VIVIMOS EN UNA COMPETICIÓN EVOLUTIVA
En junio del año pasado, un hombre de 60 años ingresaba en el Hospital Nacional Jeddah (Arabia Saudí) por una aparente neumonía. Tras once días de hospitalización, un fallo renal acabó con su vida. Sin embargo, poco tiempo después se sabría que la verdadera razón del fallecimiento estaba en un nuevo coronavirus, llamado más tarde como HCoV-EMC y después rebautizado como MERS-CoV. Desde entonces, y según el último informe de la OMS (noviembre de este año), ha causado 153 casos de infección y 64 muertes en varios países del planeta.
Cómo dijo Joshua Lederberg (Premio Nobel de Medicina en 1958), vivimos en una competición evolutiva con los microbios (bacterias y virus). No hay ninguna garantía de que nosotros seremos los supervivientes. De hecho, los microorganismos siguen sin darnos tregua. Identificamos patógenos nuevos, nos enfrentamos a bacterias mutantes resistentes a los tratamientos y, aún más, sabemos que los microorganismos no entienden de fronteras geográficas.
Nuevos (y peligrosos) agentes infecciosos
En los últimos tiempos, las autoridades sanitarias de todos los países y las entidades específicas encargadas de seguir las huellas a los nuevos virus, como la OMS o el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta (EEUU), mantienen sus niveles de alerta en alza desde que un año si y, otro, también, nos ‘sorprende’ la llegada de un nuevo agente infeccioso con capacidad para causar una pandemia. Los últimos ejemplos: H7N9, una nueva cepa de la gripe aviar que se ha cobrado víctimas en Shanghai y otras ciudades de China, el coronavirus causante del SARS (Síndrome Agudo Respiratorio Severo) que causó una pandemia en 2003 o el actual MERS-CoV .
A este esfuerzo se suma ahora también el Proyecto ‘Antigone’ (Anticipating the Global Onset of Novel Epidemics) que responde a una llamada de la Comisión Europea para reforzar la capacidad de la UE para hacer frente a patógenos que supongan un riesgo para la salud pública y al que han dotado de 12 millones de euros. En él, junto a 14 centros e instituciones de los estados miembros, participa el IREC (Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos), un centro de investigación multidisciplinar de ámbito nacional, con sede en el campus universitario de Ciudad Real.
Se trata de un centro mixto dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad de Castilla–La Mancha (UCLM), y la Junta de Comunidades de Castilla–La Mancha (JCCM). Para cumplir con los objetivos de Antigone, el IREC cuenta con el grupo de investigación en Sanidad y Biotecnología (SaBio) que, precisamente, en colaboración con investigadores de Alemania, Chile, Holanda, Omán, Suecia y España, ha descubierto que los camellos pueden estar en el origen del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio, un coronavirus (MERS-CoV) identificado por vez primera en 2012 en Arabia Saudita que produce problemas respiratorios agudos graves en las personas infectadas y llega a provocar la muerte a un tercio de ellas.
Este coronavirus está próximo al que originó el SARS en el sureste asiático y, aunque ambos podrían tener su origen en murciélagos, su paso a las personas se produce normalmente a partir de otros animales intermediarios. Mientras que en el brote de SARS los casos humanos estuvieron relacionados con la manipulación y el consumo de civetas –carnívoros apreciados en la cocina oriental–, en el del MERS se desconocía su posible intermediario. La investigación llevada a cabo por este grupo de expertos en enfermedades emergentes y publicada el pasado agosto en The Lancet Infectious Diseases, confirma la presencia de anticuerpos específicos frente al MERS-CoV en dromedarios y es la primera indicación de que dichos animales pueden ser los intermediarios de la transmisión de este virus al hombre.
El profesor Christian Gortázar, del grupo SaBIo, y uno de los autores del trabajo, reconoce que “la implicación de detectar anticuerpos del coronavirus (MERS-CoV) frente al virus en camellos es que se puede prestar atención a estos animales (particularmente al consumo de su carne como ocurre en la península arábiga) como posible fuente de infección para humanos”.
