Un retrato colectivo de una generación nueva: los sueños y pesadillas de diez jóvenes chinas
Liberación sexual, educación superior, independencia económica y uso de nuevas tecnologías son rasgos de un universo distinto al de sus progenitores y alejado del cliché
A Chen Qing le trae sin cuidado el qué dirán. Se considera una mujer individualista, pragmática, atrevida, libre. Es, dice, el reflejo de la nueva juventud urbana de China. Y, a juzgar por su apariencia, no le falta razón. Viste un mini pantalón negro y una blusa lila, a juego con sus medias. Se resguarda del frío con un plumífero rosa palo y un gorro de lana rojo, y con una sonrisa maliciosa asegura que siempre lleva ropa interior sexy para estar preparada “para lo que pueda pasar”. Chen, que no despega su mano del último modelo del Iphone, es una de los 140 millones de chinos jiulinghou, la expresión que se utiliza para referirse a la generación de los nacidos a partir de 1990, y está orgullosa de ello.
Ella vino al mundo en Nanjing, capital de la provincia oriental de Jiangsu, dos años después de la matanza de Tiananmen. Jamás ha visto la icónica fotografía del hombre anónimo frente a la columna de tanques, la Revolución Cultural es sólo una historieta que raras veces mencionan sus padres y abuelos, y la figura de Mao Zedong se reduce al retrato que de él ve en todos los billetes. “El Mao que más me gusta es el rojo, el que sale en los billetes de cien yuanes”, ríe. A diferencia de sus progenitores, Chen no es fruto de las políticas del Gran Timonel sino de las que, tras la muerte de este, introdujo Deng Xiaoping al grito de ‘¡enriquecerse es glorioso!’. Sin duda, el lema ha calado hondo.
Buena parte de la sociedad china tacha a los jiulinghou de egoístas, engreídos, irrespetuosos y vagos. Muchos consideran que son la suma de todos los males de la nueva China. A las mujeres, además, se les suele añadir otro calificativo: materialistas. “En muchos casos es así. Es verdad que las chicas ahora exigen a sus parejas que tengan un piso y un coche antes de casarse. Miro a la generación de mi madre y creo que las mujeres nunca hemos tenido más libertad y posibilidades para crecer en esta sociedad, que es cada vez más igualitaria”, responde Chen. El sexo, asegura, es buena muestra de ello.
Chen perdió la virginidad a los 15 años; su madre lo hizo poco después de casarse, a los 22. Chen ha perdido ya la cuenta de los hombres con los que se ha acostado; su madre no ha conocido carnalmente más que a uno, su marido. “A sus ojos yo soy promiscua, y eso que no sabe ni la mitad de la mitad de lo que hago. En mi opinión, simplemente soy libre de hacer lo que quiera con mi cuerpo”, explica la joven. “Yo experimento, y creo que eso me ayudará a elegir mejor a mi pareja en el futuro, si es que así lo deseo”.
Un cambio que se refleja con nitidez en las estadísticas. El último estudio realizado al respecto, del año 2012, cifró en un 71,4% el número de chinos que ha mantenido relaciones sexuales prematrimoniales. Es un salto gigantesco si se tiene en cuenta que el porcentaje era de solo del 15% en 1989. Según la Academia China de Ciencias Sociales, la edad media a la que se tiene el primer coito también se ha reducido significativamente en las últimas dos décadas: de 24,1 años ha pasado a 17,4. Y la diferencia entre hombres y mujeres es cada vez menor.
Una realidad social que, sumada al choque generacional que describe Chen, está generando otros problemas. “La falta de una educación sexual adecuada, un tema que todavía es tabú tanto en la escuela como en las familias, ha provocado un alarmante aumento de los embarazos entre adolescentes y el auge de algunas enfermedades de transmisión sexual”, explica Li Yinhe, socióloga responsable de varios estudios sobre la sexualidad china. El 47% de los jóvenes chinos nunca ha recibido ningún tipo de educación sexual, y de la mitad restante sólo un 1,5% ha recibido la información de sus padres. “Esta situación es peligrosa, sobre todo para la salud de la mujer”, señala la experta.
