El panteón de la ciencia incluye individuos que han hecho enormes
contribuciones a la salud humana, como Pasteur y Salk. Un pedestal en ese templo
le espera al científico que resuelva el siguiente misterio: ¿por qué comemos
comida chatarra cuando sentimos que nadie nos ama?
No es una pregunta tonta. En varios países hay problemas de obesidad y de
diabetes tipo 2 en adultos. El hecho de que comamos cuando en realidad no
tenemos hambre contribuye mucho a esta situación.
Entonces ¿por qué lo hacemos? Puede ser porque todos alrededor están
comiendo. O porque la publicidad de comida pueden ser muy persuasivas. O porque
queremos que el anfitrión de una fiesta caiga en bancarrota si nos comemos todos
sus snacks.
Uno de los ejemplos mejor entendidos de alimentación no nutritiva es el hecho
de que el estrés suele hacernos comer más. Tiene sentido psicológicamente,
porque la gente más propensa a comer por estrés son los que restringen de forma
más activa el consumo de alimentos el resto del tiempo: cuando surgen los
problemas y necesitan consentirse a sí mismos, comiendo es cómo se relajan.
Prefieren consumir grasas y carbohidratos. Si el jefe es un cretino, ¿por qué no
volverse loco con los chocolates?
Pero no podemos relacionar estos hábitos sólo con las complejidades de la
psiquis humana, porque no sólo los humanos los exhiben. Si una rata de
laboratorio se estresa al, digamos, colocar en su jaula una rata desconocida,
comerá más y mostrará una preferencia más fuerte por opciones de más grasas y
carbohidratos que lo habitual.
Que este fenómeno se observe en muchas especies tiene sentido evolutivo. Para
el 99% de los animales, el estrés involucra un importante despliegue de energía
cuando, por ejemplo, corren para salvar sus vidas. Luego, el cuerpo estimula el
apetito, en especial de caloría de alta densidad, para reabastecer reservas
energéticas agotadas. Pero nosotros los humanos, inteligentes y neuróticos,
activamos una y otra vez la respuesta al estrés para motivos puramente
psicológicos, lo que coloca a nuestros cuerpos repetidamente en el modo de
reabastecimiento.
Los científicos están comenzando a entender cómo funciona este deseo por la
comida chatarra relacionado al estrés. La tensión aumenta la liberación de
"opioides endógenos" en algunas partes del cerebro. Estos neurotransmisores se
parecen a los opiatos en su estructura y propiedades adictivas (y los opiatos
funcionan al estimular los receptores que evolucionaron al responder a los
opioides del cerebro). Esto ayuda a que la comida chatarra tenga propiedades muy
reconfortantes en dichos momentos.
El estrés también activa el sistema "endocanabinoide" en el cerebro. Sí, hay
una clase de químicos en el cerebro que se parecen al ingrediente del cannabis
que relaciona la marihuana con tener un antojo. Y el estrés activa otro químico
del cerebro llamado neuropéptido y que puede estimular el deseo de comer grasas
y azúcar.
El mecanismo fundamental para explicar este efecto del estrés es que la
comida que reconforta es, bueno, reconfortante. Como demostró por primera vez
Mary Dallman y sus colegas de la Universidad de California en San Francisco, al
trabajar con ratas de laboratorio, las grasas y los carbohidratos estimulan los
sistemas de recompensas en el cerebro, y por lo tanto, desactivan la respuesta
hormonal del cuerpo al estrés.
Podría parecer poco probable que un tipo de placer funcione para compensar
los efectos de una fuente muy distinta de desagrado. ¿Por qué la comida grasosa
debería disminuir la angustia de una rata sobre un nuevo compañero de jaula? Sin
embargo, regularmente hacemos saltos mucho más grandes. ¿Agobiado por un amor no
correspondido? Hacer compras suele ayudar. ¿Aquejado por una desesperación
existencial? Escuchar Bach podría ayudarlo. La moneda común de las recompensas
en el cerebro justifica toda clase de puertos poco probables durante una
tormenta.
Pero a pesar de las posibilidades variadas para encontrar fuentes de
comodidad, algunas apelan a deseos primitivos particularmente fuertes, para
detrimento de nuestra salud. Es una señal de nuestro legado evolucionario que,
al final de un día estresante, menos personas busquen alivio en la poesía de
Robert Frost que en medio kilo de helado de con brownie.
Por ROBERT M. SAPOLSKY September 20, 2013, 12:02 a.m. ET
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