Enfemedades infecciosas emergentes (y reemergentes)
Fue en 1992 cuando el Instituto de Medicina de los EEUU acuñó el concepto de enfermedades infecciosas emergentes y reemergentes. Así se conoce a las enfermedades descubiertas en los últimos 20 años, a las previamente conocidas consideradas controladas, a aquellas en franco descenso y a las casi desaparecidas pero que vuelven a resurgir.
La OMS y los CDC han hallado más de 100 enfermedades infecciosas que afectan al ser humano y al resto de los animales, que recientemente han aumentado o que muestran una tendencia a crecer, bien porque han ampliado su zona geográfica de actuación o su actividad y gravedad epidémica. En las últimas décadas también, por ejemplo, han aparecido más de 30 nuevos microorganismos, algunos de ellos causantes de enfermedades mortales.
Toda enfermedad infecciosa emergente o reemergente, como la fiebre amarilla, el dengue, la tuberculosis o el virus del Ébola supone un desafío para su prevención y control, además de constituir una amenaza grave para la salud pública. Pero la verdadera pregunta que se hacen los lectores es qué está cambiando para que cada año nos preocupe la llegada de una posible nueva pandemia, para que se hable de cruce de especies o para que aparezcan nuevos virus. ¿Es un fenómeno nuevo?
Dos informes elaborados en 1951 y 1959, respectivamente, por un grupo mixto de la FAO/OMS ratificó que las zoonosis son “aquéllas enfermedades e infecciones que se transmiten de forma natural entre los animales vertebrados y el hombre y viceversa”. Por lo tanto, las zoonosis no se refieren a enfermedades de los animales sino a procesos compartidos, comunes a ambos tipos de especies. Se estima que existen alrededor de 1.415 microorganismo patógenos para el ser humano y, de ellos, entre el 65%-70% son de origen animal.
Tomás Pumarola, de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica, (SEIMC) destaca: “Actualmente existen muchos microorganismos en cuantificación y hay muchas zoonosis bien establecidas, en las que la transmisión de la infección al hombre procede de animales de arrastre, de granja. Sin embargo, la aparición de los últimos virus que han copado los medios de información como el SARS, la gripe H7N9, el MERS o el último coronavirus hablamos de salto de especies, y, generalmente, ya no suelen ser animales con los que convivimos, como los de granja”.
Este experto apostilla que cuando se menciona la palabra ‘salto de especies’ estamos hablando de virus “que despuntan con una elevada agresividad, pero que con el que acabamos desarrollando un mecanismo de adaptación que provoca que muchos de ellos desaparezcan como sucedió con el SARS. Tenemos otro ejemplo todos los años con el virus de la gripe que empieza sobre diciembre, acaba en febrero, que afecta a un parte de la población y luego desaparece para volver al año siguiente con una nueva variante. Los virus, como los demás patógenos, están en una continua carrera evolutiva: tratan de cambiar para que nuestro sistema inmunitario, que también evoluciona, no pueda neutralizarlos. En la gripe, los cambios son tan rápidos que la vacuna de un año no sirve para protegerse al siguiente”.
Soluciones de futuro para próximas alertas
En el caso de la última infección que ha causa alerta mundial, el MERS-CoV, el protagonista es un coronavirus, un grupo de microorganismos que provocan infecciones respiratorias y gastrointestinales, a veces suaves y otras veces fulminantes, en aves, humanos y otros mamíferos. Cobraron una triste notoriedad con SARS que, de no haber sido por la rápida investigación científica para su identificación y por las rigurosas medidas de salud pública adoptadas internacionalmente para su contención, habría podido causar una verdadera pandemia. Una experiencia que ha motivado que el MERS-CoV haya generado tanta preocupación. Otro motivo es que los coronavirus son un grupo muy lábil y cambiante, debido a sus múltiples mutaciones (cuando el virus se replica, su material genético no se duplica idénticamente) y a su tendencia a recombinarse (cuando una persona se infecta con dos cepas distintas del mismo virus, sus réplicas entremezclan el material genético de ambos).