Como hace el 24,5% de los jóvenes, Chen se ha informado sobre sexo en Internet. “Y con alguna peli porno”. Pero no está preocupada. “Utilizo condón casi siempre, en la universidad nos los dan gratis, y ¿qué es lo peor que me puede pasar? ¿Quedarme embarazada? En China el aborto es legal y casi gratuito. Además, si hay algún accidente está la píldora del día después. Eso no me va a impedir que busque disfrutar de mi juventud como quiera”, responde contundente.
“Lo mejor es que ahora las mujeres podemos elegir con quién queremos estar”, afirma Chen, en referencia al desequilibrio de género que caracteriza al gigante asiático desde que en 1981 introdujo la ley de natalidad que restringe a uno el número de descendientes que puede tener la mayoría de las parejas. Aunque teóricamente está prohibida la elección del sexo del bebé, por cada 100 niñas nacen 118 niños, 11 más que cuando el ser humano no interviene. Y la consecuencia es clara: en 2020 puede haber en el país hasta 35 millones de hombres más que de mujeres.
El asunto preocupa al Gobierno, y en las zonas rurales se traduce en graves problemas como el rapto de niñas para su venta como esposas o para esclavizarlas como prostitutas. En las ciudades, sin embargo, Chen cree que la situación actual otorga mayor poder a la mujer. “La mentalidad es más igualitaria, así que nuestra escasez nos hace más valiosas”. Ke’er ha estrenado la mayoría de edad este año y es de la misma opinión: “Cuando hablo con extranjeros me doy cuenta de que el mundo tiene una imagen muy errónea de la mujer china. Creen que somos muñequitas sumisas sacadas de películas de época que solo hacemos lo que nos permiten los hombres. Pero no es cierto”.
Esta joven de Zhengzhou, capital de la provincia central de Henan, lidera un grupo underground de música post-rock, tiene poco apego por los símbolos patrios, y estudia Bellas Artes en una universidad local. “La mayoría de los alumnos somos chicas. Creo que tenemos un carácter fuerte y que hemos disfrutado de las mismas oportunidades que los chicos. Antes no era así”. Los números le dan la razón. En 2011, por primera vez, el número de alumnas en las universidades del país superó al de alumnos. Eso ha permitido a China lograr uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) de Naciones Unidas: la erradicación de la discriminación por género en todos los niveles del sistema educativo.
Ke’er canta sin tapujos sobre sexo o drogas, pero también sobre las estrictas convenciones sociales que todavía constriñen a la juventud. “Los hombres chinos están sobreprotegidos por sus madres, son vagos y evolucionan poco. Las mujeres son las que realmente van a cambiar este país. Por eso quiero gritar para quitarnos el corsé social que nos impide liberar nuestra mente”, sentencia. Pero ella misma es un buen ejemplo de que no resulta fácil. “Mi propia familia apenas me habla porque me niego a seguir sus dictados. Quieren que estudie, que me case con quien es de su gusto, que tenga al menos un hijo, y que me dedique a la familia. Pero yo quiero hacer mi vida”.
Y es muy posible que tenga éxito. Según un estudio realizado por la consultora estadounidense Grant Thornton, las mujeres copaban el año pasado el 51% de todos los puestos directivos de China. Además, seis de las diez mujeres más adineradas del mundo proceden ya de su país más poblado. Y, por si fuese poco, su edad es cuatro años menor que las de sus compatriotas hombres. Rupert Hoogewerf, responsable del informe Hurun, que cada año hace una lista con las mayores fortunas de China, dejó claro durante la presentación del informe de 2013 por qué la mujer de ese país ha ganado más fuerza que ninguna otra en el planeta. “Primero está la política del hijo único, que le impide hacer un parón en su carrera profesional durante tanto tiempo como una mujer que tenga dos o tres descendientes. Y luego está el hecho de que en la sociedad china los abuelos son los que muchas veces cuidan a los niños, algo que da a la mujer más tiempo para sí misma”.
