por el cierre de una planta. Para perjudicar a la empresa, hicieron un listado con todos los aditivos que contenían las bebidas de la marca, los relacionaron con numerosas enfermedades y le pusieron el sello del hospital de Villejuïf, que en aquellos momentos era un centro de referencia en la investigación del cáncer.
Firmado por el hospital de Villejuïf
Supuestamente, un empleado habría creado este listado para perjudicar a la empresa donde trabajaba
La lista corrió como la pólvora, primero por Francia y después por otros países de Europa, pese a que a simple vista era evidente que estaba repleta de errores y desinformación. “El tono era alarmista, absolutamente panfletario, con recomendaciones como ‘debe usted evitarlo’, ‘avise a todos sus contactos’ o ‘su salud está en peligro’”, explica Vidal Carou.
Aunque a todas luces se trataba de un documento falso y carente de rigor científico, muchos lo creyeron. Poco a poco, el mensaje fue calando entre la población, primero en Francia y después en otros países de Europa. “Desde entonces, los aditivos alimentarios han sido injustamente puestos en tela de juicio, y pese a la cantidad de información rigurosa que tenemos sobre su inocuidad sigue habiendo quien no la cree”, subraya.

Los aditivos generan rechazo a una gran parte de la población
De entre todos los números E que contenía la famosa lista, el más peligroso era, según sus autores (a los que nunca se ha llegado a descubrir), el E-330. Se trata de un aditivo que se usa frecuentemente en bebidas acidulantes con sabor a limón y que no es más que ácido cítrico, un componente que contienen de forma natural las frutas cítricas y que se utiliza como antioxidante. Según la lista, este era “el más peligroso de todos”, por ser potencialmente cancerígeno, y estaba presente en alimentos como la Schweppes de limón. Curiosamente, el documento original contenía también algunos aditivos (E-241, E-447 y E-467) que ni siquiera existían.
Pronto la lista fue circulando en diferentes países (Alemania, Países Bajos, República Checa…) con sellos de diferentes hospitales. En España se difundió a mediados de los 80 como un listado del Hospital de Majadahonda, un centro que tampoco existía. Pero el daño ya estaba hecho, y las autoridades alimentarias de cada país se han visto obligadas a luchar periódicamente contra este bulo. En 2004, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) emitió un comunicado desautorizando “ciertas listas de aditivos alimentarios, tanto en su origen como en su contenido”.
Para Carou Vidal, “es curioso que un documento tan mal hecho y tal fácil de desenmascarar haya hecho tanto daño, y que todavía hoy haya gente que crea que los aditivos regulados por las autoridades nos están haciendo daño”. Esto se debe, en parte, a que muchas personas aprovecharon esta corriente e hicieron correr el bulo, ya sea desde la credulidad o simplemente con ánimo de lucro. Es el caso de la divulgadora francesa Corinne Gouget, autora del libro Los aditivos alimentarios (Obelisco, 2008), cuya portada amarilla incluía con letras negras una advertencia de ‘Peligro’. “El libro venía a repetir lo mismo que los listados, e incluso llevaba incorporada una tarjeta para llevar en el monedero con una lista de los aditivos supuestamente peligrosos, para que la gente pudiese hacer las comprobaciones pertinentes en el supermercado”.

De entre todos los números E que contenía la famosa lista, el más peligroso era, según sus autores
También desde una parte de la propia industria alimentaria se ha seguido el juego a este bulo, “aunque sea de forma subliminal”, según denuncia Vidal Carou, quien lamenta que “la propia industria no haya contribuido a difundir mensajes tranquilizadores”. En su opinión, el hecho de que muchos alimentos se publiciten como ‘sin aditivos’ o ‘sin colorantes’ “hace un flaco favor a la erradicación de los bulos, ya que estos mensajes suelen aparecer en la parte frontal de los paquetes de forma llamativa y, de alguna manera, están poniendo en tela de juicio los aditivos, aunque sea de forma indirecta”.
Sin embargo, la comunidad científica coincide en que “los aditivos alimentarios que se emplean en las dosis establecidas no representan ningún peligro —continúa Vidal Carou—, de hecho son de las sustancias más estudiadas. Para que se apruebe su uso se someten a constantes revisiones, se fijan cantidades diarias seguras y se establece una ingesta admisible. Lo máximo que puede ocurrir es que provoquen alguna alergia, lo mismo que algunos alimentos”.
Para Beatriz Robles, licenciada en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, graduada en Nutrición Humana y Dietética y profesora de la Universidad Isabel I, un motivo por el que los aditivos alimentarios han sido demonizados durante más de cuatro décadas es su presencia en buena parte de ultraprocesados. “Lo malo de los ultraprocesados no son los aditivos, sino su perfil nutricional. Muchos contienen harinas refinadas, azúcares, grasas de mala calidad, sal y otros ingredientes combinados para hacer mezclas irresistibles, muy palatables y poco saludables”, apunta la experta.
Lo malo de los ultraprocesados no son los aditivos, sino su perfil nutricional
Asimismo, resulta curioso que pese al tiempo que ha pasado desde la difusión de aquella lista, todavía haya quien teme más a los números E que a otros aditivos con nomenclatura química. “Es absurdo, porque lo único que significa la E es que son comunes a los países europeos. El problema es que al no entenderse la gente empieza a hacer especulaciones”, continúa Vidal Carou, quien señala que “las E se crearon precisamente para evitar confusión entre los consumidores y a veces no se sabe si ha sido peor el remedio que la enfermedad”. Cada número significa que el aditivo es de un tipo: del 100 al 199 son los colorantes, del 200 al 299 los conservantes, del 300 al 399 los antioxidantes, del 400 al 499 los espesantes y estabilizantes, del 500 al 599 los reguladores de acidez, del 600 al 699 los intensificadores de sabor y del 700 al 799 los antibióticos.
Hay muchos motivos por los que este bulo sigue vigente décadas después. Ya en el año 1947, los psicólogos Gordon Allport y Leo Postman analizaron la propagación de bulos en su libro La psicología del rumor, uno de los estudios fundacionales sobre la psicología del rumor, basado en experimentos y observaciones de campo durante la Segunda Guerra Mundial. Los expertos basan su teoría en que “un rumor se propaga cuando el hecho es importante para nosotros, cuando despierta nuestra ansiedad y la información es ambigua”. Es decir, cuanto más importante y menos clara es la información, con más facilidad se propaga.

Algunos yogures presentan colorantes
El bulo de los aditivos responde a esta teoría. “La salud es un tema sensible, el más importante, de manera que cualquier información que te diga que la estás poniendo en peligro resulta impactante”, opina Carou Vidal. En su opinión, resulta curioso, sin embargo, que “como sociedad asumamos tan bien la tecnología en otros ámbitos y nos cueste tanto asumirla en los alimentos. Deberíamos verla como aliada, no como enemiga”.
Sin embargo, como asegura JM Mulet, licenciado en química y doctor en bioquímica y biología molecular por la Universidad de València, “somos humanos, y esa humanidad es la que nos hace pensar que existe una especie de verdad en la naturaleza que hace que lo natural sea mejor que lo artificial”. Por su parte, Vidal Carou recuerda la célebre frase de Paracelso: dosis sola facit venenum (“solo la dosis hace el veneno”). “Dentro de lo natural también hay sustancias tóxicas, todo puede ser seguro o tóxico en función de la dosis”, concluye.