¿Acaso hizo Barack
Obama una reverencia cuando estrechó la mano de Raúl Castro durante el
funeral de Nelson Mandela en Sudáfrica? Eso, al menos, es lo que
pareció a juzgar por la foto de la South African Broadcasting Corporation.
Por otro lado, Castro es un dictador diminuto, lo que podría explicar que el
presidente haya tenido que inclinarse al nivel del dictador totalitario de los
trópicos. Ojalá. Después de todo, la dictadura militar cubana, dirigida por una
junta de raza blanca, encarceló y torturó al prisionero político Eusebio
Peñalver durante 28 años, uno más de los que soportó Mandela.
La muerte de Peñalver en el exilio en 2005 pasó prácticamente inadvertida
para el mundo. Si hubiese contado con la clase de apoyo internacional del que
disfrutaba Nelson Mandela, la situación podría haber sido distinta tanto para él
como para la población predominantemente negra de Cuba. Las estadísticas
oficiales no son confiables, pero según un informe de 2009 en Inter Press
Service News Agency, "la mayoría de los académicos cubanos estima que entre 60%
y 70% de la población de la isla es negra o 'mulata'".
Cuba no cabía de felicidad tras el encuentro con Obama. Un comentario del 19
de diciembre firmado por Fidel Castro y publicado por los medios estatales
felicitaba a Raúl por su "firmeza y dignidad" durante el encuentro con el
presidente estadounidense.
No es el único motivo por el que el gobierno cubano estaba tan satisfecho con
lo que pasó en Sudáfrica. El mundo aprovechó la muerte de Mandela el 5 de
diciembre para recordar la valiente lucha por la equidad racial en Sudáfrica.
Cuba aprovechó para jactarse de los estrechos lazos entre Mandela y Fidel. Nadie
mencionó el caso de Peñalver o los 55 años de exclusión racial bajo la dictadura
militar de los Castro.
Cuba ya tenía un largo historial de discriminación racial hacia finales de
los años 50, una situación no muy distinta a la de Estados Unidos. Pero después
de que el dictador Fulgencio Batista pasara al exilio el 1 de enero de 1959 y
Fidel Castro asumiera el poder, la situación no mejoró. En realidad, en muchos
sentidos se deterioró.
Peñalver nació en la zona central de Cuba en 1936, el mayor de seis hermanos.
Tuvo que dejar de asistir al colegio a tiempo completo para trabajar. Pero
estudió contabilidad por las noches y se graduó de una escuela de negocios en
Camagüey.
Peñalver fue un opositor del régimen de Batista, al igual que muchos jóvenes
cubanos, y luchó con el ejército rebelde con la esperanza de restaurar la
democracia constitucional. Pero cuando Castro se apoderó de la revolución a
título personal, Peñalver prefirió romper filas en lugar de "vender mi alma al
mismo diablo que aquí en la tierra son Castro y el comunismo".
A diferencia de Mandela, Peñalver jamás planificó o lanzó ataques contra
civiles. Pero se levantó en armas contra los militares de Castro en las montañas
de Escambray, donde fue capturado en octubre de 1960.
Peñalver se convirtió en uno de los legendarios "plantados", los prisioneros
que resistieron heroicamente la extraordinaria crueldad de quienes los
custodiaban. Peñalver salió libre en octubre de 1988, después de pasar casi tres
décadas en la cárcel. Desde su exilio en Los Ángeles escribió acerca de la
"brutalidad" y las palizas y hostigamientos que tuvo que soportar continuamente.
"Ellos hicieron a los hombres comer hierba, los sumergieron en aguas albañales,
la bayoneta nos golpeaba duro y se golpeó con postes de cercas hasta que los
huesos crujían para gozo de la enajenada soldadesca".
Peñalver no portaba la tarjeta de identificación ideológica de izquierda que
hizo que Castro se convirtiera en un seguidor de Mandela. (Mandela nunca lo
olvidó y apoyó al dictador cubano durante toda su vida). Peñalver luchó contra
dos dictaduras, pero su causa jamás fue racial. Quería la libertad de todos los
cubanos. No obstante, es evidente que sufrió más porque era negro: se interpuso
en el relato revolucionario, tan crucial para la imagen internacional
"progresista" de Castro, de que el régimen había emancipado a los afrocubanos.
Ángel de Fana, que es blanco, es otro de los plantados exiliados. Me escribió
la semana pasada en un e-mail que durante sus numerosos años en prisión junto a
Peñalver fue "testigo de cómo fue víctima de castigos 'adicionales' por la
simple razón de ser negro".
Hoy, el poder político y económico en Cuba sigue residiendo con los militares
y un liderazgo que sigue estando compuesto por hombres blancos. Pero el tema del
racismo es tabú. Roberto Zurbano, jefe de redacción de la editorial Casa de las
Américas en La Habana, escribió en marzo una columna de opinión en el New York
Times titulada "Para los negros en Cuba, la revolución no ha comenzado" en la
que resalta que los afrocubanos en la isla "están subrepresentados en las
esferas del poder económico y político". Fue despedido. Zurbano lo atribuyó al
titular. Claro.
Al menos no terminó en la cárcel como Sonia Garro, otra afrocubana que
amenaza con desbaratar la propaganda castrista de que la revolución mejoró la
condición de la población negra. Se metió en problemas primero al participar en
trabajos comunitarios no políticos, que no fueron autorizados por el régimen en
su vecindario de La Habana donde viven muchos afrocubanos. En marzo de 2012
intentó, junto a otros, conseguir una audiencia con el Papa Benedicto durante su
visita a Cuba. El gobierno allanó su casa, le disparó con balas de goma y la
encarceló. Otras personas que también solicitaron una audiencia con el Papa
fueron detenidas en la misma ocasión, pero sólo Garro sigue presa.
Los negros sudafricanos han ganado su batalla contra la discriminación
oficial. Los afrocubanos siguen esperando.
Por MARY ANASTASIA O'GRADY December 30, 2013, 12:02 a.m. ET
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