Zhu Liya, que se hace llamar Julie en inglés, está lejos de entrar en las listas de Forbes o de Hurun, pero no le falta ambición para ello. Y sigue el patrón descrito por Hoogewerf. A sus 26 años es madre soltera de un niño y tiene su propio negocio de perlas en un mercado de Shanghái. “He tenido que dejar a mi hijo con sus abuelos porque no puedo cuidar de él y no quiero que la maternidad suponga un lastre para mi negocio”. Los abuelos, residentes en una pequeña ciudad de la provincia de Zhejiang, han aceptado de buen grado porque, a pesar de que la noticia de su maternidad sin pareja estable sentó como una bomba, “en China no hay nada que el dinero no pueda comprar”.
Zhu es una de los 240 millones de balinghou, literalmente ‘generación de los 80’. Así que todavía recuerda los cortes de luz y las semanas sin comer carne de su infancia. “Ahora todo es distinto en las ciudades. Antes éramos pobres, pero ahora pertenecemos a la clase media. Y muchas mujeres optan por la independencia económica abriendo sus propios negocios”. Ella lo hizo y ha tenido suerte. “Hace tres o cuatro años ganaba unos 3.000 yuanes al mes (360 euros), pero ahora es raro que ingrese menos de 20.000 (2.400 euros). Eso sí, hay que trabajar muy duro”.
No lo tienen tan fácil quienes trabajan por cuenta ajena. Es el caso de Xiao Jiu, otra balinghou que, después de haber recibido una formación elitista en Hangzhou, decidió aceptar un trabajo en una importante empresa estatal de telecomunicaciones. Allí se dio cuenta de que el lema que acuñó Mao, ‘la mujer sujeta la mitad del cielo’, todavía no es una realidad. “El comunismo dice que hombres y mujeres somos iguales. Pero cuando llega la nómina vemos que no es así. Mis compañeros hombres ganan entre el 20% y el 35% más que yo, y trabajan bastante menos”.
No hay estadísticas oficiales sobre esta discriminación, pero nadie niega su existencia. Los empresarios españoles afincados en China consultados sobre este tema reconocen que, salvo para puestos en los que se requiere una gran fuerza física, prefieren contratar mujeres. Y no es porque se les vaya a pagar menos, precisamente. “Son mucho más responsables y concienzudas. Además, suelen tener una mejor formación en idiomas y en contabilidad”, asegura el responsable de una fábrica de automoción que prefiere no ser nombrado.
Pero hay una excepción a esta regla. “Tenerlas en cargos directivos es complicado por la idiosincrasia del mundo empresarial chino, que es bastante machista”. El empresario se refiere a las cenas en las que se cierran tratos después de haber fumado en abundancia y de haber ingerido grandes dosis de alcohol. “A veces, sobre todo en el interior del país, incluso se firman contratos en karaokes rodeados de chicas de compañía. Sin duda, no es el ambiente adecuado para una mujer, cuya presencia puede coartar el comportamiento de los clientes y resultar contraproducente para el negocio”.
Xiao Jiu cree que eso está cambiando. En la década de 1950, ellas solo contribuían un 20% a los ingresos familiares, mientras que en 2009 el porcentaje se había incrementado hasta el 50%. Diferentes analistas consideran que es cuestión de tiempo que las mujeres ganen más que sus compatriotas varones en China, porque son mayoría en las universidades. No obstante, según el Informe Anual de la Mentalidad China 2012-13, menos de un 1% de los hombres aceptaría que su pareja gane más, y solo un 25,7% estaría dispuesto a que ambos tuviesen el mismo sueldo. “La mujer independiente da miedo al hombre. Sucede en todo el mundo, y más aún en China”, dice Xiao Ju. “Creo que eso lleva a la ruptura de muchas familias”.
No va desencaminada. Las tasas de divorcios se han disparado. En el año 2000 se rompía un matrimonio de cada mil. Hoy la tasa es de casi un 2,3 por mil. En 2012 se registraron 2,87 millones de divorcios, según un estudio de la Universidad de Tsinghua, lo cual supuso un aumento del 7,65% sobre el año anterior. Y los índices se llegan a triplicar entre las parejas de balinghou y jiulinghou. Curiosamente, el 80% de los divorciados encuestados adujeron la infidelidad como razón para la ruptura. “Es lo que sucede cuando se suma libertad, individualismo, y despreocupación”, apunta Xiao Jiu. “Las nuevas tecnologías, como We Chat –una aplicación de móvil que permite entablar conversación con las personas más cercanas–, también provocan infidelidades”.
