Hace tres años, en una ciudad tunecina poco conocida, nació lo
que se llegó a conocer como la Primavera Árabe, cuando un vendedor de frutas de
26 años se echó gasolina encima, acercó una flama y se inmoló.
Mohammed Bouazizi murió 18 días más tarde. Dos semanas después, mientras
protestas sin precedentes rugían en todo el país, el presidente Zine al-Abidine
Ben Ali huía a Arabia Saudita.
Las llamas encendidas con el suicidio de Bouazizi se extendieron por África
del Norte, tumbando al presidente egipcio Hosni Mubarak y al Coronel Muammar
Gadafi en Libia, tras 42 años en el poder. El presidente de Yemen se tuvo que
retirar, mientras que en Bahréin y en Marroco las autoridades se vieron
obligadas a aceptar las reformas que los manifestantes exigían.
En Siria también se alzaron las voces... y las armas.
Medio Oriente sigue envuelto en su proceso de evolución y, en el camino, ha
habido consecuencias inesperadas.
1. Las monarquías capean el temporal
Las familias reales de Medio Oriente hasta el momento, han tenido una buena
Primavera Árabe, mejor de lo que algunas habrían anticipado. Eso es tan cierto
en Jordania y Marruecos como en el Golfo Pérsico.
Los gobiernos que han colapsado o tambaleado tenían un modelo parecido a los
Estados de estilo soviético, con un partido único mantenido por poderosas
estructuras de seguridad.
No hay una razón obvia para que sea así. Bahréin ha mostrado que está listo a
usar tácticas de seguridad agresivas mientras que otros se han valido de medidas
más sutiles, como Qatar, que aumentó el salario de los funcionarios públicos
ante la primera señal de agitación.
Y, por supuesto, en los reinos del Golfo el descontento es exportable, pues
la mayoría de los empleados con los salarios más bajos son migrantes y si
empiezan a quejarse por las condiciones de trabajo o a exigir derechos
políticos, los pueden mandar a casa.
Además, es posible que la gente sienta algún grado de apego hacia sus
gobernantes reales, un sentimiento que los autócratas no inspiran, no importa
cuán extravagante sea su estilo de vida.
2. Estados Unidos ya no lleva la voz cantante
Estados Unidos no ha tenido una buena Primavera Árabe. Tenía una visión clara
de un Medio Oriente algo estancado en el que contaba con unas alianzas
confiables con países como Egipto, Israel y Arabia Saudita.
No pudo llevarle el ritmo a los eventos en Egipto, que eligió a un islamista,
Mohammed Morsi, quien luego fue depuesto por el ejército.
Es difícil para la administración de Barak Obama resolver el acertijo: el
problema es que le gustan las elecciones pero no el resultado: una victoria
clara para la Hermandad Musulmana. Tampoco le gustan los golpes militares (al
menos en el siglo XXI) pero probablemente está lo suficientemente cómoda con un
régimen respaldado por los militares que quiere mantener la paz con Israel.
Estados Unidos sigue siendo el superpoder, por supuesto, pero ya no es el que
dicta qué pasa en Medio Oriente. Y no está sólo en esa situación: Turquía no
supo escoger al ganador en Egipto tampoco y está en aprietos por sus relaciones
problemáticas con los rebeldes en Siria.
3. Sunitas versus Siria
La velocidad con que las manifestaciones desarmadas contra un gobierno
autoritario metamorfosearon en una guerra civil sanguinaria con matices
sectarios en Siria impactó a todo el mundo.
Hay tensiones crecientes entre los musulmanes sunitas y chiitas en muchas
partes de la región. Irán chiita y Arabia Saudita sunita están ahora
efectivamente librando una guerra indirecta en suelo sirio.
La profundización del cisma entre dos ramas de Islam ha llevado a niveles
alarmantes de violencia sectaria en Irak también y podría terminar siendo uno de
los legados más importantes de estos años de cambio en el mundo árabe.
4. Victoria para Irán
Nadie habría predicho al principio de la Primavera Árabe que Irán saldría
beneficiado.
Al principio del proceso, estaba marginalizado y paralizado por las sanciones
impuestas debido a sus ambiciones nucleares. Ahora, es imposible imaginarse una
solución para Siria sin el acuerdo iraní y, con su presidencia bajo nueva
administración, está incluso hablando con las potencias mundiales sobre su
programa nuclear.
Arabia Saudita e Israel están alarmados por la disposición de Washington a
hablar con Teherán y cualquier cosa que ponga a esos dos países en el mismo lado
de un argumento es, de por sí, histórico.