Todas estas variaciones genéticas les confieren la capacidad de adaptarse rápidamente a nuevas circunstancias en el organismo de nuevos hospedadores. Una de las medidas fundamentales para plantar batalla a los nuevos agentes infecciosos es la de conocer qué factores se esconden detrás del ‘salto de la barrera de especies’. Precisamente, cerca de 40 científicos de todo el mundo y dentro del marco del proyecto Antigone se acaban de reunir en Toledo para tratar de dar respuesta a este interrogante.
Christian Gortázar lo documenta: “En opinión de este grupo de expertos, hay dos factores globales que determinan la emergencia de nuevos patógenos: el cambio climático y los cambios que el hombre provoca en el uso del suelo y en los hábitat naturales. Además, habría otros cinco factores más próximos, a su vez interrelacionados entre sí y con los dos globales apuntados anteriormente: los cambios en el manejo de los animales domésticos; el mayor contacto entre hombre y animales; las transformaciones en el procesado y consumo de alimentos; la composición de especies en los ecosistemas, los cambios en estas comunidades; y las evoluciones en el estado sanitario del hombre y de los animales, así como la calidad y accesibilidad de los servicios sanitarios”.
Pese a todo, este experto recuerda que los riesgos que representan los nuevos virus y el fenómeno del ‘salto de la barrera de especies’ para el ser humano son “proporcionalmente menores, especialmente en los países desarrollados, al asociado a otras patologías, es decir, a día de hoy fundamentalmente morimos de cáncer, de patologías cardiacas o de accidentes de tráfico y, rara vez, una infección es la causa primaria de un fallecimiento”.
No obstante, recuerda, “es importante estar alerta ante nuevos agentes infecciosos: una sola muerte evitada es mucho”. Por este motivo, proyectos como Antigone son importantes a la “hora de aportar conocimientos para predecir y prevenir, o al menos mitigar, las consecuencias de futuras pandemias”.
Sin embargo, la investigación en este campo no siempre resulta fácil. “Una de las dificultades que existen es el celo de los distintos países en relación con las muestras de los microorganismos descubiertos: es importante que la información y el material de estudio pueda compartirse entre la comunidad internacional. Sólo así se puede ser rápido en el desarrollo de nuevos diagnósticos o de vacunas y tratamientos”, insiste el investigador de SaBio.
Los llamativos descubrimientos del último año
En cuanto a los últimos hallazgos, el especialista recuerda que se trata de un “campo en continua evolución. Éste año, algunos descubrimientos llamativos incluyen la detección de anticuerpos específicos frente al Coronavirus MERS en camellos (como ya hemos apuntado anteriormente) y, por ejemplo, la detección de Leishmania, un parásito transmisible al hombre, en liebres”.
La Leishmania es un género de protistas, responsable de la enfermedad conocida como leishmaniasis o leishmaniosis. El principal vector de infección son unos diminutos mosquitos llamados flebótomos. Hasta ahora, sus víctimas principales eran animales vertebrados como cánidos y roedores. Unos 12 millones de personas padecen la patología actualmente, principalmente en regiones tropicales y subtropicales.
“Siempre se ha asumido que el principal reservorio de la enfermedad son los carnívoros, pero ahora resulta que también está en las liebres y, seguramente, en otros mamíferos medianos, lo que tiene claras implicaciones para la salud pública”, recuerda el profesor Gortázar.
Pese a ello, todavía hoy y a nivel mundial, los agentes infecciosos que más daño están causando al hombre son un parásito, el causante de la malaria, y una bacteria, la que provoca la tuberculosis. “También son muy importantes los patógenos que causan diarrea, culpables de una parte importante de la mortalidad infantil en los países en vías de desarrollo. Los virus más llamativos, como MERS, en realidad son culpables de pocas bajas… sólo que nos dan miedo por ser más nuevos y desconocidos”, puntualiza.
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