Ante este panorama, muchas mujeres prefieren dedicarse a su vida profesional, como Zhu, y dejar las relaciones sentimentales para otro momento. Son las llamadas sheng nv, que se puede traducir como ‘mujeres sobrantes’. Tienen más de 25 años, son extremadamente trabajadoras, y las empresas las tienen en alta estima, pero suponen un quebradero de cabeza para sus mayores, que las ven con preocupación. Tanta, que en Shanghái incluso montan una especie de mercadillo para encontrarles pareja. Padres y abuelos se citan los fines de semana en el céntrico Parque del Pueblo para colgar los currículos de sus retoños entre los árboles y concertar citas a ciegas. Es imprescindible informar sobre el salario de los candidatos, y tanto una buena educación como experiencia en el exterior son puntos a favor. “Me preocupa que mi nieta cumpla los 30 y esté sola. Y que no pueda cuidar de nosotros”, explica una abuela que habla con otros coetáneos para ver si le encuentra una media naranja. “La mayoría de las veces no funciona, pero merece la pena intentarlo porque de este parque han salido buenos matrimonios”.
La sociedad china vive cambios tan rápidos que le cuesta asimilarlos. “Hay demasiada diferencia entre los valores tradicionales por los que se rigen nuestros padres y los que han irrumpido en los últimos años. Es todo muy extremo, no encontramos el término medio, y los jóvenes llegamos a muchos cruces de caminos en los que no sabemos qué dirección tomar”, dice Zhang Huihui. A sus 29 años, en uno de esos cruces, decidió dar un cambio radical a su vida y ser madre. Ahora acaba de dar a luz a una niña. Y desea que sea más libre de lo que ella ha sido. “Me gustaría haber viajado por el mundo y haber conocido diferentes civilizaciones. Querría haberme casado con alguien de otra cultura, incluso alguien religioso, algo que me provoca mucha curiosidad porque en China el dinero es el único dios, y vivir tranquila”.
No obstante, la realidad se impuso al sueño. Contrajo matrimonio con el novio del instituto y cuando quedó embarazada “sin haberlo buscado” dejó de trabajar. “No es mi objetivo que mi hija tenga mucho dinero o que sea poderosa, pero sí que sea buena persona y que tenga un mundo interior rico”. Zhang cree que en la China actual eso es difícil de conseguir, pero no imposible. “Muchos critican a los jóvenes de la generación de los 90, porque están ensimismados y pasan de la familia. Pero yo creo que eso es positivo, que son mucho más valientes que los de los 80, y que lo serán más todavía los nacidos en el siglo XXI”.
Li Yuan vino al mundo en Shanghái el año 2001. Es la más joven de las mujeres que han accedido a hablar con EL PAÍS para dibujar una radiografía de la revolución que protagonizan, y reconoce que está confusa. La presión en los estudios la asfixia, y la abismal diferencia entre lo que le dicen sus padres y lo que ve en la calle la desconcierta. Por eso, como muchos otros de su edad, ha desarrollado dos personalidades. “En Internet soy la que quiero ser. En clase y en casa soy la que me dicen que tengo que ser”.
En We Chat y en microblogs como los de Weibo, Li se expresa con una madurez impropia de alguien de 12 años, mientras que en persona es una chica tímida que rara vez mira a los ojos y que es incapaz de abandonar un minuto su smartphone Samsung. “Tengo adicción a Internet –reconoce– y me siento sola si no me conecto. A veces temo que solo pueda comunicarme a través de una pantalla. Pero es un problema que tenemos todos los de mi edad, sobre todo las chicas. Estamos obligadas a aparentar ser más mayores, más atrevidas. Pero es un mundo paralelo, irreal”.
