Las trayectorias divergentes de los mercados emergentes se pueden seguir a
través de las dos mayores economías de América Latina: México y Brasil.
Es una historia parecida a la fábula de la liebre y la tortuga. Durante la
última década, Brasil experimentó un auge gracias a la venta de materias primas
a China. Su clase media en expansión se dio un festín con el crédito barato
facilitado por los bancos centrales de los países desarrollados, conforme
trataban de reactivar sus economías.
Brasil creció a un ritmo promedio anual de 3,6% durante los últimos diez
años, alcanzando un máximo de 7,5% en 2010. El real se fortaleció.
Todas las señales usuales de exceso fueron evidentes: turistas brasileños
abarrotaban las tiendas de Nueva York y Miami, mientras que los medios
reportaban sobre pizzas de US$30 y martinis de US$35 en São Paulo.
En comparación, México registró un crecimiento más deslucido, en parte por su
vinculación a la debilitada economía de Estados Unidos. También ha sufrido su
propia avalancha de problemas: leyes que prohiben la inversión extranjera en el
sector energético, un código tributario disfuncional, un sistema educativo
defectuoso y una economía anticuada, dominada por un puñado de cuasi-monopolios.
También fue víctima de una ola de violencia ligada al narcotráfico, lo que
ahuyentó tanto a turistas como a inversionistas.
La expansión económica de México promedió 2,6% al año en la última década,
mientras que el peso se depreció ligeramente.
Ahora se ha dado vuelta a la tortilla. Brasil está siendo castigado por los
inversionistas que esperan que la Reserva Federal de EE.UU. empiece a
desmantelar las políticas de crédito extra fácil y por China, cuyo apetito por
materias primas empieza a menguar.
Brasil derrochó en buena parte la bonanza, al invertir poco en carreteras y
otras áreas de infraestructura que podrían apuntalar su desarrollo. Su gobierno
ha seguido un modelo económico estatista, lo que le ha restado competitividad a
muchas de sus empresas en el extranjero. Mientras que las compañías y los
hogares acumularon deuda, frenando aún más el crecimiento futuro. Esto resultó
en una brecha significativa que ahora debe der financiada con capital
extranjero.
Entre tanto, México utilizó sus años de vacas flacas para reformar su
economía, lo que incluye una reforma de las leyes laborales, del sistema
educativo y de los sectores de telecomunicaciones, finanzas y energía del país.
Si dichas reformas son completadas, los economistas prevén que los cambios
impulsen la expansión potencial de México en un momento en que su mayor socio
comercial, EE.UU., acelera su recuperación.
Al mismo tiempo, México ha mantenido un déficit comercial relativamente
pequeño que se puede financiar fácilmente mediante la inversión extranjera a
largo plazo en empresas y fábricas. El país no depende tanto de los variables
flujos de efectivo extranjero a corto plazo y, como resultado, se ha visto menos
afectado por las turbulencias que han sacudido en semanas recientes a Brasil y
otros mercados emergentes.
No obstante, México aún podría decepcionar. Su economía se contrajo
ligeramente en el segundo trimestre, mientras que Brasil ha registrado unos
meses más fuertes de lo que los analistas preveían.
La historia de las dos mayores economías de América Latina ayuda a ilustrar
por qué los mercados emergentes están siguiendo trayectorias divergentes.
Durante los últimos cinco años, países en desarrollo como Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica —los denominados BRICS— fueron los motores del crecimiento
global cuando las economías industrializadas lidiaban con las repercusiones de
la crisis.
Para impulsar sus débiles economías, los bancos centrales en EE.UU., Reino
Unido y Japón compraron bonos para bajar sus tasas de interés a mínimos
históricos, lo que envió una ola de efectivo hacia los mercados emergentes, que
ofrecían retornos más altos. Ahora que la Fed está dando señales de que empezará
este año a retirar su programa de compra de US$85.000 millones en bonos al mes,
esa tendencia se está revirtiendo y el dinero está saliendo de los mercados
emergentes.
La lista de víctimas ya empieza a revelarse. Son países con grandes
necesidades financieras, debido a que tienen grandes brechas comerciales y
déficits fiscales. En las últimas semanas, India, Turquía, Indonesia, Sudáfrica
y Brasil han sufrido grandes fugas de capital.
Otros, incluyendo México, Filipinas, Polonia y Corea del Sur, han sufrido
éxodos menores de efectivo. En general, tienden a ser países con brechas
comerciales más pequeñas y niveles de endeudamiento relativamente menores, tanto
a nivel público como privado. También son países que exportan bienes
manufacturados a economías que se están recuperando como EE.UU. y Europa, en vez
de materias primas a China.
A diferencia de los BRICS, su tendencia ha sido a crecer de forma más lenta a
lo largo de los últimos años y no acumularon grandes desequilibrios comerciales
o deuda. No se volvieron dependientes de China y no son vulnerables a su
desaceleración. Además, tienen el potencial de beneficiarse de sus lazos
comerciales con las economías desarrolladas.
Podríamos llamarlo la venganza de las tortugas.
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