Cuando han transcurrido cinco años desde el inicio de la
crisis financiera global, una importante pregunta pendiente es: ¿Hemos hecho lo
suficiente para reducir el riesgo de que la próxima crisis —porque seguro que la
habrá— sea igual de devastadora?
La respuesta corta es no, aunque hemos progresado. He
aquí unas cuantas observaciones:
Los bancos estadounidenses se han
fortalecido
La crisis dejó en evidencia que los bancos no tenían
suficiente capital. En otras palabras, dependían demasiado del endeudamiento,
especialmente a corto plazo. Cuando el grifo se cerró, su existencia se vio
amenazada.
Los bancos estadounidenses se han visto inducidos —en
algunos casos, incluso obligados— a recaudar más capital. Según una medida
ampliamente utilizada, a finales de 2008, las 18 mayores entidades del país
contaban con capital de alta calidad equivalente a 5,8% de sus activos; a
finales del año pasado, la cifra había subido a 11,3%. Eso les da un
amortiguador más grande para absorber otro golpe y, probablemente, los vuelve un
poco más reacios a asumir grandes riesgos, para bien o para mal.
Los estándares de capital inicial negociados globalmente
en Basilea, Suiza, son extraordinariamente complicados y dependen de la
evaluación de los bancos de sus propios riesgos. El renacimiento de la "relación
de apalancamiento", un indicador más directo, y las repetidas "pruebas de
resistencia" de los reguladores (para medir hasta qué punto un banco puede
soportar una tormenta financiera) desalentará los juegos. Sin embargo, limitar
la dependencia de los bancos del endeudamiento a corto plazo mayorista sigue
estando en la lista de tareas pendientes.
El problema de las entidades "demasiado grandes
para quebrar"
Los mayores bancos son de hecho más grandes y, si bien
esto da pie a un debate encendido, los inversionistas los siguen tratando como
si dieran por hecho que el gobierno los respaldará si se meten en problemas.
Sin embargo, las nuevas normas de capital y un
escrutinio regulatorio más estricto puede ser una carga tan onerosa que impida
que los bancos crezcan mucho, e incluso podrían causar un repliegue.
El Congreso de EE.UU. otorgó a los reguladores las
facultades que no tenían en 2008 para intervenir y desmantelar una gran
institución financiera. Eso es una ventaja, pero no sabremos hasta que se ponga
a prueba si el nuevo sistema puede manejar el colapso de un banco importante y
muy interconectado con el resto del mundo financiero.
Hay más regulación, pero ¿será mejor?
"Los banqueros", dice Wayne Byres, secretario general
del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, "están hasta cierto punto
desanimados, y se quejan de las brechas e inconsistencias mientras que los
reguladores se están concentrando en el progreso sólido y constante que se ha
hecho".
Juzgar la calidad de la regulación actual depende de las
metas que uno se imponga. La senadora demócrata Elizabeth Warren recordó
recientemente con afecto la época dorada cuando "hacíamos que los bancos fueran
aburridos y poníamos a policías de verdad en Wall Street". Ella espera retomar
ese rumbo.
Kevin Warsh, un ex gobernador de la Reserva Federal,
teme que Estados Unidos ya haya avanzado demasiado por ese camino y advierte que
los bancos se parecen cada vez más a entidades públicas "que tratan de atender
los deseos de su gobierno y sus supervisores". Añade que la reticencia
resultante a conceder préstamos e innovar perjudica la economía.
Una desventaja incuestionable de la ley Dodd-Frank
de 2010 es que no redujo el número de agencias reguladoras, por lo que el ritmo
de redacción de legislación es extremadamente lento, lo que frustra por igual a
bancos, consumidores y a Jack Lew, el secretario del Tesoro que está intentando
que se aprueben.
La vivienda es el gran tema pendiente
Tras la explosión de la burbuja inmobiliaria y todo lo
que pasó a continuación, el gobierno de EE.UU. básicamente asumió el control del
negocio hipotecario. Independientemente de quién concede los créditos, la
mayoría acaban en manos de Fannie Mae, Freddie Mac o la
Administración Federal de Vivienda de EE.UU.
Eso no está mal, por ahora. Pero pone a los
contribuyentes (nuevamente) en riesgo si algo sale mal e impide el
funcionamiento normal del mercado en un enorme sector de la economía del país.
Pero si redactar las normas para la ley Dodd-Frank
ha sido frustrantemente lento, privatizar el mercado hipotecario y definir el
papel adecuado para Fannie y Freddie ha sido aún peor. Parece que los engranajes
empiezan a moverse un poco, pero hay un atasco en el Congreso estadounidense
para casi todo estos días.
Y por último, la economía
Es fácil imaginar cómo las semillas de la crisis de
mañana se están plantando hoy.
Las bajas tasas de interés —una consecuencia de la
persistente fragilidad de la economía—alientan a los inversionistas, grandes y
pequeños, a asumir más riesgos para conseguir retornos más altos, sin siempre
entender estos riesgos.
La tentación sería menor si los intereses estuvieran en
un nivel más cercano a la normalidad, pero eso sucederá sólo si los pronósticos
para la economía estadounidense mejoran.
La ansiedad en torno al panorama económico, así como a
las políticas fiscal y monetaria, y la incapacidad de Washington para llegar a
un acuerdo para cualquier cosa que se parezca remotamente a una estrategia para
fomentar el crecimiento anima a los insensatos a ser demasiado osados y a los
cautelosos a ser demasiado precavidos.
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