La Red es uno de los elementos más relevantes en la formación del carácter de la juventud china actual. Un 13% de todos los internautas –27,31 millones– ha nacido después de 1990, y un 61,7% de ellos se conecta a diario. Teniendo en cuenta que la penetración de Internet en las zonas rurales es notablemente inferior, no es una exageración decir que la práctica totalidad de los jóvenes urbanos está enganchada al ciberespacio a través de los móviles. Y la mayoría lo hace para crear amistades nuevas. “Eso nos hace conocer a más gente, pero también nos crea ansiedad y nos hace más vulnerables”, afirma Li.
Claro que hay otros que esperan algo más de Internet. Hu Yuan cree que puede ser la herramienta perfecta para lograr cambios políticos en China. Y eso incluye el ascenso de la mujer a la cúpula del Partido Comunista. Porque todavía no hay ni una en el Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, el selecto grupo de siete hombres que controla el país. El propio Gobierno reconoció en el pasado informe sobre los avances hechos hacia la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio que uno de los principales retos a los que se enfrenta para lograr la igualdad total entre hombres y mujeres es, precisamente, el aumento de la participación de ellas en los organismos que toman decisiones. Porque, si bien es cierto que cada vez hay mayor presencia femenina en los estratos más bajos del poder, todavía es poco más que testimonial en organismos como la Asamblea Nacional Popular –23,4%– o la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino –17,8%–.
Más que la participación de la mujer en los órganos del poder chino, a Ding Chen lo que le preocupa es el grado de libertad de la población en general. “La censura que existe en China no cuadra con su desarrollo económico. El control que el Gobierno tiene sobre todo lo que se publica, ya sea prensa o foros en Internet, es total. En cuestión de libertades, China todavía va muy por detrás. Y lo peor es que, como faltan valores y todo está orientado hacia el materialismo, eso no le preocupa a mucha gente”.
Ding es la única de las diez mujeres entrevistadas que menciona el sistema autoritario del país. No en vano, solo el 29% de los jóvenes chinos encuestados por el Instituto de Ciencias Políticas de la Academia Sinica estaría dispuesto a poner en peligro el desarrollo económico para obtener la democracia. Y solo el 35% cree que tiene capacidad para influir en la política china. “Creo que China está protagonizando un desarrollo a toda costa, sacrificando el medio ambiente, la seguridad de los ciudadanos, todo”.
Ding habla muy claro, pero salta a la vista que ella es diferente. Es una banana: amarilla por fuera y blanca por dentro. A sus 28 años, ha visto el mundo. Ha vivido y trabajado en el País Vasco, una experiencia que ha cambiado por completo su forma de ver tanto la política como la sociedad chinas. “Al salir del país descubrí muchas cosas horribles que han pasado en China y que desconocía por la censura que existe. También he visto que existe otro modelo de sociedad en el que la economía no tiene tanta importancia en la felicidad de la gente, que goza de más libertad y de un bienestar en el que no tiene que preocuparse de no poder pagar al médico o no poder escolarizar a sus hijos por falta de dinero”.
Diferentes estudios concluyen que el desarrollo económico de China no ha llevado consigo un auge de la felicidad de su población. Quizá sea porque el 71% de la población supedita esa felicidad a lo material, el porcentaje más alto del mundo que duplica la media mundial –34%–. Algo similar pasa con el Índice Global de Felicidad, en cuya lista China ocupa el puesto 93 de 156. Muchos se preguntan cómo se puede llamar desarrollo a lo que no hace felices a sus ciudadanos.
Ding cree en las grandes ciudades como Pekín o Shanghái –la suya–, y sobre todo entre las mujeres, sí que se vive una revolución. “Hemos interiorizado que somos dueñas de nuestra vida”. Así, con sus más y sus menos, está satisfecha con su existencia. Hu Yuan, una joven de Nanjing nacida en 1987, cree en cambio que todavía queda un largo recorrido. “La mujer china necesita más poder. Y eso beneficiará al país. Los casos de corrupción en empresas dirigidas por nosotras son mucho más raros, y tenemos una sensibilidad especial para temas por los que pocos hombres parecen interesados”, argumenta. Entre los problemas que más le preocupan están la contaminación, “que nos va a terminar matando a todos”, y el acoso sexual que, en su opinión, “aumenta por esa recién adquirida independencia de la mujer y por el desequilibrio de género”.
