"A Estados Unidos le va como le va a GM". El dicho podrá ser apócrifo, pero
está por ser puesto a prueba en un nuevo ámbito: la representación de las
mujeres en las más altas esferas de Wall Street.
El nombramiento la semana pasada de Mary Barra como presidenta ejecutiva de
General
Motors Co. la primera mujer que encabeza una
automotriz estadounidense— trajo a colación el siempre candente debate sobre el
rol de la mujer en el mundo laboral.
Mi primera reacción fue llamar a mujeres en puestos altos en Wall Street para
preguntarles si la designación de Barra podría marcar un punto de inflexión en
su industria. Sus respuestas no fueron muy alentadoras. No obstante, algo parece
estar gestándose en los confines de una industria que tiene problemas para
darles a las mujeres los puestos que merecen.
Primero, las malas noticias. Las finanzas son un sector dominado por hombres
(blancos), donde la testosterona fluye libremente y el machismo nunca está a más
de dos o tres cubículos de distancia. Más de 220 años después de que un grupo de
corredores (todos varones) se reunieran debajo de un árbol en Nueva York para
formar la primera bolsa de EE.UU., seguimos esperando que una mujer lidere un
banco de Wall Street.
Por eso no llamó la atención que muchas de las mujeres con las que hablé la
semana pasada mostraran una cierta dosis de escepticismo. "Hay cierta mejoría",
me dijo una ejecutiva de un gran banco. "Pero es lenta y no muy estable".
Las estadísticas lo demuestran. Más de uno de cada dos trabajadores en
empresas de finanzas que figuran entre las 500 mayores compañías de EE.UU. es
mujer, pero sólo uno de cada ocho presidentes ejecutivos es mujer, según
Catalyst, una firma de investigación que se especializa en las mujeres.
Las juntas directivas de las firmas financieras siguen siendo clubes de
hombres y la representación de las mujeres sólo llega a 18%.
La barrera que las mujeres todavía no cruzan en Wall Street es la presidencia
ejecutiva. Hubo, y hay, directoras generales de finanzas y encargadas de grandes
divisiones en empresas como Morgan
Stanley, J.P.
Morgan Chase & Co. y Goldman
Sachs Group Inc., pero ninguna ha ascendido a la
presidencia ejecutiva. "Es una industria con una cultura machista", dice Ilene
Lang, la presidenta saliente de Catalyst. "Trabajan para mejorar la situación
pero no anticipamos grandes cambios a corto plazo".
Una mirada más profunda revela un panorama un poco más alentador. Más de la
mitad de los más de 260.000 empleados de J.P. Morgan son mujeres. Hace unos
meses, algunas altas ejecutivas salieron a hacer una gira de negocios inusual.
En lugar de promocionar una salida a bolsa o una campaña para conseguir más
cuentas corrientes, las ejecutivas —encabezadas por la directora de finanzas
Marianne Lake y Mary Callahan Erdoes, responsable de la división de gestión de
activos,— querían hablarles a las mujeres sobre sus necesidades.
La iniciativa que sigue vigente, llamada "Women on the Move" (algo así como
"Mujeres en movimiento"), ya llegó a 3.000 participantes en 11 ciudades en todo
el mundo. Las reuniones ya produjeron 207 solicitudes específicas para cambiar
las prácticas laborales. Algunas, como crear espacios privados en centros de
llamadas para la comunicación personal, se están implementando.
Erdoes destaca que los pedidos no suelen ser motivados por género. Muchas
mujeres simplemente quieren mejoras en su entorno laboral, como pedirles a los
gerentes que no hagan problemas si un empleado tiene que irse más temprano para
una ocasión especial como un cumpleaños o una actuación en el colegio de sus
hijos.
La debilidad de programas como el de J.P. Morgan —y de muchos otros bancos—
es que no abordan el problema de fondo. Hay una gran diferencia entre hacer que
las oficinas sean más amenas y atacar el desequilibrio de género en las cúpulas
de Wall Street. Según informa J.P. Morgan, la cantidad de empleadas disminuye a
medida que los puestos son más altos.
Tener una presidenta ejecutiva en un banco grande ayudaría inmensamente, como
símbolo y como modelo.
¿Cuándo será eso? No pronto.
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