5. Los ganadores son perdedores
Es difícil establecer quiénes han sido los ganadores hasta ahora en este
proceso. Un ejemplo es el destino de la Hermandad Musulmana en Egipto. Cuando se
llevaron a cabo las elecciones tras la deposición de Mubarak, llegó al poder y,
tras 80 años en la sombra, el movimiento finalmente parecía destinado a
reconstruir el país más grande del Medio Oriente a su imagen y semejanza.
Pero después de que el ejército le forzara a dejar el poder y retornar a la
clandestinidad, sus principales líderes enfrentan largas condenas de prisión.
Hace un año, la Hermandad parecía ser una de las ganadoras. Ya no.
La suerte de la Hermandad no le convino al políticamente ambicioso Qatar, que
la había respaldado durante la lucha por el poder en Egipto. En las primeras
etapas de la Primavera Árabe, con Qatar apoyando a los rebeldes libios también,
parecía que el pequeño reino tenía la estrategia correcta para expandir su
influencia regional. Ya no.
6. Los kurdos se benefician
En contraste, la población del Kurdistán iraquí está empezando a perfilarse
como ganadora. Quizás hasta esté acercándose a ver realizado su sueño de tener
un Estado.
Han vivido en la región norteña del país, en la que hay petróleo, y está
desarrollando lazos económicos independientes con su poderoso vecino, Turquía.
Tiene una bandera, un himno y un ejército.
Los kurdos de Irak pueden ser los beneficiarios de la lenta desintegración de
un país que ya no funciona como un Estado unitario.
El futuro no estará libre de problemas (hay poblaciones kurdas en los vecinos
Irán, Siria y Turquía también) pero en ciudades kurdas como Irbil la gente
piensa que el futuro es más prometedor y más libre. Ese proceso empezó antes de
la Primavera Árabe, por supuesto, pero los kurdos han aprovechado los vientos de
cambio que soplan en la región para consolidar logros que ya estaban en
camino.
7. Las mujeres son víctimas
Hay una consecuencia de la Primavera Árabe hasta el momento que es
sencillamente deprimente.
Entre la multitud en la Plaza Tahrir al principio del levantamiento en Egipto
había muchas mujeres valientes y apasionadas reclamando derechos personales
junto con los políticos, que eran el foco de las manifestaciones.
La desilusión fue amarga. Las historias sobre asaltos sexuales en público son
aterradoramente comunes y una encuesta de la Fundación Thomson-Reuters señala a
Egipto como el peor lugar del mundo árabe para ser mujer. Tuvo malas
calificaciones en violencia de género, derechos reproductivos, trato de mujeres
en las familias y la inclusión en política y economía.
8. ¿Sobrevaloración de las redes sociales?
Cuando empezaron las protestas, hubo mucho entusiasmo en los medios
occidentales por el papel de innovaciones como Twitter y Facebook, en parte
porque a los periodistas occidentales les gustaban.
Esas redes sociales juegan un rol importante en países como Arabia Saudita,
donde le permiten a la gente sortear los rígidos medios oficiales y tener algún
debate nacional.
Y tuvieron un papel al principio de los levantamientos también, pero su uso
se limitó sobre todo a la élite liberal educada y afluente, y es posible que sus
opiniones resonaran más de lo indicado por un rato. Esos liberales laicos al
final fueron aplastados en las urnas en Egipto, por ejemplo.
La televisión satelital sigue siendo más importante en países en los que
mucha gente es analfabeta y no tiene acceso a internet.
9. La finca raíz en Dubái se recupera
Las ramificaciones de los eventos en Medio Oriente se siguen sintiendo mucho
más lejos de las fronteras de los países en los que sucedieron.
Existe la teoría de que el mercado hipotecario en Dubái se disparó pues los
ricos de los países desestabilizados, como Egipto, Libia, Siria y Túnez,
buscaron un refugio seguro para su dinero, y a veces hasta su familia.
Los efectos se sintieron incluso más lejos, en los mercados de propiedad de
Londres y París.
10. Volver a trazar
El mapa del Medio Oriente que trazaron Reino Unido y Francia en secreto a
mediados de la Primera Guerra Mundial parece que se está desdibujando.
Fue entonces cuando se crearon Estados como Siria e Irak y ahora nadie sabe
si existirán en la misma forma en unos cinco años.
Y nadie puede hacer mucho al respecto tampoco: Libia demostró cuáles son los
límites de la intervención occidental, con el poderío aéreo británico y francés
capaz de apresurar el fin de un viejo gobierno odiado pero incapaz de asegurar
que eso fuera seguido por la democracia. O siquiera la estabilidad.
Una antigua lección -que el mundo está volviendo a aprender- es que las
revoluciones son impredecibles y que puede tomar años antes de que sus
consecuencias sean claras.
Kevin Connolly BBC, Medio Oriente Última actualización: Domingo, 15 de diciembre de 2013
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