El Gobierno reconoce que “la violencia contra las mujeres es un grave problema socio económico” y que “es necesaria la introducción de iniciativas más efectivas para eliminarla”. En su informe sobre ODM, Pekín detalla que “es necesario un mayor esfuerzo para prohibir el abuso sexual en el entorno de trabajo”. De hecho, un reciente estudio realizado por la ONG Sunflower Women Workers Center en la ciudad fabril de Guangzhou concluyó que siete de cada diez trabajadoras han sufrido acoso verbal, mientras que un 30% ha sido víctima de ‘tocamientos inadecuados’ y un 10% ha tenido que zafarse de proposiciones para mantener relaciones sexuales. Y lo peor es que, según contó al diario The New York Times la directora del centro, Hong Mei, “las empresas no toman medidas para evitar el acoso, la comunidad no ofrece ayuda a las víctimas, y la sociedad en su conjunto no está concienciada sobre el problema y evita hablar de él. Hay muchas mujeres que sufren esta violencia y nadie las ayuda”.
Chang Manwei está en ese grupo, pero por una razón muy diferente: es lesbiana. En la calle camina de la mano de su pareja, y no tiene inconveniente en mostrar su afecto también con un beso. Sabe que muchos las miran con una mueca de asco, y a veces las insultan, pero no le importa. En casa, sin embargo, es muy diferente. “Mis padres la conocen, pero creen que es un hombre. Como tiene el pelo corto y pechos pequeños, que además no se notan si se pone un top elástico ceñido, solo creen que es un chico afeminado”. Aunque en 1997 China descriminalizó la homosexualidad y en 2001 fue descatalogada como enfermedad mental, su aceptación en China todavía es muy baja. Un 57% se manifiesta abiertamente en contra, y sólo un 21 se muestra tolerante con el colectivo LGBT.
“El rechazo es todavía mayor en el caso de las lesbianas”, asegura Chang. “Creo que tiene algo que ver con los roles que juegan la mujer y el hombre en la sociedad. Se supone que él tiene que llevar las riendas y cuidar de ella. Es el fuerte. Por eso, si dos hombres están juntos, ya se cuidarán el uno al otro. ¿Pero cómo cuidarán de sí mismas dos mujeres cuando se supone que son las débiles de la sociedad? Las familias esperan de nosotras que nos casemos con un tío rico que nos resuelva la vida, no que la compartamos con otra chica”.
Según un informe realizado a finales de 2011 por la agencia Baihe, en colaboración con la Asociación de Trabajadores Sociales de China, el 57% de las mujeres encuestadas cree que encontrar al marido adecuado es más importante que tener una carrera profesional propia. El 70% asegura que los hombres sólo deberían casarse cuando ya tengan propiedades, y un 80% exige que su futuro cónyuge gane 4.000 yuanes (500 euros) o más al mes, lo que supone un incremento del 10% en el listón que se fijaba el año anterior.
“El materialismo nos aleja de la verdadera lucha que tendríamos que estar librando. Deberíamos exigir que las mujeres tengamos los mismos derechos que los hombres, y no que cuiden de nosotras y nos den un piso y un coche. Eso es propio de las concubinas, una mentalidad de hace mil años que todavía no hemos conseguido erradicar. Al final, muchas chicas de mi edad parecen muy modernas por fuera pero son muy tradicionales por dentro”, afirma Chen Ziyi, una jiulinghou de Shijiazhuang. Es la única de las diez entrevistadas que se declara feminista. Pero no milita en ningún grupo “porque no los hay”. Se informa de lo que hacen otras feministas por todo el mundo a través de Internet, le interesa mucho el movimiento de Femen, y se echa las manos a la cabeza cuando sus amigas no le hacen ni caso. “Se ríen y dicen que así nunca me echaré un novio. A mí me asaltan las dudas. Igual sí que vivimos una revolución, pero todavía estamos muy lejos de culminarla”.
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